La paz, ¡cuánto nos hace falta la paz! Y Dios, es Dios de paz. Tú Jesús das paz y nos la dejas en herencia en el Evangelio de hoy. Y nosotros parece que no nos acabamos de enterar, vamos acelerados por la vida convencidos que acelerados es como hay que ir.
Le damos vueltas a las cosas convencidos que, dándole vuelta es como las vamos a resolver, como si en la vuelta número doscientos cuarenta y siete al fin voy a resolver. Y acabamos agotados
El agotamiento nos impide pensar con claridad en eso mismo que queremos resolver; y es más, nos pone de mal humor.
También con la imaginación nos hacemos trampa, nos proyectamos al futuro y pensamos en mil y un escenarios posibles.
A veces, hasta nos imaginamos las posibles conversaciones y nos enredamos en ellas -que si me dicen, que si respondo, que si esto, que si aquello- ¡qué agotador!
Y lo curioso, es que el futuro cuando llega, ¡nunca llega como lo imaginamos! O sea, que por gusto nos cansamos.
DIOS NOS CONCEDE LAS GRACIAS
Además Dios, Tú Señor, Tú Jesús, nos concedes las gracias que necesitamos para afrontar las cosas presentes. Y como esas cosas futuras ni existen, resulta que no tenemos la gracia para afrontarlas.
Ya cuando lleguen, si llegan, Dios nos dará los auxilios que en ese momento necesitemos. Pero para mientras: paz.
Y Tú Jesús cada vez que te presentas dices:
“La paz con ustedes”.
Más ahora, en este tiempo de Pascua lo hemos estado viendo en tus apariciones cuando ya estás resucitado, siempre le dices a los apóstoles:
“La paz esté con ustedes”.
O también aquello de:
“No temas”
(Is 41, 10).
Pero cómo nos cuesta no temer y abandonarnos en tu paz.
No se sabe muy bien por qué, pero nos hemos convencido de que si algo es importante, eso justifica que me ponga nervioso. Y no es cierto.
Resulta que los nervios no ayudan tampoco. Si algo es importante: me ocupo de eso. Y no se resuelve nada por ponerme nervioso.
CONVERSACIÓN DE DIOS
Hace unos años, escuché un texto que te lo comparto, de un escritor francés. A mí me sirvió y espero que te sirva.
En uno de sus libros hace como un soliloquio de Dios, una conversación de Dios consigo mismo, que viéndonos a nosotros así, dice:
“Yo conozco bien al hombre, soy Yo quien lo ha hecho. Es un ser extraño. Pues en él actúa esa libertad que es el misterio de los misterios.
Yo sé llevarle. Es mi oficio. Y esa libertad es mi creación. Se le puede pedir mucho corazón, mucha caridad, mucho sacrificio. Tiene mucha fe y mucha caridad. Pero lo que no se le puede pedir, vaya por Dios, es un poco de esperanza.
Un poco de confianza, vaya, un poco de relajación, un poco de entrega, un poco de abandono en mis manos, un poco de renuncia. Está tenso todo el tiempo.
Que ese señor consienta, que se dé un poco a Mí. Que relaje un poco sus pobres miembros cansados sobre una tumbona. Que relaje un poco sobre una tumbona su corazón dolorido.
Que su cabeza, sobre todo, deje de funcionar: su cabeza funciona demasiado. Y él cree que eso es su trabajo, que su cabeza funciona así. Y sus pensamientos, total, ¡para lo que él llama sus pensamientos!
Que sus ideas no funcionen más y no se peleen más en su cabeza y no tintineen más como pepitas de calabaza. Como un cascabel en una cabeza vacía.
Cuando pienso a qué llama sus ideas… Pobre ser. No me gusta, dice Dios, el hombre que no duerme”
(Charles Péguy, Soliloquio de Dios).
¿CÓMO NOS OCUPAMOS?
Por supuesto que todos queremos dormir bien, todos deseamos tener paz. Pero Jesús también todos tenemos problemas y preocupaciones. Y nos cuesta darnos cuenta que no se trata de preocuparnos sino de ocuparnos.
¿Y cómo me ocupo? Pues como decía san Josemaría:
“Poniendo todos los medios humanos como si no existieran los sobrenaturales y todos los medios sobrenaturales como si no existieran los humanos”.
Es decir, rezar y hacer lo que buenamente podamos, luego confiar en Dios, descansar en Él.
A algunos les sirve, a ti te puede servir también, repetir alguna jaculatoria, aquella que cuenta con una gran tradición en la Iglesia y que es muy sencilla:
“Sagrado Corazón de Jesús en Ti confío”.
O aquella otra de san Josemaría que le dice:
“Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado, lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno”
(San Josemaría, Vía Crucis VII Estación).
La verdad es que no se deja nada afuera y ahí lo dejamos todo, todo en las manos de Dios. ¿Qué más podemos hacer? Pues aprender a reírnos de nosotros mismos, no tomarnos tan en serio.
REIRNOS DE NOSOTROS MISMOS
Contaba el beato Álvaro del Portillo, cómo san Josemaría en una ocasión, por un grave contratiempo, había perdido un momento la serenidad. San Josemaría decía:
““Me enfadé… y después me enfadé por haberme enfadado”.
En aquel estado de ánimo, caminaba por una calle de Madrid y se tropezó con una de esas máquinas automáticas que hacían seis fotos de carnet por unas monedas: el Señor le hizo comprender que tenía al alcance de la mano una buena ocasión para humillarse y recibir una lección ascética sobre la alegría.
Entró en la cabina y se hizo las fotografías: “¡Estaba divertidísimo con la cara de enfado!” Después rompió todas menos una: “La llevé en la cartera durante un mes. De vez en cuando la miraba, para ver la cara de enfado, humillarme ante el Señor y reírme de mí mismo: ¡por tonto! me decía””
(Entrevista a don Álvaro del Portillo sobre la vida y personalidad de san Josemaría).
Eso es lo que necesitamos, eso nos puede venir muy bien: reírnos de nosotros mismos. ¡Qué más!
PONER LOS MEDIOS HUMANOS
Otro consejo de san Josemaría, en unas palabras breves pero que de todos modos nos dan algunas luces, nos decía también:
“Nos evitamos muchas tonterías durmiendo bien, las horas justas; comiendo lo necesario, haciendo el deporte que podáis a vuestros años y descansando”
(San Josemaría, En Diálogo con el Señor).
Esa es una buena sugerencia. De alguna manera, esto también es poner los medios humanos. Y me gusta pensar que hay otra forma muy especial de obtener paz: la Eucaristía.
Creo que Jesús a eso se refiere con las palabras que siguen en el Evangelio, porque les dice a los apóstoles:
“Me han oído decir, me voy pero volveré a su lado”
(Jn 14, 28).
Ese volveré a su lado: ¡qué paz da!
La Eucaristía, hacer un rato de oración bien hecho frente al Sagrario o pasar por una capilla de adoración perpetua y ver la Hostia Consagrada, hablarle directamente o simplemente mirarle… Y seguro, seguro que le vamos a escuchar decir:
“La paz te dejo, la paz te doy, no te la doy como la da el mundo, no pierdas la paz, ni te acobardes”
(Jn 14, 27).
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