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P. Neptalí

5 min

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LA ENVIDIA ANTE EL BIEN QUE HACEN LOS DEMÁS

Alegrarse por el bien que hacen los demás.

Leeremos hoy, en la liturgia de la misa, el Evangelio de san Lucas. Donde nos cuenta que:  

“Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén y envió mensajeros por delante. 

De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto Santiago y Juan discípulos suyos, le preguntaron: Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo y acabe con ellos?. 

Él se volvió y les regañó. Y dijo: No saben de qué espíritu son. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres sino a salvarlos. 

Y se marcharon a otra aldea”

(Lc 9, 51-56).

 MODELA A LOS APÓSTOLES

Vemos a estos hermanos, Santiago y Juan, muy impetuosos; grandes apóstoles que dieron su vida por los primeros cristianos de aquella Iglesia incipiente. Juan, el mismo que dirá de muchas maneras que Dios es amor, quieren destruir y eliminar toda una aldea porque no los recibieron. 

Es verdad que los judíos y los samaritanos eran enemigos acérrimos, por cuestiones de raza; los samaritanos se habían combinado mucho con los paganos de alrededor. Pero también por cuestiones religiosas, no adoraban a Dios en el templo de Jerusalén sino que tenían su propio templo. 

El Señor iba modelando, no solo el carácter de aquellos hombres que serían las columnas de la Iglesia; sino también los modos, su actuación, su visión humana y sobrenatural de su misión salvadora, de la que ellos iban a ser su continuidad. 

LES ENSEÑA Y NOS ENSEÑA

Y les enseñaba a eliminar todo aquello que tuviera impresión de espíritu de envidia, de rivalidad, de exclusivismo o intolerancia. A no considerar a nadie como enemigos, mucho menos en su misión apostólica y la que les tocaría después el resto de sus vidas.

Nos enseña Jesús que el celo por las cosas de Dios no puede ser violento y mucho menos áspero. Tampoco debe dar lugar a la ira o a la indignación, que después lleve a un deseo de venganza. Nada más alejado de la doctrina cristiana. 

prójimo
NOS INVITA

Y sobre todo, porque estos comportamientos obedecen más al fruto de la soberbia que al deseo de corregir el error o enseñar la verdad. Y ante la tentación, que nos puede venir también y que tiene a veces como consecuencia, de formar un grupo cerrado que se puede encerrar en la exclusividad del bien o de sentirse superior por formar parte de determinado grupo.

El Señor  siempre nos invita a alegrarnos, con rectitud de intención, por todo lo bueno que tienen y hacen los demás. Les  enseñó a aquellos que no se podían gloriar por haber sido llamados a formar parte de ese Colegio Apostólico, sirviéndose de ese honor para brillar personalmente.  Les recordó que estaban para servir, como bien Él mismo dio el ejemplo. Ël su mismo Maestro. Sin olvidar jamás, que solo son instrumentos de esa acción divina.

La Iglesia y esas manifestaciones que el Espíritu Santo va suscitando en su seno, a lo largo de estos 2000 años, saber que tienen un fin sobrenatural que trasciende el prestigio humano. No se puede poner este último por encima del fin sobrenatural de la Iglesia, ni servirse del buen nombre de la Iglesia o de los méritos de otros católicos para beneficio propio.  No sería conforme a la verdad y a la humildad. Tampoco valorar en menos el bien realizado por otro, solo porque no son de los nuestros o no pertenecen a nuestro grupito. 

LA ENVIDIA

Hay una manifestación de la miseria humana que es la envidia. La envidia, un pecado capital. En el catecismo dice: Que designa la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea indebidamente. Cuando se desea al prójimo un mal grave, puede ser un pecado mortal.

San Agustín veía la envidia como el pecado diabólico por excelencia, porque de la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad.

Esa forma de tristeza y por lo tanto un rechazo a la caridad, hay que luchar contra ella mediante la benevolencia. Porque la envidia procede con frecuencia del orgullo, por eso tenemos que esforzarnos por vivir en la humildad. Pero hay una envidia que es peor; hasta tal punto llega la miseria humana. Esa envidia consiste en la envidia que se produce por el bien; no tanto por el bien que tienen, sino por el bien que hacen los demás. 

colaborar
HAY MUCHA GENTE BUENA

Y cuando vemos a alguien que hace el bien, siempre estamos buscando el supuesto mal oculto, o la sospecha sobre lo que puede haber detrás, o la crítica malsana (como: si el bien si no lo hago, seguramente no es suficientemente bueno). Es como querer tener la prerrogativa del bien, el monopolio del bien. Sabemos bien que no es así, evidentemente que no es así, hay mucha gente buena que hacen además mucho bien y no solo individual, sino también colectivamente. Mientras que nosotros podemos ser unos perfectos inútiles para hacer el bien.

En fin… Luchar por mantener siempre la rectitud de intención. Y así como alegrarse por el bien que hacen los otros, al mismo tiempo no atribuirse los méritos o el éxito de los demás. Mucho menos aducir, como garantía de rectitud en la vida profesional o en las relaciones sociales para obtener alguna ventaja, el hecho de que somos católicos o que somos practicantes. Entonces el más puro y rancio clericalismo.

METAMOS EL HOMBRO

Alegrarse por el bien de los demás, ayudar a aquellos que saben hacer el bien porque tienen talento para ello, a que lo hagan. Con nuestra oración, también con nuestra colaboración, con nuestro trabajo. Empujando en la misma dirección que los demás tantas obras de caridad que vemos en el mundo, en nuestro país, en nuestra ciudad, en nuestra parroquia propia. Más bien meter el hombro allí para ayudar a todos. 

Vamos a pedir a nuestra Madre, Santa María, para que nos ayude a buscar en todo momento solamente la gloria de Dios. A vivir esa humildad propia de los que nos sabemos instrumentos en las manos del Señor. Ella, que en todo momento sabía que su función era cumplir la voluntad de Dios, que nos ayude también a nosotros a eso. Que en la medida en que lo hagamos y en que vivamos esa virtud, como la humildad, como Ella seremos bienaventurados y se nos facilitará vivir mejor la caridad con Dios y con el prójimo.


Citas Utilizadas

Za 8, 20-23

Sal 86

Lc 9, 51-56

San Wenceslao, mártir o

San Lorenzo Ruiz y compañeros mártires

 

Reflexiones

Madre mía, ayúdame a buscar  en todo momento la gloria de Dios. 

Que como Tú, viva la humildad,  sabiendo que soy  instrumento de Dios.

Que viva mejor la caridad con Dios y con el prójimo. 

Predicado por:

P. Neptalí

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