Este privilegio filial es una oportunidad de pegarnos a Ella con confianza. Al acercarnos, descubrimos que María es también puerta del Cielo. Con un atrevimiento respetuoso, podemos entonces pedirle “¿me abres esa puerta?”.
Aprender a caminar hacia el Cielo
Madres y padres son los primeros maestros de sus hijos. Cuando estos comienzan a caminar, las madres toman sus manos para ir guiándolos, despacio, hasta el lugar al que ellos quieren llegar.
Claro, en el camino, les desvían de las zonas que pueden resultar peligrosas: la punta de una mesa, un escalón, etc.
De la misma manera, no es una locura imaginar a María agarrando los deditos de Jesús, mientras Él daba sus primeros pasos (seguramente, para llegar hasta José que lo recibiría con un abrazo y unas palabras que festejasen este primer gran logro del Niño).
María, madre nuestra
Así también, María, que es Madre nuestra porque así lo quiso Jesús, estará feliz de darnos las manos para que demos nuestros primeros pasos en la vida espiritual. Además, ella, que fue llevada en cuerpo y alma al Cielo, si nos toma de la mano, nos “estira” también hacia arriba.
También evitándonos los espacios de peligro, conduciéndonos a otro más tranquilo: también un abrazo, del Padre, del Hijo…el mismo Cielo.
Y, como quien avala por unos invitados ante el portero de una zona VIP, María avala por sus hijos para que les abran las puertas del cielo.
Ahora, ¿qué se necesita de nosotros? Confiar – un niño no dudaría de su madre -, abandonarnos en sus manos – dejar que Ella nos vaya marcando el paso – y observar cómo Ella camina, para imitar el andar de quien vemos como modelo.
Tratar al Dueño de casa
Bueno, llegamos a la puerta del Cielo junto a María, que nos enseñó cómo llegar. Pero también nos indica la importancia de tratar al Dueño de casa, para que al entrar sea un momento íntimo, una explosión de alegría, el reencuentro de quienes ya se conocían de antes.
Como modelo de oración, nos enseñó a hablar a Dios. A tratarle, como hijos, como amigos, como hermanos, como quienes se aman y no pueden apartarse.
Observando el Evangelio, cuando recibe la visita del arcángel Gabriel, nos transmite la importancia del recogimiento para percibir las llamadas de Dios y para responder de manera afirmativa.
En otro pasaje del Evangelio, en un momento de dolor, cuando pierde a su hijo, vemos cómo pregunta lo que no entiende. Con confianza, aunque tal vez con miedo. Pero con abandono: a la Sabiduría no se cuestiona.
Inspiraciones
Nosotros podemos también recibir inspiraciones, a veces confusas (o, francamente, que parecen una locura). Podemos vivir momentos de incertidumbre, de dolor… también de miedo. Con la confianza aprendida de nuestra Madre, podemos tener la sencillez de preguntar. Preguntar, pero no cuestionar. Y, como Ella, conservar en el corazón lo que se va entendiendo… y lo que no.
Todo tendrá un sentido, aunque tal vez no como lo esperamos.
Recordemos que el Espíritu Santo habla, pero bajito. Con pocas palabras, con suavidad, de a poco, en la medida en que tengamos la apertura – esto quiere decir no solo para escuchar, sino para obrar – a su Voz.
Hogar e intimidad
Si pensamos que María nos abre las puertas del Cielo, podemos pensar que nos abre algo así como un palacio. Pero el Cielo – si bien es algo espectacular que ni ojo vio ni oído oyó – me lo imagino más como un hogar – y, como ni ojo vio ni oído oyó, no pueden asegurarme de que no lo sea -.
Dije antes: María nos lleva de la mano, luego nos presenta al dueño de casa, a quien antes aprendimos a tratar. Ahora, la puerta se abre y entramos. ¡Y qué sorpresa al entender que comenzamos a vivir el Cielo en la tierra!
Porque hogar (no “casa”) es igual a intimidad. Y el momento más íntimo y en el que podemos comenzar a vivir el Cielo en la tierra es al recibir la Eucaristía. En esa intimidad exclusiva se pueden tratar temas importantes, pero, sobre todo, también hacer silencio y dejar que Él vaya transformando nuestro corazón… y nosotros meternos en su corazón.
Pequeños Sagrarios
Así, nuestro corazón puede hacer las veces de un pequeño Sagrario en el que Él se quede a vivir el resto del día con nosotros. Acompañándonos.
¿Y qué tiene que ver María como puerta del Cielo en esto? Pues que María fue – como dicen muchos o escuché en algún momento – el primer Sagrario. Ella cargó a Jesús en su seno y pudo – como hacen muchas madres – comenzar a hablarle de manera íntima y única. Nos dejó así otro ejemplo de cómo se habla con Jesús, desde el cariño e intimidad.
Ella sigue hablando con Jesús en el Cielo con cariño e intimidad. Pidámosle que se acuerde de decirle cosas buenas de nosotros.
Porque si un ladrón (con todo el mal acumulado) se “robó” el Cielo con una palabra de arrepentimiento, la Madre de Dios (con toda la virtud acumulada e inmaculada) con una palabra sonriente puede abrir la puerta del Cielo.