Jesús, ven, acompáñame este rato. Quiero hablar contigo, escúchame, Señor, que te llamo, ten piedad. Busco tu rostro. Tu rostro buscaré, Señor.
Una de las siete obras de misericordia espirituales es: consolar al triste. Vamos a hablar de eso con Jesús. Y, ¿cómo puedo consolar?
Yo me puedo creer un experto en consolar, porque yo sé compadecer, yo ayudo a las personas a anestesiar, un poco, su tristeza, su dolor. También proyecto a la gente y, sobre todo, soy un experto en decirle a la gente que aguante…
Eso, no es consolar, porque compadecer no es consolar. Llorar con la persona, sumarse a derramar lágrimas con él, por él, en sus hombros, no, eso no es consolar.
Puede existir el peligro de pasar del buen compadecer al victimizar, es un pasito.
La victimización es la lógica por la que la persona se quiere auto compadecer también y recibir la complicidad de los otros. Eso ayuda a que se quede atascada, en el pozo de su dolor.
En el fondo es puro narcisismo, también, porque eso le impide volver al camino, sentirse mejor realmente. Se puede sentir un momento bien, porque lo consuela, recibe lágrimas… Anestesiar… lo que anestesia, muchas veces, son los narcóticos.
Y eso, Señor, eso está muy extendido en este momento. Porque siempre cuando se busca este tipo de ayuda, lo que se busca es distraer; distraer a la persona que está triste, incluso nosotros mismos.
La sociedad recibe, permanentemente, cascadas de remedios que narcotizan físicos y sobre todo psicológicos. ¿Para qué? Para no sentir dolor, para no estar tristes. Y no se siente el dolor porque no esté ahí, sino porque se sepulta. Lo queremos sepultar con tsunamis de distracciones, eso no es consolar tampoco.
JOB
Proyectar, tampoco es una buena consolación, porque el que proyecta quiere fijarse a ver si el otro está peor. Ay, Jesús, como si existiera también el dolorímetro una clasificación de la mala suerte: Yo estoy aquí… yo no estoy tan mal.
Es una manera de consolar muy frecuente. ¿Oye, pero tú no estás tan mal? Fíjate en las noticias, o sea gente que la está pasando realmente mal; y eso no es una manera buena de consolar.
Yo añadiría a estos tres tipos de consolar: compadecer, anestesiar, proyectar, el de “aguántese mijo” aguántese, aguantar, aguantar… Eso tampoco es consolar. No puede haber culturas en donde está más presente esta manera de consolar. “No llore, tranquilo, aguántese…”
Hay un personaje en la escritura que realmente la pasa muy mal, es Job. Recordarás la figura de Job, un hombre que tiene una cantidad de sufrimientos, pero impresionantes. No son tsunamis de distracciones, sino de sufrimientos. Pierde todo: la salud, los bienes, los hijos.
Y tiene tres amigos que intentan consolarlo. Todos tienen nombres curiosos, hay uno que se llama Zofar, es el que recuerdo ahorita. Uno de ellos le dice: -Job, su dolor es consecuencia de una culpa y por eso hay que aceptar el sufrimiento.
El segundo amigo le dice que ese dolor le sirva para corregir. Entonces, bueno, que vaya corrigiendo, que se vaya corrigiendo. y la y el tercero.
El tercero, además, es peligrosísimo y se parece un poquito al de aguantar, es el que llama Zofar, porque le dice que se tiene que abandonar a Dios, a los planes de Dios. O sea, se tiene que resignar, porque Dios es el único sabio y puesto que Dios sabe todo, resígnese. Porque, en realidad, es imposible hacer otra cosa. Hay que aprender a resignarse, en la vida. Esto no es consolar tampoco.
SEÑOR QUE VEA CON TUS OJOS
Job, realmente en estos tres amigos no reciben ninguna consolación. La única consolación es su oración, rezar y tener fe. Y mirar las cosas, intentar pedirle al Señor mirar las cosas con su mirada, con sus ojos.
Bueno, Padre, espero que te diga cuál es la verdadera consolación, porque escuchando esto y llevándolo a la oración, yo lo hago bastante mal. Bastante mal.
Mira, la verdadera consolación es PLENITUD, la etimología de consolar, la etimología latina es: cum-solári. A veces, uno puede traducir mal, como estar solo, estar conmigo mismo, cum sólus, yo solito, y no es así.
La etimología de sólus no quiere decir único, solitario, sino completo, entero… entero. Por eso, cum-solári quiere decir estar llenos, saciados, satisfechos y de ahí viene consolar.
Consolar se presenta, curiosamente, en clave de dar plenitud.
Por ejemplo, Señor, ahora que quiero mirarte a ti (porque, a veces, siento un peligro cuando hacemos estas meditaciones los sacerdotes y es que suene un poquito a charla y no; queremos, Señor, mirarte a ti, hablar contigo. Podemos dar algunas claves como para que pensemos las cosas y que nos sirvan para hacer oración. A mí me gusta pensar que la oración empieza después del audio y se mantiene todo el día).
Bueno, Señor, contigo, te miro a ti y hablo contigo.
Jesús en la cruz, antes de morir, en el momento de mayor tribulación, qué dice:
“Jesús, cuando probó el vinagre, dijo: -Todo está consumado. (Todo está completo, llegó la plenitud aquí, aquí llegó la plenitud y entregando) E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.”
(Jn 19, 30).
El momento de mayor consolación es cuando hay más plenitud. Es un misterio, es verdad, pero tenemos que mirar a Jesús en la Cruz. El consolador, porque la obra de misericordia es consolar al triste; el consolador es quien ayuda a restituir la pieza que falta cuando hay dolor, cuando hay tristeza, cuando hay sufrimiento. ¡Eso no es fácil!
BIENAVENTURANZAS
Cuando se recibe el consuelo se busca más bien la parte que Dios quiere donar, ahí está el sentido de plenitud. Pensémoslo, mirémoslo con Jesús. ¿Qué me quiere donar Jesús? ¿Qué me quiere donar Dios? ¿Cómo me quiere consolar Jesús?
Y aquí llegamos al evangelio de este día, que son las bienaventuranzas. Hoy no son las mismas obras de misericordia, son las bienaventuranzas, pero las bienaventuranzas son un ejemplo de una mirada que ve las cosas de modo completo.
“Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.” (Mt 5, 3) ¿Si el reino de los cielos no es plenitud, entonces qué es?
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los mansos porque ellos heredarán la tierra.”
(Mt 5, 4-5).
Claro, tiene relación con las obras de misericordia y puntualmente con la que estamos considerando hoy en la oración.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados todos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos”
(cfr. Mt 5, 1-12), el evangelio de hoy.
Señor, gracias por permitirnos considerar esta la oración, comenzando la semana.
Las bienaventuranzas no están en ser pobre o en llorar, en aguantar hambre, en que me persigan, sino en lo que puedo recibir en esa circunstancia, ¿qué puedo recibir de Dios? Qué es: la plenitud.
Por eso, dice: (…) de ellos es el Reino de los Cielos, de ellos puede ser el Reino de los Cielos, a ellos les falta el Reino de los Cielos, ahí está la plenitud…
El sufrimiento no es algo inmóvil, no es un final, sino el principio de un proceso que libera. Las bienaventuranzas son premisas que anticipan otras cosas, otra época. Se presentan, pero como apertura al futuro. No es algo actual, sino algo que va a llegar, que va a llegar.
APRENDER A CONSOLAR
Jesús, pero tú te quieres servir de nosotros para consolar y ya ves que no es tan fácil. El que se va a consolar realmente es un crack, pero sobre todo es un buen instrumento del Espíritu Santo.
Señor, haz que sepa consolar. Quien realiza el acto de consolar, por ejemplo, es capaz de ponerse al lado de quien sufre y le muestra lo que no consigue ver. Le abre su corazón, le muestra un horizonte, le ayuda a ampliar la mirada, alargar la mirada, le abre una perspectiva distinta. Y eso es plenitud y eso es esperanza. Eso lo sabemos hacer los bautizados: encender de nuevo en esperanza.
Por eso el que consuela, tiene que conocer muy bien al afligido.
Hay personas que realmente detestan a esas personas. Incluso, pueden ser profesionales que llegan y con una formulita y quieren consolar. No, eso no es tan fácil.
Los sacerdotes, por ejemplo, ¿cuántas personas acuden a nosotros a buscar consuelo? ¡Y eso no es tan sencillo, Señor! Podemos decir alguna cosa magistral que le ayude, pero no somos nosotros, es el Espíritu Santo.
Por eso, muchas veces hay que hablar con el sacerdote una, dos, tres… muchas veces. Bueno, Señor, ayúdame a entender esto y dame la gracia que para consolar necesito el Espíritu Santo.
Si pudiéramos consolarnos nosotros mismos, pues, apaga y vámonos… ¿Qué necesidad habría de Cristo? ¿Qué necesidad habría, Señor, de que Tú vinieras a morir por nosotros en la Cruz?
Si nosotros mismos nos pudiéramos consolar, pues ya… Si yo pudiera desentrañar el dolor, pues ya. Pero te necesito Jesús y necesito el Espíritu Santo, que me enseñe o que enseñe para para enseñar al afligido lo que desconoce.
ENTENDER LO QUE DESCONOZCO
Ahí está la clave de la aflicción, del dolor y de la tristeza, llegar a entender lo que desconozco. Hay algo que desconozco y por eso estoy sufriendo, también. Hay algo que me falta, que está llegando, algo que debe ser desvelado, algo que anuncia el futuro.
Mira lo que dice la Escritura:
“(…) Cuando venga Aquel, el Espíritu de la verdad, os guiará a toda la verdad; porque no hablará por sí mismo, sino que hablará todo lo que oiga y os hará saber las cosas que han de venir”
(Jn 16, 13).
Eso es tarea del Espíritu Santo. ¡Ven, Espíritu Santo! ¡Consuélame! Tú qué puedes consolarme.
Que el Espíritu Santo me ayude a descifrar la cruz, a entender el misterio de la cruz en profundidad. Por eso, no puedo buscar en el dolor, no me puedo quedar en el dolor, no me puedo quedar en la tristeza, no.
EL INICIO DE UN CAMBIO
Tengo que saber aceptarlo y saber entender que es el inicio de un cambio. Incluso, para ser maduro, para madurar más, para construir algo más serio, más verdadero. En definitiva, ¿qué? El Cielo. Señor, que no me quede en el dolor, en la angustia.
Es curioso, pero la palabra angustia viene de “ángulo”, quedarse en un ángulo, quedarse ahí encerrado en un sitio que no tiene salida. Que el Espíritu Santo me revele que en la Cruz está el inicio. La cruz es un “start” hacia un designio extraordinario de Dios.
San Pablo desarrollará esta experiencia: «Porque estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se va a manifestar en nosotros», «la leve tribulación de un instante se convierte para nosotros, incomparablemente, en una gloria eterna y consistente.»
Vamos a pedirle a Nuestra Madre, yo me la imagino hablando con todo tipo de atribulados, de personas y ayudando a todos a dar la vuelta a la tristeza. A dejar de pensar en el dolor como resultado de una circunstancia, de un mal. A sacarle partido, como punto de partida, como principio y no como término.
Hay una de las letanías del Rosario que dice Consolatrix aflictorum, ora pro novis, consoladora de los afligidos, ruega por nosotros. Y seguimos también con ella conversando todo este día.
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