JESÚS EXPULSA A LOS DEMONIOS
Hoy san Mateo nos cuenta en el Evangelio que:
“Jesús con sus apóstoles atravesaban la costa oriental, y pasaban por la región de los Geracenos, llamada así por la ciudad de Gerasa, que se alzaba en el interior de aquella tierra de la Transjordania.
Y pasaban por un lugar entre rocas granítica y antiguas tumbas, habitadas ahora por leprosos y endemoniados.
Allí le salió al paso una figura de aspecto repugnante, completamente desnuda, con las carnes magulladas y sanguinolentas.
En varias ocasiones, a ese ser se le quiso sujetar con cadenas, pero tenía una fuerza superior a todas las ligaduras y no había medio de reducirle a una existencia razonable.
Ahora, como arrastrado por una virtud sobrenatural, se dirige hacia Jesús y cae a sus pies gritando:
– Jesús, ¡Hijo del Altísimo! ¿Qué tienes que ver con nosotros? ¡Yo te conjuro, en nombre de Dios, que no me atormentes!
Era el demonio quien, por boca del poseso, declaraba de esta manera imprecisa, el poder excepcional de Jesús.
Y es el demonio a quien Jesús contesta: -Espíritu impuro, le dice, ¡Sal de este hombre!
Y para dar a conocer más claramente la grandeza del milagro que se iba a obrar, le hace esta pregunta:
– ¿Cuál es tu nombre?
-Mi nombre es Legión, porque somos muchos”
(Mt 8, 28-34).
UNA MULTITUD, UNA LEGIÓN
Señor, esta es de las escenas más aterradoras que yo he leído en mi vida, y está en el evangelio… Alguna vez escuché a un director de cine que si esta escena se llevaba a una película sería completamente aterradora.
Y ahí no termina la escena, ni la secuencia de esta escena.
“¿Cuál es tu nombre? … mi nombre es Legión porque somos muchos”.
Y son legión, como aquella fuerza militar con que Roma había creado su imperio. Aquel conjunto de guerreros, más o menos se cuentan en unos seis mil hombres, cuyo nombre no se podía pronunciar, sino que era un secreto de terror: Legión.
Y estos endemoniados lo declaran tal vez para ponderar su poder, pero saben que no pueden amedrentar a Jesús.
Y como no quieren dejar la tierra, según la frase de san Marcos, ni volver al abismo, como se expresa también en el evangelio de san Lucas, que también trae esta escena del endemoniado de Gerasa; les suplican que al menos les deje entrar en una piara de puercos (de cerdos).
Cerca de dos mil, que estaban ahí en los alrededores. Y Jesús se los permite, porque la libertad de un hombre tiene más valor que una manada de animales.
Y de pronto, cuenta el Evangelio:
“Los dos mil puercos echaron a correr poseídos de una furia vesanica y se arrojaron al mar. Era el precio de la liberación de un alma. Quedaba libre. Estaba endemoniada”.
EL INFIERNO, UNA REALIDAD
Jesús, yo me quiero fijar hoy al hacer este rato de oración. ¿Por qué no? poder Hablar Contigo del demonio y del infierno. ¡Tremendo! Es verdad, y puede que quieras que hoy consideremos esta realidad. Y me llama mucho la atención de esa pregunta que te hacen los demonios, -porque son la legión-, y que te dicen: ¿Por qué nos atormentas? El demonio siempre miente: ¡siempre, siempre!
En realidad, ellos habían escogido el tormento antes de que el tiempo existiera. Lucifer y sus secuaces, el demonio, Satanás.
Y a nosotros los hombres quieren alejarnos de Ti, como aquellos pobres porquerizos y pueblerinos, sabiendo que tu Señor lo que nos traes es la paz y no vienes a atormentarnos. Vienes a sacarnos de las tinieblas, del error, del pecado, de la muerte.
UN CASTIGO ETERNO
El infierno donde están los demonios es un estado donde sólo cabe el alma de los egoístas, de los que no reconocen a Dios, que se quieren apartar. El egoísmo de buscar sólo el propio interés, porque Señor, eso nos acaba cegando y nos impide ver las maravillas que Tú obras, y el valor de lo que realmente es importante.
El infierno, es el castigo eterno para siempre, para siempre, ¡para siempre! Y ser castigado equivale a tener lo que se quiere. Lo que se quiere.
Dice el Catecismo, la obstinación del réprobo, del pecador, reclama un lugar, un mundo aparte para él, totalmente ajeno a Dios, ser un Dios con sus propias fuerzas.
UN LUGAR DONDE SE QUIERE ESTAR…
Un lugar donde, Señor, suena muy fuerte decirlo y suena raro, pero un lugar en el que se quiere estar. Los que están en el infierno es porque han querido estar ahí. ¡Han querido llegar ahí! No saben qué es aquello.
No saben que el infierno es la privación tuya, la privación de Dios para siempre. Experimentando un vacío inmenso con la conciencia, además, de la necesidad de Dios.
Y eso produce en el alma un remordimiento perpetuo. Sin arrepentimiento. Ya no se pueden arrepentir en el infierno. Un odio a sí mismo brutal, un odio a los demás. Más la pena de sentido, que se representa con el fuego eterno, que abraza sin consumir, que quema sin destruir.
UN LUGAR SIN AMOR
Es importante, por ejemplo, lo que dice Dostoievski, en “Los hermanos Karamazov”: Allí no hay nada ni nadie que amar. En Las enseñanzas del ermitaño Zósimo Alejo, en “Los hermanos Karamazov”, se define el infierno como: el sufrimiento de no poder amar más.
¡No poder amar más!
Jesús, y ahora que estamos aquí en la tierra, podemos amar, debemos amar. ¡Es tu mandamiento! Nos has invitado a amar. Amarte a Ti por sobre todas las cosas, y no hacerlo es el pecado más grave Señor, el no amarte. Es estar lejos de ti. No reconocerte como nuestro Dios. Encerrarnos en nuestros propios egoísmos, pecados y no amar a los demás.
Quién no te ama a Ti, ¿cómo va a amar a los demás? Y solamente queda una opción: amarse a uno mismo egoístamente. Preocuparse por uno mismo. Y ahí es donde se enceguece, se pierde la posibilidad de amarte, de reconocerte a Ti, de amarte y de amar a los demás.
EL CAMINO AL INFIERNO
El que quiere irse al infierno se odia a sí mismo, y odia también a los demás. Se pierde toda la visión de Dios, toda la visión sobrenatural. Se acaba la esperanza. Se ve el mal del uno con el otro. ¡No, no, no, tremendo, tremendo, tremendo!
No soportar ningún defecto, ninguna actitud propia ni ajena. Y por eso, un odio infinito, eterno, para siempre, para siempre.
Qué fracaso Jesús, ¡qué fracaso tan grande irse al infierno! Dejar inconcluso el ciclo de esta existencia, porque tú nos has creado para estar Contigo. Somos creados a imagen y semejanza de Dios. No sé, me he ido por este camino en este rato de oración.
Le quiero pedir a nuestra Madre, a mi Madre, Santa María: líbranos del fuego del infierno. Lleva todas las almas al cielo, ¡todas! Especialmente las más necesitadas de tu infinita misericordia.
Madre mía, ruega por nosotros ahora, y en la hora de nuestra muerte. Amén.
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