LA ERUPCIÓN DEL VOLCÁN DE LA SENSUALIDAD
Dice el Evangelio de hoy que:
«En cualquier lugar que entraba Jesús, en pueblos o en ciudades o en aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas, y le suplicaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y todos los que le tocaban quedaban sanos».
Tocar a Jesús…
Yo creo que a ti y a mí es obvio que nos gustaría tocar a Jesús, seguirle tan de cerca que escucháramos el roce de sus vestidos, tan de cerca que pudiéramos extender el brazo y tocarlo.
La gente sigue al Señor y es entendible, disculpable, imitable, hasta envidiable.
Pero, aunque a nosotros nos gustaría, no a todos les gustaría… Es duro, pero es cierto.
Qué razón tenía Simeón cuando hizo aquella profecía a la Virgen María nuestra Madre en el Templo:
«Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción»
(Lc 2,34).
O sea: unos le quieren. Mientras otros no quieren oír hablar de Jesús, no quieren ser tocados por Él. Tampoco quieren que Jesús toque nada de lo suyo.
No deja de haber en el largo recorrido de la historia cristiana esa división, esa toma de partido de las personas al encontrarse con Él y con su doctrina… O se te quiere tocar o se te quiere empujar lejos…
Lastimosamente entre quienes le rechazan se encuentran muchos pequeños egoistones que quieren ser los tiranos del mundo y de sus vidas. Piensan que Dios les estorba porque ellos lo harían mejor, o porque ellos saben más.
No se dan cuenta que, so capa de libertad, son esclavos de sus más bajas pasiones. A las que intentan justificar con argumentos vacíos…
Los otros, quienes desean tocar realmente a Jesús, le quieren. Y Jesús, Tu Señor, les enseñas a querer también. A querer con el amor verdadero que no es epidérmico sino un amor más profundo. Porque sabe amar a la persona.
HISTORIA DE SANTA ÁGUEDA
Sabe reconocer en los otros, y sabe reconocer en sí mismo, algo más que la piel o que un manojo de sensaciones. Sabe ver a los ojos y encontrar en la mirada de alguien una voluntad que le ama de regreso; no se comparten solo afectos, sino voluntades.
En fin, unos tocan a Jesús y otros no quieren que Él les toque.
La historia de Santa Águeda, la Santa que la Iglesia recuerda hoy, nos presenta estas dos posturas.
La historia no es bonita, pero sí que es edificante. Ya lo siento si las imágenes son un poco brutas, pero así sucedieron las cosas.
“Águeda fue una joven natural de la ciudad siciliana de Catania, que vivió en el siglo III (…). Era una muchacha muy hermosa y de muy buena y adinerada familia (…).
Pero su belleza fue también su condena, porque de ella quedó prendado el gobernador de la isla, el procónsul Quintiliano.
Sin saber que era cristiana, trató por todos los medios de seducirla para hacerla suya. Como no lo lograba, se confabuló con una tal Afrodisia que regentaba un prostíbulo para ver si con engaños lograban hacer que perdiera su pureza y así conseguir él su objetivo.
Pero todo fue en vano, Águeda resistió con firmeza y conservó intacta su pureza. La ocasión para volver a la carga le fue dada a Quintiliano por la persecución contra los cristianos decretada por el emperador Decio.
Águeda, como tantos cristianos de la isla, fue llevada ante el tribunal para que prestara su sacrificio a los dioses, y así renegara de su fe. La joven, decidida y llena de fe y confianza, se negó e hizo profesión de su fe en Jesucristo.
El procónsul le hizo ver los castigos que la esperaban si no cambiaba de opinión, sería tratada como una vulgar malhechora y traería la vergüenza a su familia, y le ofreció escapar del castigo si caía en sus brazos.
Ante la negativa de Águeda, Quintiliano, despechado y lleno de ira, mandó que la infligiesen un cruel castigo: cortarle los senos. Las palabras de la joven al tirano se hicieron célebre enseguida: «Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?».
VIOLENCIA CONTÍNUA…
Ante esta escena comentaba uno: “Las palabras de santa Águeda pronunciadas en medio de su tormento y dirigidas al procónsul Quintiliano, (…) bien podían ser dirigidas al mundo en que vivimos, o al menos a buena parte de él.
Porque es muy posible que nunca la mujer, y particularmente su cuerpo, haya estado sometida a un maltrato como el que hoy tiene lugar entre nosotros. /i>
Son muchas las formas en que se hace violencia a la mujer en nuestros días.
A lo mejor se te va el pensamiento a las formas de tal violencia, que resultan más explícitas, groseras y burdas, como, por ejemplo, la prostitución o la pornografía, que las convierten en objeto para usar y desechar.
Es verdad que tales cosas, que alcanzan en el presente cotas nunca vistas, degradan y atacan a la mujer con un desprecio que no es menor que el de Quintiliano. (…) [Incluido el lamentable] ambiente hedonista que presenta el cuerpo femenino como producto de consumo, si es que basta ver un anuncio de ropa o de desodorante o colonia para comprobarlo”
(Febrero 2018, con Él, Antonio Fernández Velasco).
Tú y yo hacemos el propósito de respetar el plan de Dios, respetar a la mujer y a su cuerpo. Desagraviar ante tantos que las pisotean con ese desprecio semejante al del cruel procónsul romano.
La cosa sigue. O sea, esta oleada de hedonismo y sensualidad sigue. No es cosa del siglo III… Es más, a veces da la impresión de que arrasa con todo lo que se cruza por su camino. Como si se tratara de un tsunami o como un incendio forestal descontrolado.
Pero es aquí donde hay que ponerle freno, y es aquí donde aparece Santa Águeda a la que acudimos hoy.
“Cuentan que, un año después de la muerte de santa Águeda, tuvo lugar una erupción del volcán Etna, que amenazaba con destruir a la ciudad de Catania y a sus habitantes, los cuales, viéndose perdidos, invocaron la protección de la santa y la lava se detuvo milagrosamente, de manera que se salvó la población.
Por eso la ciudad de Catania la tiene como patrona y se le invoca en muchos lugares como patrona y protectora contra el fuego, los rayos y los volcanes”
(Febrero 2018, con Él, Antonio Fernández Velasco).
UN TESTIMONIO PARA RECORDAR
¿Hasta dónde llegará todo este oleaje sensual, esta erotización de la sociedad, o este fuego, esta lava que amenaza arrasar con todo?
La respuesta, como en la erupción del Etna, la tenemos en los santos y en la firmeza de su testimonio.
Acudamos a ellos y pidámosle fuerza para resistir y hacer que la lava se detenga.
La respuesta también está en nosotros mismos: porque llegará hasta donde cada uno le dejemos, ya sea por nuestras omisiones, complicidades o temores…
La fuerza de santa Águeda bastó para apagar el volcán; y tu testimonio y el mío, como el de los mártires, puede detener el avance de este mal que aqueja a nuestra sociedad.
Total, no es nuestra fuerza, es la de Jesús. Tocándole nosotros en nuestra oración, recibiéndole en la Eucaristía. Tratándole en las distintas cosas que hacemos, le haremos presente hasta en las plazas de nuestras ciudades.
Eso es lo que nos pide, de manera que pueda tocar a través nuestro, aunque sea con el borde de su manto. A todos los que nos rodean y sanarlo todo.
Se lo pedimos a través de Su Madre, de nuestra Madre, que está siempre muy cerca de Jesús.
Deja una respuesta