Alimentamos nuestra oración de la Palabra de Jesús. Como bien sabemos, no es una palabra entre otras, palabras de un hombre sabio, un hombre santo, sino la palabra de Dios, la sabiduría misma de Dios que nos habla con lenguaje humano.
Se pone a nuestra altura para enseñarnos el arte de vivir, el arte de ser felices, el arte de recorrer un camino en la vida que nos lleva a la eternidad, a la meta, que es lo único que, en definitiva, importa en nuestra existencia: alcanzar el Cielo.
Necesitamos la Palabra del Señor, nuestra voluntad abierta a dejarnos transformar por ella. Siempre entonces es una palabra nueva, como el vino nuevo del que habla el Señor en el Evangelio: exige de odres nuevos.
Una disposición personal, la tuya, la mía, de dejar entrar al Señor, dejarnos iluminar. Le podemos decir en este rato de oración breve, que verdaderamente necesitamos de su Luz para ver, sobre todo, su amor inmenso por cada uno de nosotros; por toda la humanidad.
También necesitamos de su fuerza para querer y así dejarnos transformar en verdaderos cristianos.
El Evangelio de hoy está tomado de san Lucas:
“Un sábado entró Jesús en la sinagoga y se puso a enseñar”.
Es la primera vez que vemos a Jesús maestro, enseñando.
En otros textos se ve cómo la primera reacción de Jesús, tras ver la multitud que va como oveja sin pastor o esa compasión frente a esa realidad, fue precisamente ponerse a enseñarles.
CORAZÓN ABIERTO
Necesitamos alimentarnos de la verdad; no nos bastan las opiniones. El ser humano necesita certezas a partir de las cuales poderse orientar. Esto Jesús lo sabe muy bien y por eso es que va a la sinagoga y se pone a enseñar.
“Señor, ayúdanos a ser buenos discípulos tuyos, que tengamos buena oreja, que tengamos el corazón abierto para escuchar lo que nos quieras decir, lo que me quieras decir a mí, ahora, en el día de hoy”.
“Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado y encontrar de qué acusarlo”.
“Líbranos Señor de esa actitud farisaica de quien está siempre atento a los defectos de los demás, buscando, a través de la comparación por el otro, sobresalir. Todo lo contrario a la actitud humilde de quien quiere aprender de los demás”.
Estos hombres, escribas y fariseos, estaban al acecho, no para aprender de Jesús ni dejarse transformar por su Palabra y su amor, porque tenían el corazón cerrado.
También nosotros podemos caer en esta terrible situación de cerrar el corazón a la luz de Dios, al amor de Dios. Y esa es, precisamente, la realidad de la libertad humana: poder abrirnos a los dones o cerrarnos a ellos.
Estos hombres no supieron reconocer en Cristo el don de Dios, porque tenían el corazón centrado en sí mismos, no estaban dispuestos a cambiar, no estaban dispuestos a perder, a reconocer sus errores y, por eso, buscan la manera de encontrar algún argumento para acusarlo.
Luchemos entonces, por ser humildes, reconocer nuestros errores; estar dispuestos a cambiar, a convertirnos, que es el camino auténtico de la libertad.
JESÚS ES LA VERDAD
Ninguno de nosotros es infalible, por lo tanto, es normal que cometamos errores. Pero eso no tiene mayor importancia, realmente lo que es determinante, es esa disposición a cambiar y así dejarnos transformar por la misericordia de Dios.
Sigamos con el texto:
“Pero Él conocía sus pensamientos y dijo al hombre de la mano atrofiada: “Levántate y ponte en medio”. Y, levantándose, se quedó en pie. Jesús les dijo: “Os voy a hacer una pregunta: ¿qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?”
Echando en torno una mirada a todos le dijo: “Extiende tu mano”. Él lo hizo y su mano quedó reestablecida. Pero ellos, ciegos por la cólera, discutían qué había que hacer con Jesús”
(Lc 6, 6-11).
Son varias las lecciones, fijémonos por lo menos en algunas: Si usas el bien siempre, uno calcula sus actos según la recepción que puedan tener en los demás.
Y, a veces, nos encontraremos en situaciones en las que el Señor nos pide que hagamos algo que significará una incomprensión, conllevará una incomodidad.
Jesús vive en la verdad; Jesús es la verdad y está dispuesto a pagar el precio, el que sea, por hacer la voluntad de su Padre Dios.
En este caso, vemos cómo el Señor realiza un milagro en sábado y, según la mentalidad estrecha de estos hombres, no se podía hacer un trabajo en sábado.
Lógicamente, el bien lo hemos de hacer siempre y no digamos cuando además se trata de un día sábado santo, un domingo; con mayor razón nos esforzaremos en vivir en el servicio a Dios y a los demás.
ACTUAR CARA A DIOS
Sea lo que sea, Jesús nos está enseñando aquí a actuar cara a Dios y no cara a la galería. Y, si ese actuar cara a Dios conlleva un precio, que estemos dispuestos a pagarlo.
Pagar el precio de servir cara a Dios es un motivo profundo de alegría y de paz. Cuánta paz han experimentado tantos hombres y mujeres fieles por vivir en conciencia; este vivir en conciencia, no en clave relativista de quien hace lo que le parece al final, sino vivir en conciencia iluminada por la fe.
Es decir, “Señor, ¿Tú qué me pides que haga en esto? ¿Cómo esperas que me comporte? Con tu gracia ayúdame a reaccionar, a actuar como Tú esperas que lo haga”. Eso es vivir en conciencia.
El Señor nos premiará con una alegría profunda, con la paz del alma, por ese saber ir contracorriente en un ambiente, muchas veces, lejano a la Palabra y a la enseñanza del Señor.
Pero es la alegría del cristiano que está dispuesto a ser consecuente con su amor, el amor a Cristo, incluso hasta la muerte -el ejemplo de los mártires.
SEÑOR, ¿QUÉ QUIERES DE MÍ?
Pero también, siguiendo las enseñanzas de san Josemaría, nos llamaba a ser mártires sin morir; es decir, este entregarse al Señor y a los demás en la vida diaria de un modo silencioso.
Comparaba cómo esa lámpara que se enciende al lado del sagrario y se consume.
Una entrega a los demás que Dios ve y que el Señor sabrá recompensar amplísimamente, mucho más de lo que realmente merecemos.
¡Qué generoso es Dios! ¡Qué bueno es Dios!
El Señor se contenta con nuestra buena voluntad y, con su gracia, multiplica nuestra vida, así como tomó esos pocos panes y pocos pescados y alimentó una muchedumbre inmensa: 15,000-17,000 personas alimentadas con un picnic.
También el Señor quiere tomar nuestra vida, aunque sea poco, para que sus manos se multipliquen y lleguemos a muchísima gente.
La única condición, es estar dispuestos a ser fieles, querer ser fieles de verdad, sostenidos por su gracia, haciéndonos esta pregunta habitual: “Señor, ¿qué quieres de mí? ¿Cómo te puedo querer mejor? ¿Cómo te puedo servir mejor? ¿Cómo puedo dar un testimonio más profundo de la grandeza que significa ser tuyo?”