PERDONAR
“Jesús dijo a sus discípulos: Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay, de aquel que los ocasiona! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños.”
(Lc 17, 1-3)
Así comienza el Evangelio de san Lucas que nos propone la Iglesia el día de hoy. Y es muy fuerte, es inevitable, es inevitable… van a pasar los escándalos, pero hay del que los ocasiona.
Esto no es algo que lo vayamos nosotros a confirmar, sino que lo confirmará el mismo Dios en su juicio, en el juicio particular inmediatamente después de la muerte y en el juicio general al final, de cuándo se acaba el mundo.
Por eso continúa el Señor dándonos un poco más de datos y dice:
“Por lo tanto, ¡tengan cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo y si se arrepiente perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti y otras tantas, vuelve a ti diciendo: -Me arrepiento. Perdónalo. Los apóstoles dijeron, al Señor: “-Auméntanos la fe.”
(Lc 17,3-5)
Podemos preguntarle, “¿qué quieres decirme Señor con este evangelio? ¿Cómo puedo hacerlo realidad en mi vida?”
En muchas ocasiones no valoramos las consecuencias de lo que hacemos y decimos en las personas que nos ven y que nos oyen.
Nuestra vida influye, definitivamente, en los que nos rodean; influye positiva o negativamente, por eso hemos de tener cuidado, especialmente si estamos delante de pequeños, por supuesto, de niños. Porque, a veces, podemos decir cosas que les afectan directamente.
“Por eso, Señor, perdona mi falta de sensibilidad con mis hermanos y dame la sabiduría y la fuerza para hacer y decir lo que más ayude a los que están a mi alrededor.”
NO PERDER LA SENSIBILIDAD
Pensemos, ¿qué hacemos cuando alguien nos ofende? ¿Le decimos algo o le criticamos a su espalda? ¿Intentamos corregirle o lo dejamos porque es imposible a las primeras de cambio? Procuramos que mejore o lo mandamos a comer espárragos, como se dice aquí.
Es menos comprometedor pensar: es mayor y ya sabe lo que hace, que todos necesitamos que nos dejen tranquilos. Pero ¿decimos algo? ¿Encomendamos a esa persona? ¿Cómo lo hacemos? Cuando le queremos corregir… ¿se lo decimos con cariño o resentimiento? ¿Pensando las cosas o inmediatamente a bocajarro? ¿Le digo las cosas para desahogarme o para ayudarle?
Cuando uno tiene una pareja, a veces, en la convivencia diaria pueden surgir muchísimas cosas que se piensan de forma distinta y en lugar de sacarse en cara o de corregir una mala acción…
Cuando uno pierde la sensibilidad y está herido, uno puede decir cosas muy duras que a su vez genera una pelea, una batalla; y hay parejas que, muchas veces, terminan cortando su comunicación porque no han sabido callar.
Que diferente es cuando pasado un poco de tiempo, no en el fragor de una lucha, una batalla, ni tampoco cuando uno está molesto, dice las cosas de forma amable. Aunque eso cueste, pues eso tiene muchísima más eficacia.
En cambio, es terrible cuando se escriben cosas durísimas o se mandan voice notes, eso se queda grabado y la dificultad de eso es que, si hay alguien un poco más resentido o sensible, escucha o lee esas cosas una y otra vez hiriéndose cada vez más. Por lo tanto, las cosas duras jamás por el teléfono.
Hay que pensar que, si es que estoy molesto, no puedo corregir en este instante porque voy a hacer mucho más daño; voy a hacer que las cosas funcionen peor.
CORREGIR CON CARIDAD
“Señor, no nos dejes caer en el “ojo por ojo” o en el “diente por diente”; no permitas que me deje llevar por la rabia o por los deseos de venganza. Ayúdame a seguir amando a quien se equivoca, a quien me hace daño; dame sabiduría para convertir el dolor en compasión afectiva y efectiva.
Enséñame, Señor, a rezar por las personas que me han herido con sus palabras, con sus obras; a corregir sin humillar por amor, con delicadeza, buscando siempre el bien del otro.
Dame, Señor, amor para no criticar a la espalda, para corregir a la cara y a solas y jamás con indirectas. Si no me hacen caso, que no me dé por vencido y que busque la ayuda de otras personas y de la comunidad.
Dame, Señor amor para corregir a quien se equivoca y mucha humildad para dejarme corregir cuando el equivocado sea yo.”
El Señor nos habla y hay una cantidad de santos a lo largo de la historia que han vivido así, unas reacciones que nos sirven; y a las personas que lo atestiguaron realmente fueron grandes ocasiones de apostolado.
SABER PERDONAR
Por ejemplo, siendo san Antonio María Claret Obispo de Cuba, en febrero de 1856, durante una visita pastoral acudió a una población que se llamaba Holguín, donde pronunció un largo sermón. Al salir de la Iglesia para dirigirse a la casa a la que se hospedaba, mucha gente les saludaba desde ambos lados de la calle.
En cierto momento, un hombre se adelantó haciendo el gesto de besarle el anillo -que era lo típico en la época- pero de repente saca un cuchillo y quiso clavárselo en el cuello.
Y, de hecho, le hirió en la oreja, en la mejilla izquierda y en un brazo. Fueron heridas profundas y la sangre le brotaba, hasta que fue socorrido en una farmacia, donde pudieron detener la hemorragia.
Cuando san Antonio María Claret se repuso preguntó por su agresor, que había sido detenido y condenado a muerte. Y él mismo le perdonó y pidió su indulto. Es más, sabiendo que era natural, había nacido en Tenerife, le pago un billete a las Canarias para que pudiera volver con su familia.
Yo creo que este suceso no recuerda también otro más cercano que aún nos emociona: el atentado a Juan Pablo II. Porque estuvo entre la vida y la muerte y sus primeras palabras desde la ventana del hospital fueron: “Perdono al hermano que me ha herido.” Tiempo después le visitó en la cárcel para asegurarse de su perdón, personalmente.
Los santos nos dan mucho ejemplo, pero la verdad es que nosotros pocas veces encontraremos un perdón en circunstancias semejantes. En muchas ocasiones serán cosas de pequeñas obras de misericordia, que serán perdonar las ofensas a tal vez una palabra dura que nos han dicho o tal vez una injusticia que hemos soportado.
PERDONAR SIEMPRE Y TODO
Tener la claridad de que el Señor espera que, aquí en la Tierra, sepamos perdonar cuando nos piden disculpas; cuando la gente, aunque sin mucha convicción, pide disculpas, porque hay que darse cuenta de que en el Padre Nuestro pedimos a Dios que nos perdone: “como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden.”
Es la oración que nos enseñó Jesucristo, por tanto, la primera y la más importante y en ella repetimos esta disposición a disculpar a los demás cuando somos ofendidos.
La mayoría de ofensas proceden de gestos o de palabras. Hemos de ser delicados al hablar y al actuar para no herir nosotros a nuestros hermanos, y además tenemos que ser lo suficientemente cristianos para perdonar lo que hacen y pueda molestarnos.
Motivos para la queja no nos faltarán, pero por encima de ellos está la disponibilidad de ofrecer esas pequeñas modificaciones al Señor, como actos de un Cirineo, el que le ayuda a Cristo a llevar la cruz dispuesto siempre a la mirada de Cristo.
No esperemos una disculpa ni una humillación para perdonar. Los dos santos mencionados no esperaron. Hemos de adelantarnos a perdonar, conscientes de que Dios nos ha perdonado mucho.
San Agustín decía:
“Las sendas del Señor son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza y sus mandatos”
(SI 24, 10).
Disertación sobre los salmos, SI 60, 9; PL 39, 777 Pedir perdón y perdonar a los demás.
Esto que recoge de un salmo sobre el amor y la verdad es de suma importancia… amar al prójimo, perdonar los pecados y prometer la vida eterna.
Te invito a perdonar hoy de corazón esas cosas que tal vez te cuestan un poco más. Y luego, como -a veces- el rencor se puede haber anidado en el corazón, decirle al Señor que te vaya cambiando el corazón. Pídeselo porque el Señor no se deja ganar en generosidad y cuando realmente se lo pedimos, Él nos ayuda a terminar de perdonar.