Así, la Anunciación se constituye en la entrada de Nuestro Señor Jesucristo en la historia de la humanidad, y comienza el camino que nos restituye la gracia perdida en el pecado original, y nos abre nuevamente las puertas del cielo. Por lo tanto, la Santísima Virgen María es la puerta que se abre gozosamente para que el Señor entre en nuestra historia.
Seguramente, podemos aprender muchas lecciones para la vida interior de la Anunciación, pero hoy quiero que hablemos especialmente de tres.
Dios también se te anuncia a ti
El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. (Lc 1, 26-27)
Si bien, la Inmaculada Virgen María es la única mujer merecedora de llevar en su vientre al Verbo hecho carne, Dios también se te anuncia a ti; este anuncio supone un llamado o misión particular del Señor para tu vida, en pocas palabras: tu vocación.
Pero para dar nuestro “fiat” semejante al de la Santísima Virgen María, es necesario que adoptemos su actitud de silencio y de escucha atenta a la voluntad del Señor, lo que supone un auténtico reto para el creyente actual, pues este se encuentra inmerso en una sociedad que percibe al silencio como un aspecto negativo y en el que la inmediatez determina la dinámica de todas las relaciones.
Contrario a lo que muchas veces creemos Dios se nos revela en lo sencillo, en lo cotidiano, sin signos extraordinarios; por lo que debemos educar el corazón, para aprender a identificar sus señales en el tiempo. Es así, como también debemos ser imitadores del silencio de María, para poder encarnar en nuestra existencia lo que el Padre nos pide hoy.
La alegría del “hágase”
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. (Lc 1, 28-30)
El llamado de Dios puede darnos miedo, un camino hacia lo desconocido; pero es ante todo alegría, como lo expresa el ángel Gabriel en el versículo 28 del capítulo 1 del Evangelio según San Lucas; pues quien da su “sí” al Señor, consagrándole la vida misma siempre encuentra gracia ante Él, aunque se presenten muchas pruebas.
La alegría del “hágase” no es semejante al gozo temporal que nos ofrece el mundo, principalmente fundamentado en la estimulación momentánea de los sentidos y en los placeres humanos, que pronto se acaban. Esta es una alegría con raíz profunda en saberse transeúnte amado en los caminos del Señor, una alegría que tiende a la eternidad, y tú también estás llamado a vivenciarla.
Un Compañero de camino
El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. (Lc 1, 35)
Al dar su “sí” la Santísima Virgen María obtuvo la asistencia del Espíritu Santo en todas las empresas de su vida. Aun con nuestra naturaleza concupiscente nosotros también gozamos de la asistencia de este Compañero idóneo de camino, Quien nos da la luz para entender los acontecimientos con inteligencia sobrenatural.
Pidamos la fuerza del Espíritu Santo cuando sintamos que no podemos sostener nuestro “sí”, recordando que en todo debemos ser imitadores de María, para que en nosotros Dios-Espíritu Santo encuentre siempre una morada agradable donde posarse.
Santa María, ruega por nosotros.