Hoy hacemos nuestra oración, nuestra conversación con el Señor y podemos hacerla -pensaba yo- como la solemos hacer muchas veces con el Evangelio de la misa.
Es un Evangelio que conocemos, nos suena conocido, porque trata de una parábola que también se encuentra en otro evangelista, en san Mateo, que es: la parábola de los talentos.
Hoy, en cambio, es el Evangelio de san Lucas y tiene ciertas variaciones con respecto a la narración de san Mateo.
Fijémonos que así comienza este Evangelio de hoy:
“Jesús dijo una parábola porque estaba cerca de Jerusalén y la gente pensaba que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro.
Les dijo: “Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar enseguida. Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno diciéndoles: “háganlas producir hasta que yo vuelva”.
Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: “No queremos que éste sea nuestro rey””.
Primero, el Evangelio nos pone el contexto en el que Jesús está hablando. Jesús se dirige a esas personas que pensaban que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro.
Pensaban en un reinado de Cristo temporal, en una especie de sublevación, quizá, de Jesús ante las autoridades romanas.
JESÚS COMIENZA ESTA PARÁBOLA CAMBIANDO LA PERSPECTIVA
Jesús, en cambio, comienza esta parábola como cambiando la perspectiva. El Reino tiene que ver, sí con una persona que recibe ese reino, pero que deja a diez servidores para que negocien, para que hagan producir su tesoro.
Y, a la vez, Jesús introduce este elemento (que no está en la versión de san Mateo), pone en paralelo al trabajo de los diez servidores, otros conciudadanos que lo odian y quieren que no reciba esa investidura real.
Veamos cómo sigue la parábola:
“Al regresar investido de la línea real, hizo llamar a los servidores, a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno.
El primero se presentó y le dijo: “Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más”. “Está bien buen servidor -le respondió- ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades”.
Llegó el segundo y le dijo: “Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más”. A él también le dijo: “Tú estarás al frente de cinco ciudades”.
Llegó el otro y le dijo: “Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata que guardé envueltas en un pañuelo, porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado”.
Él le respondió: “Yo te juzgo por tus propias palabras mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigente, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré, ¿por qué no entregaste mi dinero al banco? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses”.
Y dijo a los que estaban ahí: “Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez más”. “Pero Señor -le respondieron- ya tiene mil”. “Les aseguro que al que tiene se le dará, pero el que no tiene se le quitará aun lo que no tiene””.
Termina Jesús esta parábola poniendo en boca de este rey, estas palabras duras:
“En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia”.
Y anota como conclusión san Lucas:
“Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante subiendo a Jerusalén”
(Lc 19, 11-28).
EL PREMIO
Está claro que el Señor se dirige a Jerusalén, precisamente, a celebrar su Pascua y a consumar la Redención, pero la gente que tenía alrededor pensaba que iba a Jerusalén a tomarse el poder. El poder temporal, el poder humano y, por eso, el Señor les dice esta parábola y les aclara en qué consiste el Reino.
Son interesantes diversos elementos: pensemos, por ejemplo, en el premio de cada uno de esos servidores que han sido fieles.
Es verdad que aquí el personaje que va a ser rey es este señor que entrega sus bienes.
Pero fijémonos que él, cuando estos servidores le dan cuenta de una buena administración, los premia con el gobierno de ciudades: de diez, de cinco… es decir, los hace participar en su Reino.
Primera conclusión que podemos sacar nosotros: evidentemente, somos esos servidores y el Rey es Jesucristo. El Señor nos dice que también nosotros seremos reyes, tendremos participación en su reinado si somos buenos servidores.
Por eso, quizá la primera cosa que le podemos decir al Señor en esta oración es: “Señor, gracias por contar conmigo, porque Tú cuentas conmigo. Gracias por hacerme participar de tu reinado.
Gracias por darme en confianza tus bienes, los talentos, todo lo que constituye mi vida, porque si le saco provecho para Ti, para tu Reino, Tú me harás participar de ese Reino también. Tú me darás parte de tu gloria real”.
SE NOS APLICA ESTA PARÁBOLA
Pensemos ahora en otro aspecto que, a mí, al menos, me llama la atención porque es esa gran diferencia que hay entre esta parábola contada por san Lucas y la contada por san Mateo, que son los enemigos de ese rey.
Mandan una embajada a decir: no queremos que éste reine sobre nosotros. Y parece que transcurre en esta parábola dos historias paralelas:
La historia de los servidores que sacan provecho de esas monedas de plata que les dejó este nuevo rey y la historia de los otros ciudadanos que odian a este rey. Unos terminan recompensados y los otros terminan ejecutados; condenados podríamos decir.
Pienso que es interesante que los servidores, los buenos servidores, trabajan a pesar de que hay conciudadanos suyos que están en contra de ellos, que se oponen al reinado de este personaje.
A nosotros se nos aplica totalmente esta parábola, porque vivimos en un mundo que muchas veces se opone a Jesucristo; vivimos entre personas que quizás se burlan de la doctrina cristiana.
Vivimos también entre otros cristianos que, lamentablemente, le hacen la guerra a Cristo, aunque no lo conciban así de esa manera.
La enseñanza para nosotros en este Evangelio es que: debemos trabajar por -podríamos decir- los talentos que el Señor ha puesto en nuestras manos.
En vez de mirar para el lado y vivir quejándonos de cómo está de mal el mundo; de que la gente está pensando en otras cosas, en las dificultades, concentrarnos en los talentos que tenemos entre manos. ¿Qué es lo que el Señor me pide a mí?
LOS TALENTOS
No es que me cause gracia, pero sí me llama la atención (yo al menos mientras estoy en el confesionario), llega gente a quejarse: “Padre, este obispo dijo no sé qué cosas… El curita allá hace esto… en la Santa Sede ocurrió no sé qué cosa…”
A mí me gusta decirles: “Bueno, ¿y tú qué haces por la Iglesia? Porque al final el Señor cuando te juzgue no te va a preguntar qué hizo el de al lado y el de más allá y el obispo… Te va a preguntar: ¿Qué es lo que hiciste tú?
Es bueno ser conscientes de eso, de que el Señor, en el fondo, me ha dado a mí unas monedas de plata, unos talentos, que no les ha dado a otros.
El Señor está esperando que cada día le saque provecho; que le saque provecho a esa moneda de plata o de oro -podríamos decir- que es el tiempo.
El tiempo es oro y, a veces, nos dedicamos a perder el tiempo y el Señor nos juzgará también por eso: ¿Cómo estoy sacando adelante esos talentos? ¿Cómo estoy aprovechando esas monedas de plata que Él me ha dado?
¿Cómo pedirle a Jesús entonces? “Señor, yo sí quiero que seas Rey, no como esos otros personajes de la parábola. Y quiero que seas Rey, en primer lugar, de mi vida: quiero que seas Rey en mis decisiones, en mis actos, en mis pensamientos, en el uso del tiempo.
Te quiero poner en la cumbre de cada una de las cosas que haga. Te quiero coronar con mi trabajo realizado con amor, hasta el último detalle”.
Miremos a la Virgen María, nuestra Madre y la Reina, le podemos pedir a ella que nos ayude a ser buenos servidores de nuestro Rey que es Jesucristo.