No sé si te parezca exagerado o no pero quiero contarte que estoy especialmente contento, el motivo te puede parecer una tontería, pero es que no había podido confesarme en el día previsto, entre otras cosas, porque no tenía un sacerdote cerca y hoy los astros se alinearon y se abrió la oportunidad, inmediatamente por supuesto que la aproveché, había un plan aquí en donde estoy y ese plan se cayó y dije: esta es mi oportunidad de ir a confesarme.
Agarré la carretera unos cuarenta y cinco minutos y pude confesarme con un hermano mío.
Evidentemente, no te puedo contar públicamente mis pecados y faltas, pero sí puedo reconocer que, aunque había algo de retraso de varios días, tampoco es que sintiera una necesidad imperiosa de confesarme.
Pero la oportunidad estaba allí y pensé: “¿por qué seguir retrasando lo que debía hacer hace unos días?”. Y ese es el motivo de mi alegría: “¡hoy me confesé!”.
Como te dije, te puede parecer una tontería, y yo mismo estoy sorprendido porque fue una confesión como tantas otras, no es que haya habido nada especialmente extraordinario, fue una confesión válida, una confesión casi de rutina, pero Dios me ha regalado, además, esta gracia especial de salir del sacramento de la reconciliación con muy buen ánimo.
EL SACRAMENTO DE LA ALEGRÍA
Por eso, estos diez minutos de oración, serán de acción de gracias por este regalo de Dios y de petición para que quienes nos acompañan en este rato de oración, puedan compartir y experimentar esta misma alegría.
Pido perdón si te parece que mi reacción es exagerada, pero es que de verdad estoy muy contento.
Y tienes razón si te parece que me contento con muy poco, pero es que las cosas de Dios a veces funcionan así: de entrada pueden parecer muy poca cosa, pero qué grandes sorpresas nos llevamos.
Al leer el evangelio de la Misa de hoy nos encontramos con una mujer que comparte esta misma experiencia.
El Señor va predicando la semilla del evangelio en aquellas tierras de Palestina y cuenta con que aquello sea el inicio de una larga cadena de fuertes eslabones que lleguen hasta nuestros días.
Tal vez por eso no se preocupa tanto en llegar Él mismo a todos los confines de la tierra: le basta con empezar por las ovejas de Israel y de allí, pasar al mundo de los gentiles, especialmente como vemos en san Pablo, que es el encargado de llevar el evangelio, salir de la mentalidad y el ámbito judio y llevarlo al ámbito de los gentiles, de los paganos y luego a través de tantos hombres y mujeres que han sido fieles en la fe hasta nuestros días.
ALCANCE UNIVERSAL
Qué bonito pensar que esa semilla de Dios sembrada en el pueblo de Israel ha dado fruto abundante y de alcance universal.
Lo que empezó con unos pocos hombres en Palestina pues ahora tiene un alcance católico, un alcance universal.
Basta ver las imágenes recientes de la acción del Espíritu Santo en la JMJ de Portugal. Una vez más, el tiempo le ha dado la razón a Dios: bastaba empezar por ese pueblo elegido, el pueblo de Israel, ese grupo pequeño de apóstoles, de discípulos y luego ese evangelio se iría extendiendo por todo el mundo contando por supuesto con esa iniciativa apostólica.
Por eso lo que al inicio puede parecer un desprecio, en lo que leemos en el evangelio de hoy, en realidad no lo es.
“Se le acerca una mujer que no es judía”,
nos dice san Mateo que era cananea, lo que tiene sentido en aquella zona de Tiro y Sidón, confín con las tierras paganas
“y le insiste con fuerza, gritando: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo”<.
(Mt 15, 22)
Y la respuesta de Jesús, tiene apariencia de desplante:
“Sólo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel”.
(Mt 15, 24)
Y más adelante:
“No está bien tomar el pan de los hijitos y echárselo a los perritos”.
(Mt 15, 26)
En primer lugar, hay que reconocer que el texto es incapaz de plasmar el tono en que Jesús pronunció estas palabras. Nos las podemos imaginar dichas con aire de arrogancia, “no estoy para tí, estoy para otras cosas más importantes”, incluso con un aire hasta de xenofobia, pero creo que viniendo de ti, Jesús, las habrás dicho con ese tono y esa mirada de misericordia que hicieron que esta mujer se sintiera con ánimo de atreverse a decir:
“Tienes razón, Señor, pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”.
(Mt 15, 27)
En segundo lugar, lo que ya comentábamos. No se trata de xenofibia, sino de la tranquilidad tuya Señor porque sabes que este evangelio también va a llegar en su tiempo a los paganos, pero como una onda expansiva que terminaría abrazando al mundo entero.
DIOS QUIERE QUE NOSOTROS LLEVEMOS LA BUENA NUEVA
Es lo que vemos hoy que el evangelio ha llegado a los cuatro rincones de la Tierra.
Dios quiere que tú y yo formemos parte de esta cadena de eslabones fuertes que llevan la cercanía y la esperanza del evangelio a todos los ambientes: a la familia, al trabajo, al núcleo de la sociedad.
Todo empezó con un puñado de hombres en Israel, elegidos por Dios, y ahora nos toca continuar a nosotros, dondequiera que estemos.
Pero aclarado este punto, para que no nos sorprenda esa respuesta de Jesús, quisiera detenerme un momento en lo que pide esta mujer, que me parece asombroso.
Lo que ella necesita es un verdadero milagro.
Para ella significaría un gran cambio en su vida el que su hija se cure y esto es evidente. A sus oídos ha llegado esa fama de Jesús y en su desesperación, se atreve a pedirte el cielo, te pide a gritos este favor.
Lo que me impresiona del diálogo con el Señor es que ella reconoce que lo que para ella sería lo más grande del mundo, lo que le haría tremendamente feliz, lo máximo que le podría suceder en realidad son como unas “migajas” de Dios ante su inmensidad. Ella estaría feliz con esas migajas de Dios. ¿No te parece conmovedor? ¡Qué grande la fe y la humildad de esta mujer!
AGRADECER TODO
Aprovechamos para pedirte perdón, Señor, por las veces que no hemos recibido con agradecimiento suficiente lo que nos das.
Nos parecen “migajas”, pero no porque sean cosas pequeñas en comparación con tu inmensidad sino porque las vemos desde nuestra soberbia y nuestra falta de confianza. No nos conformamos con lo que nos das.
Efectivamente deberíamos reconocer que son migajas de Dios, migajas en comparación con la inmensidad de Dios, pero para nosotros esas migajas son más que suficientes para cambiarnos la vida.
Pensemos en el cambio radical que nos puede hacer una Eucaristía bien vivida, con devoción, piedad, agradecimiento.
O la alegría que debería darnos la absolución que nos da el sacerdote en la confesión. O el privilegio de la cercanía de Dios en la oración, con quien puedo hablar con la sencillez y naturalidad de un buen amigo.
LISTA DE “MIGAJAS” INTERMINABLE
La lista de “migajas” de Dios en nuestras vidas puede ser interminable. Tal vez parezcan cosas muy pequeñas, especialmente si las vivimos con frecuencia, pero si vienen de Dios, son más que suficientes para hacernos felices, para cambiarnos radicalmente la vida.
Por eso yo creo que este es el ejemplo que nos puede dar esta pobre mujer del evangelio del día de hoy.
Lo de ella claramente no es conformismo, es reconocer esa grandeza de todo lo que nos viene de Dios y ser agradecidos.
Señor nosotros queremos también reconocer esa grandeza de todo lo que nos venga de Tí y ser profundamente agradecidos, aunque Tú Señor te hagas el encontradizo para que crezcamos en la fe, aunque a los ojos de otras personas, puedan parecer detalles sin importancia. Como te decía por ejemplo la confesión el día de hoy, en mi caso.
Todo lo que nos venga de Dios, aunque no nos parezca, es más que suficiente para ser feliz.
Vamos a tener esa humildad y la confianza de preguntarle incluso muchas veces durante el mismo día:
“Señor, ¿con qué me quieres sorprender el día de hoy?
Yo me conformo hasta con las migajas que me quieras dar”