APARTA EL ODIO DE LOS CORAZONES
En estos 10 minutos con Jesús vamos a procurar, como siempre, entablar una conversación, un diálogo, una relación con Jesús para, de esta manera, crecer en nuestro amor por Él.
Le vamos a pedir que nos ayude a experimentar ese fuego. Que no sea una simple llamita que arde ahí como un pequeño fosforito encendido en el corazón nuestro, sino una verdadera fogata, una luz de fuego. Fuego venido a toda la tierra y ¿qué quiero? que arda.
Y tiene que arder, en primer lugar, en nuestros corazones. ¡No! Jesús no quiere que prendamos fuego al mundo materialmente, sino que se enciendan de fuego nuestros corazones.
Esto se lo tenemos que pedir. Nadie da lo que no tiene: no podremos dar luz, calor, vida, si no la tenemos en nosotros. Por eso le pedimos este fuego, esta acción del Espíritu Santo en nosotros. Como esas llamas de fuego de Pentecostés, que ilumine, que encienda nuestro corazón para ser verdaderos seguidores del Señor.
SEGUIDORES Y AMIGOS DE JESÚS
En este sentido, vamos a procurar seguir el Evangelio del día que dice lo siguiente:
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si el mundo los odia, sepan que me han odiado antes a mí que ustedes. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya; pero como no son del mundo, sino que Yo los he sacado eligiéndolos del mundo, por eso el mundo los odia.
Acuérdense que les dije: No es el siervo más que su amo. Si a Mí me han perseguido, también a ustedes los van a perseguir; si han guardado mi palabra, también guardarán la de ustedes. Todo esto lo harán con ustedes a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió”
(Jn 15, 18-21).
El Señor Dios nos recuerda con este Evangelio que con una enseñanza como ésta se le da sentido a todo lo que san Juan está tratando de decirnos.
Los contrastes nos hacen caer en la cuenta de la importancia que tiene para nuestra fe andar en la Palabra de Dios como seguidores. Por eso entraremos en la tónica de la Resurrección de esta manera, de este modo, como seguidores de Jesús.
El Señor nos habla en todo este capítulo de la importancia de permanecer en Jesús, en Cristo, para dar fruto y que ese fruto sea duradero y, de esa manera, rebosar de alegría. Nos da un mandato muy concreto:
“Ámense los unos a los otros”
(Jn 13, 34).
De este modo se ve que estas realidades conforman la columna vertebral del discipulado, un título importante:
“Ya no los llamo siervos […] sino amigos”
(Jn 15, 15)
para, de este modo enviar a los amigos a que den un fruto que no se corrompa.
Este es el marco concreto con el que Jesús resucitado se presenta después de la Pascua. El fenómeno de la Resurrección no es una obra de magia, sino algo muy real, totalmente unido a nuestra realidad de discípulos.
Por eso se está hablando del mundo, no como algo malo de lo que tengamos que huir, sino de aquello que va contra Dios.
CONTRASTES EN NUESTRA ALMA
Jesús resucitado, pero consciente de que en nuestro interior se debate esa lucha interior entre muerte y vida, entre oscuridad y luz, pecado y salvación. Resucita para salvarnos. Ese Jesús resucitado nos advierte: miren que hay muerte y resurrección, pecado y salvación, oscuridad y luz.
Sigue habiendo zonas en nuestro corazón, en nuestra alma, en las que no hemos dejado entrar la luz resucitadora de Jesucristo y por eso en nuestra alma hay guerras.
Tenemos que, de alguna manera, hacer un proceso de reciclaje, de conversión del que nos habla el cántico del siervo de Yahvé.
“El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído para que escuche como los discípulos”
(Is 50, 4).
Pasar de lo que nos distrae de la voluntad de Dios, de esas cegueras, de ese desamor, que va anidando en lo más íntimo de nuestro corazón para poder actuar como lo hizo el mismo Jesús; hay que reciclar el corazón.
A Él lo persiguieron por el mensaje que traía de parte de Dios. Jesús fue perseguido y también a nosotros nos van a perseguir, por eso el Señor habla de que “los van a odiar”.
Nosotros estamos llamados a hacer todo lo contrario, a dar una palabra de aliento en medio de la persecución. Espabilar el oído para poder escuchar esos gritos desgarradores que nos lanza a veces el mundo: ¡Vengan y ayúdennos!
Esa es, en definitiva, la fuerza a la que nos lanza Jesús resucitado, porque así lo vivió Él. Vayan y salven y ayuden a toda la gente que está desesperada, necesitada, en este mundo en guerra que nos ha tocado vivir.
NUESTRA ARMA: EL ROSARIO
Todos estamos siendo testigos de la guerra de Ucrania, que es una guerra que puede extenderse y que puede hacerse mucho más espantosa de lo que ya es. Y escuchamos ese grito desgarrador del Señor desde cada una de las víctimas, desde cada uno de los familiares de las víctimas, todos los exiliados, todas las personas que han perdido todo, que han dejado su tierra, que están buscando cómo sobrevivir por ahí…
Jesús nos recuerda que esas personas están esperando de nosotros un gesto, una ayuda, una cercanía de Dios. Estamos para acercarnos a esa gente.
Concretamente me parece que, una manera muy práctica de ayudar, es rezar el rosario, pidiendo a nuestra Señora que acabe con la guerra. Necesitamos rezar el rosario para pedirle a la santísima Virgen que acabe con la guerra.
La Virgen santísima ha demostrado su acción en muchas guerras para frenarlas, para evitar la destrucción, para evitar todos los monstruos, porque es el infierno en la tierra (la guerra); es el peor de los infiernos.
Basta que pensemos en esta misma Rusia, que está llena de gente muy buena, pero desgraciadamente hay gente mala que genera esta guerra, a veces motivada con razones aparentemente razonables, pero que nunca tienen razón para hacer una guerra. Nunca están fundadas.
Cuando Rusia invade, después de la Segunda Guerra Mundial, gran parte de Europa -pensemos en Polonia, Alemania, Bulgaria, Albania, Chequia, Eslovaquia, Hungría, Serbia y Montenegro, Bosnia, Estonia, Lituania, Letonia, Eslovenia, Croacia… montón de países, hasta Grecia-, también invade Austria.
ELIMINA EL ODIO Y LA GUERRA
Y la santísima Virgen en un momento le hace ver a un sacerdote austríaco -en una aparición personal de la Virgen a este hombre- que tenía que conseguir que un millón de austriacos rezase diariamente el rosario y entonces ella podría actuar. Cuando realmente quisieran, pidiendo con la oración que frenara la guerra, que los liberase del yugo de los de los rusos, ella podría interceder.
Este pobre hombre se puso a predicar. Al principio, nadie le creía y de a poquito fue sumando gente, se fue haciendo conocido, fueron apareciendo cadenas, se hablaba del cura que pedía el rosario por la libertad de Austria.
El pobre hombre tardó siete años en conseguir ese millón de rosarios diarios pidiéndole a la Virgen la liberación de Austria. Y cuando se llegó -después de siete años-, al millón de austríacos rezando por su patria, por la libertad de su patria, los rusos se fueron de la noche a la mañana. ¡Desaparecieron! Fue un caso único en la historia de las invasiones rusas.
Por eso, pidámosle a nuestra Señora, con muchísima confianza, que acabe la guerra. Nuestra Señora tiene el poder de desatar esos nudos monstruosos de la guerra. Pero se lo tenemos que pedir concretamente con esta arma increíble que se nos ha dado -especialmente en este mes de mayo consagrado a ella- el Santo Rosario.