¿QUÉ HACÍA JESÚS ANTES DE SU BAUTISMO?
Mañana seguramente vamos a meditar y a celebrar el Bautismo del Señor, cuando Jesús se acerca al río Jordán donde está Juan Bautista, se abre el Cielo y se escucha la voz de Dios Padre, y baja el Espíritu Santo en forma de paloma.
Bueno, eso va a ser mañana. Y el día anterior ¿en qué estaba Jesús? Ahora que estamos en verdad, no solamente pensando, o escuchando, o reflexionando, o yo hablando, sino que estamos rezando -y rezar es estar con el Señor, son diez minutos con Jesús ¿verdad?
Entonces, ahora que estamos estos diez minutos con el Señor, en vez de solamente pensar o conjeturar qué haría el Señor el día antes de su bautismo, quizá podamos preguntarle a Él: “Señor, ¿Tú qué estabas haciendo el día antes? ¿En qué andabas Señor, el día antes?”
LA VIDA OCULTA DEL SEÑOR
Y la respuesta en verdad no la sabemos. Podemos conjeturar, podemos pensar, podemos imaginar, es muy bueno contemplar. Pero si hay algo claro es que el día antes era -fue- el último día de los años de vida oculta del Señor.
Con el bautismo de Jesús comienza la vida pública de Jesús. Jesús, siendo bautizado por Juan, es ungido por Dios con el Espíritu Santo. Jesús es ungido, es decir, en hebreo es “el Mesías”, el Ungido -en griego “Christos”, en latín “Christus”. Jesús, desde el día de mañana, va a ser Jesucristo, el Ungido de Dios; Jesús el Ungido de Dios, Jesucristo.
Y comienza entonces la vida pública de nuestro Señor.
Hasta hoy, la vida oculta de Jesús -treinta años más o menos-, una inmensa parte de la vida del Señor fue una vida oculta.
Y hay unas palabras, unas frases de San Josemaría en una homilía que nos pueden servir para hacer oración, para contemplarlo, para conversarlo con Jesús, “para que Tú, Señor, pongas luz con tu vida, en la sombra pongas luz, en mi vida, que suele ser tan cotidiana, tan normal”.
AÑOS DE SOMBRA
Unas palabras de San Josemaría que dice lo siguiente:
“Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana, el quehacer corriente y ordinario, tiene un sentido divino. Por mucho que hayamos considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de admiración al pensar en los treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros claros como la luz del sol. Mejor, resplandor que ilumina nuestros días y les da una auténtica proyección…”
(Es Cristo que Pasa, 14).
Fíjate cómo san Josemaría juega con esto, que es verdad, muchas veces es la vida oculta del Señor, aunque era clarísimo a los ojos de todo el mundo – todo el mundo sabía es el hijo de María, es el carpintero, el hijo del carpintero, el artesano… Todo el mundo lo sabía, lo conocían, lo querían un montón a Jesús.
Pero claro, comparado con la vida pública de predicación, de signos, milagros, enseñanzas, tanto cariño… ¡Claro! comparado con todo eso de la vida pública, que comienza mañana con el bautismo, estos treinta años antes son como años de vida oculta, como años de sombra.
TREINTA AÑOS CLAROS COMO EL SOL
Y san Josemaría dice:
“[estos] años de sombra, para nosotros son claros, como la luz del sol” (ídem).
Pero dice no solamente es que sean claros, no es solamente que podamos imaginarlos, y recrearlos, y entenderlos muy a fondo; no es que solamente no sean en sí mismo oscuros, no es solamente que tengan la claridad del sol. Sino que, dice san Josemaría: la claridad, la belleza de esa vida silenciosa, oculta, normalísima de Jesús, para nosotros es un resplandor.
Es decir, es una vida clarísima como la luz del sol, y como la luz del sol ilumina nuestras vidas. No es solamente que la vida del Señor sea luminosa, su vida en Nazaret, su vida normal, corriente, de acá para allá, trabajando, riéndose, celebrando con amigos, aprendiendo un montón de cosas, estando ahí en la vida de familia.
“No es solamente que tu vida, Jesús, sea luminosa y bonita, es que no es sólo tu vida la que es luminosa, Señor, sino que tu vida luminosa ilumina la mía”.
Por eso dice, “es un resplandor que ilumina nuestros días y les da una auténtica proyección” (ídem).
LA VIDA DE JESÚS QUE ILUMINA NUESTRAS VIDAS
Entonces nosotros ahora que estamos, bueno, tú lo que quieras, porque la oración es tan personal ¿verdad? Pero quizás podemos ahora decirle al Señor: “Señor, yo quiero que mi vida esté -en cada rinconcito de mi vida, en toda mi vida- el resplandor, la luz de tu vida, de tu vida oculta, ordinaria, normal, lo que se llama la vida oculta tuya” -de Jesús. La que dura hasta hoy, pues ya mañana empieza la vida pública del Señor con el bautismo.
“Pero, Señor, que mi vida, normalísima como la tuya, esté iluminada por el sol de tu cariño, la belleza, la atención, el servicio que ponías Tú en las cosas. Señor, yo quiero ser -le podemos decir quizás-, Señor, yo quiero ser un hombre de fe”.
Es decir, que la fe le de ese toque a todo lo que hago, que ponga luz, belleza, el modo divino, cariñoso de hacer las cosas, de servir. En lo grande, en los detalles también; en lo que es aparente, así que se nota, en lo manifiesto y también en lo oculto, lo sencillo, en lo que quizás la gente no ve sencillamente, no porque yo lo haga a escondidas, sino porque no le interesa a la gente. -Digo, «por ser tan normal.» Bueno, si no los diarios serían enciclopedias y no, los periódicos son una selección, -ojalá verdadera-, de hechos que son llamativos. Claro, por eso están ahí. Mi vida no aparece en los diarios porque es tan normal, tan corriente.
EN LO OCULTO O EN LO APARENTE
La otra vez entré a un edificio; había un caballero ahí en la puerta, como de portero, y lo saludé. Le dije: ¿Cómo está don Moisés? -nos conocemos- ¿Cómo está? Buenos días, buenas tardes, ya no me acuerdo. Y don Moisés estaba sentado como concentrado, con la mirada hacia abajo, con algo entre las manos. Y levantó la mirada, me contestó el saludo muy simpático, me dijo: -Míreme padre, me pilló justo rezando. Y tenía en las manos -de hecho, yo no había alcanzado a verlo-, tenía una estampita de la Virgen y estaba rezando ahí tranquilo, silencioso, un día cualquiera.
Me llamaba la atención porque ahí estaba Moisés, silencioso, tranquilo, rezando, cuando justo al frente, al otro lado la calle, están construyendo un edificio que, no sé, tendrá 14 ó 15 plantas. Y claro, como buena construcción había un ruido incesante: martillazos, gente cortando madera, poniendo fierros, poniendo cemento, ¡qué se yo! gente hablando, gritando, la grúa… Claro, la construcción de un edificio.
Qué llamativo el contraste del edificio al frente, trabajando, haciendo mucho ruido, por decirlo así, algo muy aparente, y al frente, en la quietud de esa portería del edificio, don Moisés, silencioso, tranquilo, rezando.
REZAR SIEMPRE EN LO QUE HAGAMOS
La verdad es que se puede rezar, y nosotros intentamos rezar, martillando, cortando madera, poniendo cemento, trabajando, digamos, con lo que también es más aparente… ¡Por supuesto que sí! Y también como don Moisés, en lo tranquilo, en lo sereno, en lo oculto, en lo normalísimo, en lo que no hace ruido.
Bueno, vamos a pedirle al Señor saber contemplar su vida. Vale la pena contemplar la vida tranquila, la vida oculta del Señor, la vida oculta de María, de José. Vale la pena porque en verdad son años claros, como la luz del sol y además de un resplandor que ilumina nuestra vida.
Vale la pena contemplar, vale la pena decirle a la Virgen, a San José: “Ayúdenme a imaginar, a rezar, a contemplar a Jesús en su vida oculta, también en su vida pública, llena de luz, llena de maravillas, esta que comienza mañana con el bautismo”.
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