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P. Rafael

6 min

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MEDITACIÓN “ACUÁTICA”

El título de esta meditación parece de yoga y nada que ver con Cristo. Pero en realidad es que el modo en que Jesús controla las aguas nos da mucho para nuestra oración y para nuestra vida.

Un colega ingeniero me hablaba de una de sus primeras experiencias laborales. Recién graduado, buscaba desesperadamente un trabajo, y en estas estaba, cuando le surgió una oportunidad de oro con una compañía petrolera. El sueldo era tan atractivo, que, haciendo sus cálculos, en pocos años podría haber amasado capital suficiente para renunciar y comenzar su propia empresa.

El trabajo consistía en venderle su alma a la compañía. Más concretamente, supervisando una plataforma petrolera en el Mar del Norte. Por supuesto, que el buen sueldo se debía a que debía pasar largas temporadas en alta mar, aislado totalmente de toda civilización, rodeado de toda clase de locos, que serían los únicos capaces de aceptar ese trabajo. Esto para él no suponía gran problema porque si algo tenía en abundancia era fortaleza mental.

DECISIÓN DEFINITIVA

Lo que le hizo terminar de decidirse fue un video que le apareció en Instagram. Mostraba cómo era el mar en una de esas plataformas. De noche, un manto oscuro e indómito que golpeaba con fuerza terrible los pilares de la plataforma. Los pilotes eran de hormigón reforzado -¡inmensos!-, pero parecían tan endebles como fideos. Y de día se veía claramente el ‘enjambre’ de tiburones que infestaban el mar, acechando lo que tal vez era la única civilización a cientos de kilómetros a la redonda.

Sobra decir que ahora la decisión ya era definitiva: ni por todo el dinero del mundo aceptaría ese trabajo. Ya Dios proveería otra cosa. Y así fue.

Pero es que el mar es cosa seria. Para quienes vivimos en el Caribe es fuente de paz, de alegría, de tranquilidad, pero no es así en todas partes.

De hecho, en las civilizaciones antiguas el mar es tan poderoso, que quien tiene poder sobre Él, se cuenta entre los dioses más poderosos. Por ejemplo, en la mitología de Babilonia, Tiamat es la diosa del agua salada y representa el caos primordial. Llega a tomar la forma de un gran dragón marino. De sus lágrimas nacen los ríos Tigris y Éufrates. Es tan poderosa, que cuando Marduk la asesina, la divide en dos y forma los cielos y la tierra a partir de las mitades de su cuerpo.
Meditación acuática

EL MAR ES COSA SERIA

En el ámbito judío también encontramos que el mar es algo a lo que se le tiene mucho respeto. Los hebreos no son tan aventureros en el mar como sus vecinos fenicios. En la literatura judía se habla del Leviatán, el gran monstruo marino. Uno de los discursos de Job refleja muy bien esto de que el mar es cosa de temer:

“¿Soy yo acaso el Mar, o el Monstruo marino, para que me pongas un guardián?”

(Job 7,8).

Pero Dios es más grande que el mar, porque de hecho, es creación suya, como leemos en el Génesis (Gn 1,6-10). El Salmo 95 nos lo recuerda:

“suyo es el mar, pues Él lo hizo, y la tierra firme que modelaron sus manos”

(Sal 95).

Y más adelante, el salmista se dirige a Dios reconociendo su poder:

“Tú dominas la arrogancia del mar. Tu amansas sus olas cuando se encrespan”

(Sal 89,10).

Y para que no queden dudas de esta superioridad, también reconoce:

“Tú rompiste las cabezas del Leviatán y lo diste como pasto a las bestias del mar”

(Sal 74,13).

Por si no fuese suficiente, este dominio de Dios sobre lo indomable es una certeza absoluta en los hebreos gracias al prodigio del paso del Mar Rojo.

En conclusión, si para la mentalidad judía, el mar es sinónimo de muerte, de lo impredecible, de lo incontrolable, etc., más cierto todavía es que Dios no le tiene miedo al mar ni a nada que habite en él. Si, por una parte, el hombre siente la impotencia de aquella gran masa de agua que a veces sale de su control, por contraste, sólo Dios tiene dominio absoluto sobre esta bestia que amenaza la paz.

A MODO DE FLASHBACK

Ahora, habiendo recordado todo esto, no nos sorprende que la Iglesia haya querido proponernos -a modo de flashback– el evangelio de hoy para este tiempo de Pascua.

Los discípulos están cruzando el mar de Galilea, en dirección a Cafarnaúm, y, en medio de la noche,

“soplaba un viento muy fuerte y el lago se iba encrespando. Habían remado unos veinticinco o treinta estadios, cuando vieron a Jesús que se  acercaba a la barca, caminando sobre las aguas”

(Jn 6,19).

El prodigio es, de por sí, asombroso. Pero lo que también está implícito en este episodio, es que Jesús está haciendo algo que, como hemos visto, sólo Dios puede hacer. El libro de Job lo dice explícitamente:

“Él extiende los cielos por sí sólo y camina por las olas de los mares”

(Job 9,8).

Las aguas sólo obedecen a Dios, porque son creación suya.

Este episodio nos recuerda lo que justamente celebramos en este tiempo de Pascua. Si en la mentalidad judía el mar representa la muerte, aquí hay uno que no le tiene miedo, y que incluso camina con tranquilidad sobre ella, como anticipo de su victoria en el sepulcro.
Meditación acuática Háblame del cielo

CONFIAR SIEMPRE EN ÉL

Y así como tranquiliza a los discípulos en el mar diciéndoles: “No teman. Soy yo”, ¿cómo no vamos a confiar también nosotros a través de las tormentas de la vida con la paz y la seguridad que sólo puede darnos el estar junto a Él?

Ni tú  ni yo somos judíos de la época de Jesús. Tal vez este prodigio no te diga tanto como a un discípulo hebreo que tiene esta idea del mar en la cabeza. De todos modos, la invitación a confiar más en nuestro amigo omnipotente, está allí presente. Confía más en Él que en las propias fuerzas ante lo insuperable.

Y al vernos superados por el ímpetu de las olas, nos tranquiliza saber que de poco valen nuestras fuerzas en comparación con las de este Amigo a quien las aguas obedecen. Una recomendación de san Josemaría:

“¿Tú quieres ser fuerte? – Primero date cuenta de que eres muy débil; y, luego, confía en Cristo que es Padre y Hermano y Maestro, y que nos hace fuertes, entregándonos los medios para vencer: los sacramentos. ¡Vívelos!” 

(Forja 643).

Es la fe en la gracia sacramental que fomenta la inhabitación de Dios en nuestras almas lo que nos da seguridad.

SIEMPRE ESTÁ CON NOSOTROS

Tenemos un oasis de tranquilidad en los minutos en los que acabamos de recibir a Dios en la Sagrada Comunión. Nunca tendremos tanta cercanía y por lo tanto tanta paz como en esos instantes sagrados de íntima unión y si los vivimos con fe, podremos decir con mayor propiedad:

“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?”

(Sal 27).

Es la misma seguridad que nos da el sagrado tribunal de la misericordia. Allí nos encontramos con Jesús y le decimos: “Señor, la única opinión que me interesa es la tuya. Aparta, Señor, todo pecado que me aparte de ti”.

Así, “si el Señor está con nosotros, ¿quién contra nosotros?”

(Rm 8,31).

Si no perdemos de vista que Tú, Jesús, estás a nuestro lado de continuo, no tenemos nada que temer, ni siquiera en la soledad de una plataforma en el mar del norte infestada de tiburones. No estamos solos. Dios con nosotros, y a este amigo, hasta las aguas más violentas de la vida se le someten.

Por supuesto que nos encomendamos también a nuestra Madre, la Santísima Virgen, porque ella es Stella Maris, en medio también de la confusión del mar de la vida, de las aguas que nos azotan, que nos agobian, Ella es referencia segura.

Vamos a pedirle que nos haga también confiar en su Hijo amadísimo. Y que digamos con esta tranquilidad de quien se sabe hijo de Dios, de quien se sabe amigo de Dios y de quien se sabe guiado por el Espíritu Santo.


Citas Utilizadas

Hch 6, 1-7

Sal 32

Jn 6, 16-21

Reflexiones

Señor, gracias porque siempre estás con nosotros. Te pedimos que lo tengamos muy presente. 

Madre mía, ayúdanos a acrecentar la confianza en tu Hijo.

Predicado por:

P. Rafael

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