Seguramente alguna vez todos hemos soñado con diseñar nuestra propia casa o nuestra habitación. Algo así como cuando la gente dice “la casa de mis sueños”.
“Pues Tú Señor no sólo has soñado con eso, sino que lo has hecho: has podido construir una casa donde Tú pudieras poderla habitar. Y lo hiciste en dos ocasiones en esta historia de los hombres”.
La primera fue con el pueblo judío y se recoge en el libro del Éxodo:
“Dios dice: Me harás un santuario para que Yo habite en medio de ellos. (…) Harás un arca de madera de acacia (…). La revestirás de oro puro (…). Harás también varales de madera de acacia, que revestirás de oro (…).
Harás asimismo un propiciatorio de oro puro (…). Harás, además, dos querubines de oro macizo (…). Allí me encontraré contigo; desde encima del propiciatorio, de en medio de los dos querubines colocados sobre el arca del Testimonio, te comunicaré todo lo que haya de ordenarte para los israelitas”
(Ex 25, 8-22).
Y esto se ve que era un lugar muy rico e impresionante, te obedecieron y así lo hicieron. Y allí el pueblo Judío se encontraba con Dios.
Así pasó el tiempo, pasaron los siglos… desde la creación hasta la plenitud de los tiempos.
LA NUEVA ALIANZA
“Entonces Tú Señor pudiste echar a andar tu verdadero sueño. Porque llegaba el momento de la nueva alianza” y Dios habitaría una nueva Morada: nueve meses en el seno Purísimo de María: El sueño de Yahvé.
Así lo dice un autor:
“La Santísima Trinidad se reúne a la hora de crearla: Yo seré su esposo -dijo el Espíritu Santo-. La haré santa desde el mismo comienzo de su ser; fecundaré sus entrañas con mi presencia y siempre estará llena de mí y de mis dones. Será Inmaculada y tan graciosa como solo puede serlo la Esposa del mismo Dios.
Yo seré su Hijo –continuó el Verbo-. Recibiré su carne y su sangre, sus gestos y sus mimos. Y divinizaré sus besos, su mirada y las manos que me acaricien. Todo lo suyo será divino, porque también será mío.
Será mi Hija predilecta –afirmó el Padre-. Estará siempre ante mis ojos y con mi mirada la iré embelleciendo hasta que Yo mismo no pueda dejar de contemplarla, de tanto amor que le tenga.
Yahvé soñó con su Madre. Pensando en sus ojos, creó el mar; imaginando su sonrisa, llenó las flores de pétalos, añorando sus caricias, nacieron las palomas. Y en cada mujer, desde el comienzo del mundo hasta hoy, puso algo de María”
(El Belén que puso Dios, Enrique Monasterio, Ediciones Palabra 2016).
MÁS QUE TÚ, SOLO DIOS
La verdad es que me encanta esta descripción y cada vez que la leo pienso: María, ¡más que tú sólo Dios! Ella es el Templo, ¡esta criatura no tiene comparación!
No se sabía en la tierra, pues ya se había perdido noticia, de cómo era la gracia, la gracia santificante.
Desde Adán y Eva no había esa luz intensa en las almas. Ya nadie se acordaba: ¿Cómo se respira con gracia? ¿Cómo se reacciona con gracia? ¿Cómo se reza con gracia?
UN VISTAZO A MARÍA
La humanidad, podríamos decir, se había olvidado del color y del olor de la gracia y vino la Inmaculada. Era el primer paso de la misericordia, porque en el rostro tuyo María, Madre Nuestra, se dibujaban ya las facciones Jesús y en su comportamiento, se avisaba ya la venida del Redentor.
Me gusta pensar que era espectáculo y recreo de los ángeles. Como si los ángeles se preguntaran, a partir de la Concepción de María, unos a los otros: ¿Qué vas a hacer? ¿A dónde vas? Y los otros respondieran: ¡Pues voy a echarle un vistazo a María!
¡Porque todos querían ver el sueño de Yahvé hecho carne!
DIOS IBA CON TODO
Y es que Dios se volcaba, una vez más, con la humanidad. Pero esta vez iba en serio, iba “con todo”.
En previsión de los méritos de Cristo en su Pasión, Muerte y Resurrección, la Virgen fue pionera en el orden de la gracia y esto es lo que entendemos con la Inmaculada Concepción.
“Nosotros Señor intentamos imitarte y tratarte bien y por eso procuramos tener las Iglesias bien puestas y los vasos sagrados, en la medida de lo posible, enriquecidos con joyas, pero eso no es del todo suficiente”.
DIOS BUSCA ALMAS DONDE PUEDA HABITAR
Dios espera gente de carne y hueso que le quiera. Gente que, como tú y yo, sepamos corresponder a la gracia. Almas en las que Él pueda habitar con gusto. La cercanía con Dios es lo que más embellece, ni el oro se asemeja a la gracia.
Por eso, el Arcángel San Gabriel le dice:
“Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo” (Lc 1, 26).
Elige bien las palabras, no cabía una “gota” más de gracia en ella. Ella había ido creciendo más de gracia en gracia; le había ido respondiendo siempre que sí a Dios.
CUIDAR LA GRACIA
¿Y nosotros…? Y yo, ¿hasta dónde llego? ¿Cuido la gracia? ¿Busco la gracia? ¿Aumento la gracia? Y si la pierdo, ¿corro a buscarla en la confesión?
En esa confesión en la que el sacerdote después de darme la absolución puede decir una fórmula en la que nos dice
“El bien que hagas y el mal que puedas sufrir te sirvan como remedio de tus pecados, aumento de gracia y premio de vida eterna”
(Oración del penitente).
Madre mía, en estos 10 minutos que también están centrados en ti porque llega a su fin la novena de la Inmaculada Concepción, te pedimos que nos ayudes a valorar la gracia, a cuidarla y a buscarla.
DEVOCIÓN A LA INMACULADA
En estas tierras benditas de Latinoamérica le tenemos mucha devoción a la Inmaculada. Y en Centroamérica hay dos tradiciones que nos pueden servir. Las dos tienen lugar en vísperas de la Inmaculada.
En Guatemala se realiza la quema del diablo, porque el diablo y el pecado son vencidos y no tienen parte en la Concepción de Santa María. Entonces se le quema la tarde anterior a la fiesta de la Inmaculada.
Escribió un sacerdote recién llegado a Guatemala por allá por el 1953:
“Me admiró especialmente la gran devoción de este pueblo hacia la Inmaculada. Al caer la tarde del 7 de diciembre, se encendieron en las calles de la capital centenares de fogatas.
Esas hogueras –me explicaron- perpetúan la alegría que produjo en Guatemala, durante el siglo pasado, la declaración del dogma Mariano. Entonces, estaba a punto de cumplirse el primer centenario. Es un espectáculo inolvidable”
(Un mar sin orillas, Antonio Rodríguez Pedrazuela, Ediciones Rialp 1999).
EN NICARAGUA
En Nicaragua también tienen una tradición que se le llama la gritería:
“El 7 de diciembre, la gente sale a “gritar”: ¿Quién causa tanta alegría? ¡La Concepción de María!.
Muchas casas ponen altares en sus puertas para que quien lo desee pase “gritando” a la imagen puesta ahí. Usualmente también se canta algún estribillo de un canto Mariano y los dueños de casa dan un “brindis”, que consiste en un dulce típico, una fruta, una bebida o cualquier cosa para compartir”
(Tiene su origen en la Ciudad de León, por los Frailes Franciscanos).
Madre mía: que queme el pecado que hay en mí. Y que grite de alegría por tu Inmaculada Concepción. Que me lleve a valorar la gracia y a cuidarla. Porque esa es la gran lección que tú nos das. O como te dicen en aquella jaculatoria que muchas repiten ”Madre mía que no permitas que ninguno de nosotros viva o muera en pecado mortal”.