MAGNIFICAT
Hoy nos narra san Lucas:
«En aquel tiempo Maria dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava, desde ahora me felicitaran todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí, su Nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo. Dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abraham y su descendencia por siempre»
(Lc 1, 46-56).
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa. San Lucas, como vemos en su Evangelio, por este y otros pasajes es que nos permite conocer el corazón de María, conocer su fe, su esperanza, conocer su obediencia y sobre todo su interioridad y oración, su adhesión libre a Cristo.
Todo esto procede de ese don del Espíritu Santo que descendió sobre ella. Como descenderá después sobre los apóstoles según esa promesa de Cristo.
Hemos leído el canto del Magnificat, la palabra latina con que empieza este himno que Nuestra Señora pronuncia, Magníficat anima mea Domino, mi alma se engrandece en Dios.
Los sentimientos del alma de María se desbordan en ese cántico o ese himno del Magníficat, se puede decir que el Magníficat es un retrato de su alma; el alma humilde ante los favores de Dios que se siente movida a la alegría, al agradecimiento.
En la Santísima Virgen ese beneficio divino que Dios les dió, sobrepasa toda gracia concedida a cualquier otra criatura.
HUMILDAD
Ese Dios que no cabe en los Cielos hecho hombre, se encerró en el seno de Maria. María glorifica a Dios por haberla hecho Madre del Salvador, es el motivo por el cual la llamarán bienaventurada todas las generaciones y se muestra como en el misterio de la Encarnación se manifiesta por el poder, la santidad, la misericordia de Dios.
Nos enseña a través de ese cántico, como en todo tiempo que el Señor ha tenido predilección por los humildes, resistiendo a los soberbios, jactanciosos, a los orgullosos, proclama que Dios según su promesa ha tenido siempre especial cuidado de sus pueblos, pueblo escogido al que le va a dar el mayor título de gloria, que es la encarnación de Jesucristo, judío, Él según la carne.
Porque entre todas las mujeres Dios escogió precisamente María de Nazaret se preguntaba el Papa Benedicto, pues esa respuesta está oculta en el misterio insondable de la Voluntad Divina, hay un motivo que el Evangelio pone de relieve y es su humildad.
Dios premia la humildad de la Virgen con el reconocimiento por parte de todos los hombres, de su grandeza.
“Me llamarán Bienaventurada todas las generaciones”,
y esto se cumple cada vez que alguien pronuncia la palabra del Ave María.
Este clamor de alabanza a Nuestra Madre es interrumpido en toda la tierra, por qué Dios, digamos así, quedó prendado de la humildad de Maria, que encontró gracia a sus ojos y así llegó a ser la Madre de Dios, imagen y modelo de la Iglesia, elegida entre los pueblos para recibir la bendición del Señor, difundirla a toda la familia humana, a todo el género humano.
ESPERANZA
Nos muestra Nuestra Señora a través de esta palabra suya, que es una mujer de esperanza, María es una mujer de esperanza, por eso es el centro del Adviento, vivimos con ella el adviento, tiempo de esperanza, sólo porque cree en las promesas de Dios, porque espera la salvación de Israel, el ángel puede presentarse a Ella y llamarla al servicio total de estas promesas, las promesas ya vaticinadas en el Antiguo Testamento por los profetas.
Mujer de esperanza, también una mujer de fe.
“ Tu que has creído”,
le dice Isabel.
Además de esperanza y de fe es una mujer que ama, su querer es un querer con Dios, piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de Dios. Nos quiere a ti y a mí. Dios además le engrandeció ese corazón, un corazón tan grande, tan grande que quiso ser madre de los que somos culpables de la muerte de su Hijo por el pecado.
Se hizo Madre de nosotros que somos los únicos culpables de la muerte del Señor, por ser El inocente. Ese corazón de María es tan grande y tan dilatado que nos ama, digamos así con una frase un poco fuerte, nos ha querido y se ha hecho Madre de los que fuimos los asesinos de su Hijo.
LA GRANDEZA DE MARÍA
María es grande precisamente porque quiere enaltecer a Dios, en lugar de asimismo. Y es humilde, y no quiere ser sino la sierva del Señor.
Ella sabe que contribuye a la salvación del mundo, y no con una obra suya, sino poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios. Y con su humildad, destruye y aplasta la cabeza del demonio, que fue la soberbia, el primer pecado, el pecado original.
El pecado de soberbia porque nuestros primeros padres querían ser como dioses. El pecado del demonio que siempre es ponerse en lugar de Dios.
San Ambrosio, en su comentario a este texto del Magníficat, decía: que cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor.
Cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios. Y aunque decía, según la carne, solo hay una Madre de Cristo; según la fe, todas las almas engendran a Cristo, pues cada uno acoge en sí al Verbo de Dios.
Nos invita a hacer que el Señor encuentre una morada en nuestra alma y en nuestra vida. No solo debemos llevarlo a nuestro corazón, también debemos llevarlo al mundo, de forma que también nosotros podamos engendrar a Cristo para nuestros tiempos. No en vano dice San Pablo que somos templo del Espíritu Santo.
Le pedimos a Nuestra Madre, como siempre, que se nos peguen sus virtudes. En eso consiste la verdadera devoción a María y la acompañamos, por no decir más bien, que Ella nos acompaña a nosotros.
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