LA VIDA DEL ALMA
Hoy día en el Evangelio, al Señor le toca conversar y discutir. En verdad el Señor no está enojado, pero el tono en que le plantean el asunto es bastante combativo y provocativo.
El asunto es que el Señor está hablando con saduceos, que, a diferencia de otro grupo, a diferencia de los fariseos, los saduceos no creían ni en los espíritus, ni en la vida espiritual, en el alma, ni en la inmortalidad del alma.
Y uno se pregunta, ¿Son judíos o no son? ¿Son hijos de Abraham? ¿Entienden lo que Moisés vivió? Es sorprendente, quizá, pero en esas está el Señor.
Y el Señor les responde la pregunta capciosa que le habían venido a traer. Y al final se refiere a esto, a la vida del alma, del espíritu. Digamos, de la vida humana, porque realmente no es que seamos una especie de alma encarcelada en un cuerpo, sino que somos una unidad de cuerpo y alma.
DIOS DE VIVOS
El Señor les dice esto, dice san Marcos:
“A propósito de que los muertos resucitan. ¿No han leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que dijo Dios?
Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.
No es Dios de muertos, sino de vivos. Están muy equivocados”.
Mira cómo el Señor le responde. ¿Por qué? Porque los saduceos no compartían varias cosas con los fariseos. Pero los saduceos sí reconocían la Torah, esos primeros cinco libros de la Biblia, y en ellos, en esos textos, cuando Dios dice estas palabras:
“Soy el Dios de Isaac, de Abraham, de Isaac, de Jacob”.
HAY ALMA
Es decir, a los saduceos mismos, el Señor les habla con tono fuerte, directo, con mucha seguridad. El Señor les muestra “hay alma”. No sólo somos un montón de átomos, -tipo Demócrito y esa sabiduría griega materialista-, no tenemos alma.
Quería conectar esto porque nos sirve. Seguramente al hacer la oración, mirar al Señor, verlo, conversar con unos y con otros, incluso con los que podían pensar cosas muy distintas.
Y cómo el Señor también les responde muy claramente. Eso nos puede servir para hacer oración.
ME AYUDAS A DAR LUZ
Seguramente ya imaginarnos eso, decirle al Señor: “Señor, ayúdame a aprender la doctrina, para darle a los demás, para dar esta luz, así como te veo hacerlo a Ti”.
Por ahí puede ir nuestra oración, quizá, y muy bien, le ponemos pausa a este audio y seguimos haciendo oración. Cada uno haga lo que quiera.
Pero yo pensaba conectar hacia otro lado, porque hoy en la Iglesia celebramos la memoria litúrgica de un grupo de santos mártires africanos de Uganda.
SANTOS MÁRTIRES DE ÁFRICA
En concreto, hoy celebramos a san Carl Lwanga y doce compañeros mártires, todos ellos jóvenes entre 14 y 30 años, que formaban parte de un grupo de jóvenes nobles de guardia del rey Mwanga II, y que eran cristianos hace poco, se estaban preparando para recibir el bautismo.
Y resulta que el rey los forzó a hacer actos inmorales, o quería forzarlos a eso. Y ellos se opusieron por su dignidad humana. Por la conciencia de su alma y de su espíritu.
No solamente digamos, “porque lo dice la Iglesia o porque lo dice Dios en los mandamientos”. (Si se lo dice a Dios en los mandamientos, lo dice la Iglesia, pero Dios lo dice). Y lo dice la Iglesia, porque tenemos dignidad por la realidad de las cosas.
No es que sea el capricho de Dios que manda, o el capricho de la Iglesia que enseña algo. No. Es lo que Dios pide. La Iglesia enseña tal cosa, porque de hecho somos así, porque el Señor nos ha hecho así, dignos, no sólo cuerpos, sino un cuerpo y alma con dignidad humana.
JÓVENES CON UNA ENORME FIRMEZA
Y por eso San Carl Lwanga y esos doce se opusieron. Eran jóvenes, pero firmes, con la misma firmeza que vemos a Jesús responder, enseñar, vivir, con la misma firmeza de la dignidad humana.
Porque no solo somos un montón de átomos de materia, por más perfectamente que pueda estar diseñada o estructurada; sino que el Señor nos ha hecho con esta capacidad de rezar.
Tú nos has hecho con esta capacidad profunda de amar, porque tenemos un alma, un espíritu, una dignidad maravillosa.
Hace pocos días tuvimos en la solemnidad de Pentecostés, y hoy un padre de la Iglesia que se llama san Hilario, en un texto sobre la Santísima Trinidad nos dice que:
“El Espíritu Santo es como una luz, como una fuerza en su presencia en nosotros, que nos hace capaces de percibir muchas cosas”.
SER CAPACES DE VER
Los saduceos parecían ciegos. Estaban muy ciegos. No eran capaces de ver el alma, ni la dignidad humana. Por tanto, también ese rey Mwanda no era capaz de ver.
Y hoy en día, también en nuestra cultura, el ambiente a nosotros nos afecta en bastantes ámbitos. Seguramente a veces estamos un poco atontados como un poco enceguecidos.
Y es al Espíritu Santo que podemos rezar y decirle: “Ven Espíritu Santo, danos conocimiento, luz y fuerza. Danos un conocimiento más profundo”.
Porque del mismo modo que nuestro cuerpo natural, cuando se ve privado de los estímulos adecuados, permanece inactivo.
Por ejemplo, los ojos privados de luz, los oídos cuando falta el sonido, el olfato cuando no hay ningún olor, no ejercen su función propia. No porque dejen de existir por la falta de estímulo, sino porque necesitan ese estímulo para actuar.
TENER LUZ PARA LLEGAR AL CONOCIMIENTO
Y seguía san Hilario:
“Así también nuestra alma, si no recibe por la fe el don que es el Espíritu, tendrá ciertamente una naturaleza capaz de entender a Dios, pero le faltará la luz para llegar a ese conocimiento”.
Y si nosotros queremos, como san Carl Lwanga y sus compañeros mártires, tener esta finura interior, esta capacidad de ver toda la dignidad del ser humano.
Si nosotros, como Jesús, somos capaces de ver que somos cuerpo y alma con una inmortalidad maravillosa, con una vida preciosa que nos espera… Si queremos todo eso, pidamos al Espíritu Santo que refuerce en nosotros, que encienda en nosotros las virtudes humanas.
LA TEMPLANZA
Pero que el Espíritu Santo, con sus dones, con su gracia, encienda en nosotros qué es la virtud de la templanza, ya que con la virtud de la templanza que se ejercita en la comida, en la bebida y en el descanso; la templanza animad e iluminada dentro por la gracia del Espíritu Santo, nos hace capaces de ver mucho más.
Por eso es muy bueno, por decirlo así, entrenar la templanza. Buscar la templanza.Pediremos ahora al Espíritu Santo:
“Ven Espíritu Santo, ayúdame a ser un hombre templado, un hombre que sea capaz de ver tanta belleza, ¡la belleza de Dios!”
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