La escena nos es conocida. Pero no por eso deja de ser sugerente.
“Se subió después a una barca y le siguieron sus discípulos. De repente se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero Él dormía. Se le acercaron para despertarle diciendo:
—¡Señor, sálvanos, que perecemos!
Jesús les respondió:
—¿Por qué se asustan, hombres de poca fe?
Entonces, puesto en pie, increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma. Los hombres se asombraron y dijeron:
—¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?”
(Mt 8, 23-27)
¿QUIÉN ES ESTE…?
La pregunta es asombrosa. Llevan ya un buen tiempo viviendo contigo Jesús. Han puesto sus vidas (su futuro) en tus manos y ahora se preguntan: ¿quién es éste…?
Es un cuestionamiento que nace del asombro. Pero antes ha habido miedo…
Tú mismo te has dado cuenta y se los has hecho evidente preguntándoles:
”¿Por qué se asustan, hombres de poca fe?”
(Mt 8, 26)
¿Por qué se asustan…? Los hombres nos asustamos… El miedo…
El susto de los hombres (en este caso en los apóstoles) es algo que sorprende, pero también es algo esperado… No sé cómo decirlo: es algo con lo que los seres humanos estamos acostumbrados a vivir desde hace siglos ya.
BIEN TEMPRANO ENTRÓ EL MIEDO EN EL MUNDO
“¿Sabes cuándo entró el miedo en el mundo? Primero apareció el amor. Y cuando éste se rompió por el pecado original, hizo su aparición el miedo…
Fue aquel día desgraciado. Aquella misma tarde, en aquel Paraíso (…), en aquel lugar que el hombre lo trabajaba con gusto, sin cansancio, se presentó el miedo de la mano del pecado. Así nos lo refiere el Libro del Génesis:
El Señor ha salido de paseo por el jardín, «a la hora de la brisa». Adán y su mujer, al escuchar sus pasos, se han escondido. Yahvéh Dios les está buscando: –¿Dónde estás, Adán?
Y éste, descubierto, acaba por confesar: –Te oí andar por el jardín y tuve miedo. (…)
Ahora sí se han abierto los ojos de nuestros primeros padres a la dura realidad de las consecuencias de su pecado de orgullo; ahora se les ha echado encima el sentimiento de la vergüenza.
Ahora es cuando ha entrado por primera vez el miedo en el mundo y temen la cercanía del Señor. No pueden soportar ni su mirada ni su palabra y tratan de ocultarse”
(Los defectos de los santos, Jesús Urteaga).
Allí está, en boca de Adán el susto hecho evidente en la respuesta: tuve miedo.
Es como si Dios estuviera preguntando desde el inicio de la humanidad por cada uno de nosotros: ¿Dónde estás, Adán? ¿Dónde estás fulanito, fulanita…? ¿Dónde estás…?
Y nosotros nos hemos acostumbrado a preguntarnos interiormente: ¿quién es este…?
HAY TEMPESTADES…
Nos asustamos y nos escondemos. En lugar de ir a los brazos de nuestro Padre Dios y confiar en Él, descansar en Él…
Con el pecado original entró el miedo y muchos dicen que la misma creación se rebeló contra el hombre, porque el hombre debería de haberla gobernado santamente pero, en cambio, hizo lo contrario: pecó.
Y entonces empezaron los terremotos, las erupciones volcánicas, los tifones, las tempestades en el mar, como esa tempestad en la que están los apóstoles… Que no deja de ser como esa tempestad en la que estamos metidos los hombres de todos los tiempos.
Una tempestad donde a veces parece que Jesús duerme. Pero Él quiere despertar, despertar en cada cristiano, porque quiere vivir a través de cada cristiano. Cada uno (tú y yo) llamados a ser otro Cristo, el mismo Cristo.
Si Jesús duerme es porque nosotros le hemos agarrado miedo. Miedo a acudir a Él o miedo a comportarnos como sabemos que Él nos pide…
Contaba un sacerdote que en su trayecto diario se encontraba con una pintada, un grafiti, que la primera vez que lo leyó le hizo sonreír, pero que después, con el tiempo, pensó que estaba escrito en serio.
Decía:
“QUE PAREN EL MUNDO, QUE ME QUIERO BAJAR”.
Es el mundo con sus tempestades, con sus contrariedades. En las que a veces nos queremos bajar. Nos queremos desentender. Queremos esconder la cabeza en el hoyo como el avestruz.
¡Y lo peor es que no acudimos a Jesús!
DIOS ESTÁ A NUESTRO LADO
“Te exhorto a que no huyas, no trates de bajar del mundo en marcha; afronta ese dolor que te envuelve y ayuda a enjugar las lágrimas de los que caminan junto a ti.
Combate el sufrimiento con los medios que tengas a tu alcance, trata de eliminarlo. Pero si continúa atormentando, lucha y no dejes de ofrecerlo.
Dios sabe más. Se contemplan mejor las cosas desde arriba. Por los vericuetos de la tierra llegan las almas buenas a amar el dolor como medio de purificación.
Un hombre cristiano no se apea del mundo, por feo que esté el panorama; no se aleja de él, por corrompido que esté el ambiente; no escapa de los hombres, por intrincados que estén sus problemas.
Ahí tenemos que estar, en el mundo, por el hecho de ser cristianos, metidos en los quehaceres de todos, preocupados por solucionar las situaciones difíciles, aliviando dolores, acompañando a los ciegos del alma, caminando con los enfermos del espíritu.
Ahí, en la guerra y en la paz, en la tranquilidad de los días felices y en las jornadas aciagas de los terremotos.
Un cristiano está en el mismo origen donde se cuecen los acontecimientos.
Por todo ello no puede extrañarnos el que nos topemos con circunstancias conflictivas, contrariedades, trabajos y calamidades.
Sufre la Iglesia, padecen los países, chirrían las almas. Hay preocupaciones económicas que afectan a los gobiernos de las naciones y también al honrado jefe de familia.
El mundo anda loco, loco, loco. La enfermedad no es de ahora, viene de lejos (…).
En las situaciones apuradas de una madre con muchos hijos pequeños y pocos medios materiales; cuando se amontonan facturas, letras y desdichas en el hogar; y coscorrones y malas calificaciones en los colegios de los chicos; y zancadillas y calumnias en el trabajo; y noticias alarmantes en la prensa, en las redes…, uno está como para bajarse del mundo en marcha.
Pero permanecemos en él, aunque haya muchas cosas que nos resulten enojosas, molestas, fastidiosas.
No dejes de levantar tu mirada por encima de las casas, por encima de las montañas, por encima de los engorros. Arriba y abajo (…) está Dios; acógete a Él.”
Llama a Jesús.
“Él tranquilizará las aguas. Calmará el viento. No obstante, habrá que seguir remando; aun ofreciendo las cosas a Dios, los problemas siguen latentes.
Pero sabemos que llevamos a Dios con nosotros. Él contempla nuestros quehaceres y preocupaciones. No dejes de ver a Dios junto a ti, en tu propia barca«
(Los defectos de los santos, Jesús Urteaga).
No te escondas, no le preguntes quién es Él como para buscarte o para decirte por dónde o cómo hacerlo o simplemente que confíes y lo dejes en sus manos.
Date cuenta que es Jesús y llénate de asombro, no de miedo, al darte cuenta que es el mismo Dios que está a tu lado.
Nuestra Madre es Madre suya, ella sabe de tempestades, pero sabe también de acogerse a Dios que calma toda tempestad. Pues nosotros te pedimos ayuda, Madre Nuestra.