ENCONTRARNOS CON JESÚS
“En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó y al ir atravesando la ciudad sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús.”
(Lc 19, 1-3).
Nos ponemos en los zapatos de Zaqueo. En los «zapatitos» de Zaqueo, porque era un hombre de baja estatura (seguramente también tenía pies pequeños). “Nos ponemos en sus zapatitos porque también tratamos de conocerte Jesús. Queremos tratarte, queremos encontrarnos contigo, como él se encontró contigo, pero tuvo que superar obstáculos”.
Al preparar esta meditación, me encontré con que, hace un par de años me tocó comentar este mismo Evangelio y en esa ocasión nos ayudábamos con unas palabras de Juan Pablo II, en una homilía que dio en una Iglesia de Roma a la cual visitó. Y ahí nos animaba a examinarnos, a examinar el deseo que tenemos de encontrarnos con Jesús.
SUPERAR LOS OBSTÁCULOS
¿Quiero yo ver a Cristo? ¿Hago todo para poder verlo? Este problema, después de dos mil años, es tan actual como entonces, cuando Jesús atravesaba las ciudades y los poblados de su tierra. Es el problema actual para cada uno de nosotros personalmente.
¿Quiero? ¿Quiero verdaderamente? “Señor que yo quiera de verdad, porque sé que me hace muy bien encontrarme contigo. Como Zaqueo que superó los obstáculos para poderte ver: se subió en un árbol y Tú lo viste cuando pasaste por ahí”.
“Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: -Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa. Él bajó enseguida y lo recibió muy contento.”
(Lc 19, 5-6).
Hace dos años meditábamos en los deseos de Zaqueo, cómo su deseo lo llevó a superar los obstáculos y encontrarse verdaderamente con Jesús y cambiar su vida.
Porque sabemos lo que sucedió después, Zaqueo los recibió en su casa y se convirtió y le dijo a Jesús:
“-Mira Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes y si he defraudado a alguien le restituiré cuatro veces más. Jesús le dijo: -Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido.”
(Lc 19, 8-10).
JESÚS QUIERE ESTAR CON NOSOTROS
Hace dos años nos deteníamos en el deseo de Zaqueo. Ahora vamos a detenernos un poco en el deseo de Cristo.
“¿Qué es lo que Tú tienes Señor en tu corazón? Lo primero que vemos, es que atraviesas la ciudad, te acercas a nosotros. Tu deseo es estar cerca de nosotros, quieres convivir con nosotros, quieres que estemos contigo para siempre. Has venido a invitarnos a la eternidad, la eternidad con Dios, a ser parte de la familia de Dios”.
“Jesús entró en Jericó y atraviesa la ciudad…”
(Lc 19, 1).
“Quieres estar con nosotros, quieres que nos encontremos contigo. Te haces cercano. Incluso, le dices a Zaqueo:
“Tengo que hospedarme en tu casa…”,
quiero no simplemente atravesar la ciudad, sino estar en tu casa, estar en tu vida diaria, en tu vida cotidiana, en tu vida habitual.
MIRAR A JESÚS
Tú quieres Señor que te descubra, que estás muy cerca y qué estás en todas las realidades que ocupa mi existencia: en mi trabajo (por supuesto), en mis relaciones de amistad, en mi familia, en mi descanso… Ahí, en todo eso, Tú estás presente.
Y te puedo encontrar y cuando te encuentre, cuando me atreva a mirarte, a tratarte en esas cosas -obviamente-, me daré cuenta con Tu luz de que tengo que mejorar. Que tengo que cambiar, que tengo que dejar algunas cosas, porque Tu deseo es salvarme. Hay realidades que, a lo mejor, no están tan bien en mi vida.
Que yo Señor, quiera abrirte de verdad mi corazón, las puertas de mi casa, como Zaqueo te abrió las puertas de su casa. Y con Tu presencia reconoció (eso que ya quizá él intuía en su interior), que tenía que cambiar, pero con Tu trato, con el diálogo contigo, tuvo la fuerza para hacerlo. Porque Tú vas a ser nuestro Salvador».
JESÚS VIENE A SALVARNOS
«Vienes a darnos la fuerza para poder cambiar. Quizá, muchas veces, nos damos cuenta de cosas que están mal en nuestra vida, pero no tenemos la fuerza para cambiarlas.
¿Cómo vamos a cambiarlas? Pues, tratándote, buscándote, superando los obstáculos que nos llevan a encontrarnos contigo, para que Tú nos des la fuerza de cambiar: de dejar hábitos, dejar rutinas, de dejar egoísmos…
¿Porque cuál es Tu deseo Señor? Estamos meditando en ese deseo: estar con nosotros, vienes a salvarnos”.
Continuaba en esa homilía San Juan Pablo II (una homilía del año 80), «ya que Zaqueo se convierte, toma la decisión de dar la mitad de sus bienes a los pobres y de restituir a quien haya defraudado».
En este punto se hace evidente, que no solo Zaqueo ha visto a Cristo, sino que al mismo tiempo Cristo ha escrutado su corazón y su conciencia. Lo ha radiografiado hasta el fondo y he aquí que se realiza lo que constituye el fruto propio de ver a Cristo, del encuentro con Él en la verdad plena.
LA OBRA DE LA SALVACIÓN
Se realiza la apertura del corazón. Se realiza la conversión. Se realiza la obra de la salvación. Lo manifiesta el mismo Cristo cuando dice:
“Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”
(Lc 19, 9).
Y concluye Juan Pablo II diciendo: «Esta es una de las expresiones más bellas del Evangelio: el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido».
“Yo Señor soy, a veces, ese que se pierde; yo o algunos aspectos de mi vida que quizá están lejos de Ti, que están un poco perdidos porque Tú no estás ahí o más bien yo no descubro que Tú estás ahí”. Porque como dice aquí el Papa, Tú miras toda nuestra vida.
Como lo dice, Cristo ha escrutado su corazón y su conciencia, lo ha radiografiado hasta el fondo. Tú nos miras, pero no con afán de juzgar, de señalar, sino de salvar.
DEJAR EL PECADO ATRÁS
Tú aquí, en esta historia, mientras estamos vivos, vienes a salvarnos. Después, vendrás como juez al final de los tiempos, pero antes vienes a salvarnos, a ayudarnos, a convertirnos; a dejar el pecado atrás, a dejar todo lo que nos separa de Ti atrás.
Ese es Tu deseo, Tú vienes a salvar lo que estaba perdido, vienes a iluminarnos, a que reconozcamos nuestro pecado. Es importantísimo que reconozcamos que somos pecadores, para podernos convertir y con Tu gracia, realmente dejar lo que nos aleja.
Que imitemos a Zaqueo en ese deseo de verte, porque Tú Señor ya tienes el deseo de encontrarte con nosotros. «Tú nos primereas», como le gusta mucho decir al Papa Francisco.
Cuando nosotros te buscamos, cuando nos ponemos en movimiento de encontrarnos contigo, Tú ya estás ahí. Porque Tu deseo, ya desde antes, te ha puesto en movimiento para facilitar ese encuentro contigo, como vemos en este pasaje del Evangelio, cuando cruzabas por la ciudad de Jericó.
Acudimos a nuestra Madre la Virgen: Madre nuestra ayudarnos a buscar a tu Hijo, a tener la confianza en que sus deseos de salvación son inmensos y que Él ya va a estar ahí, para cuando nosotros nos pongamos en movimiento -Él va a estar ahí previamente-, para facilitar el encuentro con Él.
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