NOS ASISTE NUESTRA MADRE
En estos 10 minutos con Jesús, como siempre pedimos una especial asistencia, en este caso a la Santísima Virgen, ya que estamos recorriendo la novena a la Inmaculada Concepción de María.
Que nos asista, que nos ayude con su mediación para que sepamos hacer oración con Jesús, para que podamos hablar con Jesús… que es el objetivo principal siempre en estos 10 minutos: Hablar con Jesús.
Contarle a Jesús cuáles son nuestras preocupaciones, cuáles son nuestros anhelos, cuáles son nuestras ilusiones, qué tenemos en el corazón. Qué nos gustaría, que no nos gustaría. Qué queremos sacarnos del corazón…
Hace poco en un ejercicio con alumnos de la facultad hacíamos este trabajo: al subir una montaña, cada uno tomaba una piedra más o menos grande. Y pensaba: – Bueno, a ver qué cosa quiero sacarme de encima. Después de llevarla hasta la cima de la montaña, sobre esas piedras poníamos un altar y celebrábamos la misa.
HABLAR CON JESÚS
Habiéndonos sacado a veces un rencor, una preocupación, algo que nos genera ansiedad, miedo al futuro, miedo a las dificultades, todo eso se lo decimos a Jesús:
Señor ayúdame con esto, ayúdame con aquello otro, dame esto que necesito…
LE COMPRARTIMOS TODO A JESÚS
Por eso, lo más importante es hablar con Jesús. Que cada uno de nosotros pueda hablar con Jesús en estos 10 minutos de oración, se lo pedimos a la Santísima Virgen, medianera de todas las gracias, y en cuyo honor estamos haciendo esta novena. Le pedimos que nos asista, que nos ayude, que nos dé su gracia.
En el Evangelio del día, dice lo siguiente san Mateo:
“En aquel tiempo Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus sinagogas, proclamando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.
Al ver a la muchedumbre se compadecía de ellos porque estaban extenuados, abandonados, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces les dijo a sus discípulos: – La mies es abundante pero los trabajadores son pocos, rueguen por favor al señor de la mies para envíe trabajadores su mies»
(Mt 9, 35-38).
«Llama luego a los doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia»
(Mt, 10,1-2).
«A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: – Vayan a las ovejas descarriadas de Israel, vayan y proclamen que ha llegado el Reino de los cielos, curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, arrojen demonios, todo lo han recibido gratuitamente denlo gratuitamente”
(Mt 10, 5-9).
Es un Evangelio tremendamente rico en matices, porque nos habla un montón de aspectos del corazón de Jesucristo.
Por lo pronto nos muestra lo que Jesús hace a lo largo de toda su vida: va a curar enfermedades, expulsar demonios, limpiar de la lepra a los leprosos, devolver la vista a los ciegos, resucitar muertos y va a curar el mal.
JESÚS ATACA EL MAL
Jesús ataca el mal, y el mal en todas sus formas: como ignorancia, hambre, enfermedad y muerte.
Jesucristo ha venido a la tierra para vencer al mal, para derrotar al mal y para enseñarnos cómo manejar el mal. Ya que el único modo de evitar el mal completamente es matarnos. Así como el diluvio universal todo fue de volver a empezar sin humanos, sin libertad.
Es la única manera de que no haya mal en la Tierra, que no haya mal en el mundo, que no haya mal en la historia nuevamente. El Señor nunca quiere ese plan, el plan de eliminar la libertad humana.
Dios en su misericordia, ha preferido sufrir Él en su carne, en su vida. Esta presencia del mal que se ve asentada en la Pasión, fundamentalmente, es en donde le vamos a hacer de todo a Dios: lo vamos a flagelar, lo vamos a coronar de espinas y lo vamos a terminar clavando en una Cruz y matando.
JESÚS NOS ENSEÑA A MANEJAR EL MAL
Jesús lo que nos enseña es cómo manejar el mal y Él lo hace en su propia vida, atacando en todas sus formas, ya sea que se presente como ceguera, como sordomudez, lepra, como ignorancia o como la misma muerte. Bajo cualquier manifestación.
EL SEÑOR SE CONMUEVE
El Señor se conmueve ante esas multitudes que andaban abatidas como ovejas que no tienen Pastor. Jesús se conmueve ante una multitud que llevaba tres días siguiéndolo y no tenía que comer…
QUIERO TENER LOS SENTIMIENTOS DEL SEÑOR
El Señor se conmueve ante cualquier manifestación del mal en la historia. Esto es lo que nos llama nosotros a reproducir estos sentimientos. Nos pide Jesús que tengamos estos sentimientos y se lo decimos ahora:
«Señor dame por favor los mismos sentimientos que Vos tenés, que me conmueva hasta las lágrimas; ante la ignorancia, ante el dolor, ante la enfermedad, ante la muerte de las personas que se cruzan en mi camino y en el camino de la vida».
Estos son los sentimientos que el Señor nos pide, porque nos terminará enviando como dice el Evangelio: «Vayan y hagan esto», nos lo dice súper claro. Curen a los que están enfermos, den de comer al hambriento, vistan al que está desnudo, curen a todas las personas con las cuales se cruzan, curen sus heridas… Todos tenemos heridas, muchísimas heridas que hay que curar.
HACER EL BIEN CON QUIÉN TENGO DELANTE
Pienso que Dios, todos los días de nuestra vida, todos los días de nuestra vida, antes de que nosotros nos despertemos, elabora una lista de gente con la cual nos vamos a cruzar a lo largo de ese día, en concreto del día de hoy, del día de mañana, y de pasado mañana.
Dios ya tiene la lista hecha de todas las personas con las cuales nos vamos a cruzar y de cuyas heridas tenemos que cuidar, vendar, poner un poquito de aceite. Al menos, tomarle la mano a esa persona, quizás moribunda.
Son tantas heridas en el corazón, de los cuerpos y en las almas de las personas con las cuales nos cruzamos, que siempre hay algo que podemos y tenemos que hacer.
Dios nos pone delante para eso. Nos envía como acaba de decir el Evangelio:
«Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio, curando todas las enfermedades, todas las dolencias, limpien las heridas, curen las heridas de los demás».
El Señor nos pide que curemos heridas ajenas, curen a los demás. Y si ustedes lo han recibido gratuitamente, denlo gratuitamente.
MARÍA LA MADRE DE DIOS
Jesucristo es enormemente claro en este aspecto, y lo estamos viendo estos días que recorremos la Novena a la Inmaculada Concepción de María, preparando esa fiesta tan bonita de la Virgen, esa mujer increíble que lo desquicia a Dios, lo saca de su quicio.
Logra que Dios se enamore de ella, hasta el punto de que Dios le pide ser su esposa y sobre todo ser criatura de su propio vientre, ser engendrado en María, que es una cosa que supera nuestra capacidad de entender…
LA VÍRGEN MARÍA, LA QUE MÁS SE PARECE A DIOS
Porque María ha servido como a nadie a los demás, es la persona que mejor y con más profundidad ha curado de las heridas ajenas y por eso tiene como esta dignidad increíble, esta capacidad para parecerse a Dios.
Dios ante María se conmueve. María debe ser una persona increíble, como Jesús, capaz de curar todas las heridas.
EL PRIMER MILAGRO
Por eso es tan significativo el primer milagro que hace Nuestra Madre que es transformar agua en vino, para un casamiento. Un milagro que podríamos tildar de frívolo e innecesario y poco útil; porque habría muchos leprosos, muchos enfermos, muchos desgraciados y muchas personas con angustias y problemas en Caná.
Sin embargo, se ocupa de algo tremendamente intrascendente, como es la carencia de vino después de unos días de boda, no sabemos en qué momento de la boda estaban.
No era algo importante ni necesario, podían perfectamente prescindir de ese vino y seguir con los festejos igual.
A NUESTRA MADRE LE INTERESA TODO LO NUESTRO
Sin embargo, Nuestra Madre con ese milagro, es como si nos dijese: Todo lo tuyo me preocupa, hasta las cosas más chiquititas, hasta ese dolor de muela y ese examen. Esa receta que no te sale, ese pequeño problema económico o mediano, lo que sea. Todo lo tuyo es mío, todo lo tuyo me importa.
Es Nuestra Madre y está dispuesta a resolverlo.
Por eso pidámosle a Jesús por intención de María, que curemos los problemas y las heridas de toda la gente que nos cruzamos cada día.
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