MATRIMONIO Y CELIBATO
Hace poco tuve entre mis manos un libro nuevo que salió, un libro escrito por un sacerdote chileno llamado Cristián Sahli y el libro se titula así: “Dos regalos maravillosos”.
Trata sobre las dos grandes vocaciones o vocaciones, en sentido general en la Iglesia: la vocación al matrimonio y la vocación al celibato apostólico, a dejarlo todo por el Reino de los Cielos.
Y justamente hoy, el Evangelio de la misa, e incluso la Primera Lectura, nos hablan de esos dos regalos maravillosos, del matrimonio y del celibato por el Reino de los Cielos. Y estas dos realidades son preciosas.
Pero también, todos tenemos la experiencia, no solamente por nuestra propia vida, sino por lo que vemos a nuestro alrededor, que también se trata de desafíos. Son tareas y tareas que a veces son difíciles, y que en algunos casos, lamentablemente, se han visto fracasadas.
En verdad que venimos saliendo de la pandemia del coronavirus, pero a nuestro alrededor hay otra pandemia, la pandemia de la infidelidad. Y todos conocemos casos de matrimonios rotos, de sacerdotes que han dejado su ministerio por uno u otro motivo.
No se trata aquí de juzgar, ni de meter a todos en el mismo saco, pero evidentemente cuando uno se enfrenta, si uno es soltero y se enfrenta a alguna de estas dos realidades, vocaciones o llamadas de Dios, la verdad es que a uno le entra un poco de miedo…
Y se pregunta: ¿y yo, seré capaz de llegar hasta el final? ¿Esto va a funcionar? ¿No sería mejor no intentarlo y quedarme tranquilo en la casa? ¿No sería mejor no comprometerme? Porque quizá esto que parece bonito, al final realmente termina siendo una fuente de sufrimientos…
DIOS NOS ACOMPAÑA
Y hoy el Señor nos quiere decir en el Evangelio que no, que no hemos de tener miedo ante estos interrogantes. Y la razón es muy sencilla. La razón es que Él nos acompaña en este camino.
Nosotros no podemos juzgar a otras personas que ya han tomado una decisión y después se hayan vuelto atrás. No podemos en el fondo venir a decir exactamente si es bueno, o qué es lo que hay en sus corazones…
Pero sí que cada uno puede responder por sí mismo, y podemos responder basándonos también en nuestro trato con el Señor.
Nos dice precisamente el Evangelio:
«Unos fariseos se acercaron a Jesús para tentarlo y le hacen esta pregunta: ¿Le es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?»
(Mt 19, 3).
Es decir, Maestro, ¿nos podemos divorciar? Y haciendo referencia al libro del Génesis,
«Jesús les responde: —¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo hombre y mujer. Y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mt 19, 4-6).
«Después ya entra un diálogo: ¿Y por qué Moisés lo permitió? Y Jesús dice: —Por la dureza del corazón de ustedes» (Mt 19, 7).
Pero luego, cuando ya lo dejan los fariseos aparecen los discípulos de Jesús, que le preguntan, o más bien que preguntarle, le dicen su impresión:
«Señor, si esa es la condición del hombre con respecto a la mujer, no trae cuenta casarse»
(Mt 19, 10).
LO QUE DIOS HA UNIDO…
Y quizás es de alguna manera esa pregunta que nos hacemos nosotros o el hombre de hoy. Pero quizá, no vale la pena casarse si al final esto no se puede romper, ¿no?
O más bien, si al final no hay posibilidad de volverse atrás, de rehacer la propia vida, de reinventarse…
Si tenemos que estar para siempre con una persona que quizás no era la indicada, entonces más vale no casarse…
Pero el Señor, en vez de responder directamente esta pregunta, que en el fondo ya la ha respondido, como veremos, les habla ya del otro regalo maravilloso, de la otra vocación que es el celibato.
«No todos son capaces de entender esta doctrina, sino aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto, hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre.
También hay eunucos que han quedado así por obra de los hombres. Y los hay que se han hecho eunucos a sí mismo por el Reino de los Cielos. Quien sea capaz de entender, que entienda»
( Mt 19, 11-12).
Señor, podemos preguntarle ahora a Jesús: “¿qué me estás queriendo decir?”
Si nos vamos para atrás a la respuesta que el Señor le da a los fariseos con respecto al matrimonio, fíjense que hay una frase que es clave:
«Por tanto, dice Jesús: —Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
Es decir, que en el matrimonio, no son solamente dos personas las que se unen, es Dios el que los une. Y por lo tanto Dios, se pone de garante de esa relación.
CON LA GARANTÍA Y GRACIA DE DIOS
Evidentemente, eso no significa que en el matrimonio cristiano todo va a salir bien o no va a haber problemas, pero Dios está ahí, y si Dios está ahí es porque ese matrimonio puede llegar hasta el final.
Tenemos la garantía de Dios, de la gracia de Dios, que a pesar de todos los problemas que puedan suceder, ese matrimonio va a ser realmente una imagen del amor de Dios en el mundo. Incluso en el dolor, en la cruz, en las dificultades, en las faltas de entendimiento, en las enfermedades más de fondo, que quizás son las más relacionadas con la psiquis…
Y lo mismo podríamos decir de aquellos eunucos que se entregan a Dios por el Reino de los Cielos, es decir, los que por amor a Dios y a Jesucristo renuncian a todos los amores de esta Tierra, porque quieren guardar su corazón solamente para el Señor.
A ellos también los acompaña Dios. Ellos, como dice Jesús, son capaces de entender este inmenso amor, y por lo tanto, como lo entienden, lo reciben y viven de ese amor de Dios.
En el fondo no estamos solos. Sea cualquiera que sea nuestra vocación, sea el matrimonio o el celibato, contamos con la presencia amorosa del Señor.
En concreto, podemos pensar en la tercera persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo, que es el amor.
Porque el amor no es un sentimiento y el amor tampoco es una disposición, podríamos decir, meramente humana.
Para un cristiano, el amor es una persona y es una fuerza divina. Nosotros amamos con el amor de Dios, no solamente a los pobres y a los necesitados, sino también al marido, a la mujer, a los hijos, al amigo. ¡De eso se trata!
PEDIRLE ESE AMOR
Y eso es lo grande del matrimonio cristiano y del celibato cristiano, que no se trata de amar con nuestras pobres fuerzas, que son limitadas y débiles, sino con el mismo amor de Dios, con el Espíritu Santo.
Por eso podemos acabar quizá este rato de oración, estos 10 minutos con Jesús, pidiéndole a Jesús: “Señor, derrama en mi corazón tu amor.
Señor, ayúdame a amar como tú amas. Señor, aumenta el tamaño de mi corazón, aumenta la fuerza del amor mío, para que con tu amor pueda yo también amar a aquella persona a la que tú me llamas a amar, sea la mujer, sea el marido, sea la novia, el pololo… O seas tú, Señor, si me llamas por este camino maravilloso del celibato, a una entrega incondicionada a la voluntad del Padre”.