Tere Domínguez, reflexiona sobre el apostolado de la amistad y la confidencia usando como herramienta la oración. Además, nos comparte sus vivencias sobre el poder de sanación del alma que experimentó cuando sus amigas oraron por ella cuando atravesó el tratamiento de quimioterapia por cáncer.
Vivir diferente siendo la misma
La canción de José Luis Rodríguez tiene una letra sencilla, pero dice tanto. “Sigo siendo el mismo pero vivo diferente”. Es lo que me ha pasado a mí, si comparo cómo vivía hace exactamente dos años cuando me dijeron que me tenían que operar por un tumor que parecía maligno, y después sería diagnosticada con cáncer de ovario.
Era la misma que soy hoy, pero vivía completamente diferente. Era muy reservada. Cuidaba mucho con quien me relacionaba. Y era así desde el colegio, en la universidad y después en mi desempeño profesional. Además, dedicaba mucho tiempo al cuidado personal, pero de un modo excesivo. Era mucho más importante en esos años cuidar mi cuerpo que mi alma. Y no es que ahora no cuide mi aspecto, claro que lo hago. Pero llevo mi cabello con mi color natural, sin tratar de quitarme los rulos, sin invertir tiempo en hacerme las manos y los pies. Hago ejercicios al aire libre sin preocuparme de que el cabello se estropee. He hecho las paces con todo mi cuerpo aceptándome tal como soy.
Empecé a darme cuenta del cambio que se estaba produciendo en mí el día de la presentación de Te ofrezco mis puertas en noviembre de 2019 cuando una amiga dijo que le sorprendía ver cómo durante el tratamiento de quimioterapia me había abierto a los demás y cómo había podido escribir un libro donde había mostrado mi alma. Mis prioridades se invirtieron y lo más importante para mí fue preparar mi alma para ganarme el cielo. Y eso cambia la forma de vivir cada día. Lo he ido internalizando poco a poco. Muchas personas se esconden, no quieren que las vean. Yo no fui así. Me dispuse a llevar mi enfermedad abierta a los demás, aceptándola, con todos los cambios que se fueron produciendo en mí, como cuando se me cayó el cabello y empecé a usar pañoletas.
La amistad a través de la oración
Fue así como durante la quimioterapia me reencontré con muchas amigas, la mayoría muy devotas, que me escribían para decirme que estaban orando por mí. «Saber que rezaban por mí empezó a ser un bálsamo durante esos duros meses del tratamiento».
No sé cómo explicarlo, pero yo sentía esas oraciones. Muchas de esas amigas me ayudaron a acercarme más a Dios. Con su amistad, ellas ejercieron el papel de apóstoles y contribuyeron a mi conversión.
Veía sus espíritus tan calmados, irradiando tanta paz, que yo quería sentirme como ellas. En ese momento no entendía el poder de la oración. Solo sabía que me hacía mucho bien cuando me decían que oraban por mí. Y se empezó a crear una especie de red de amistades relacionadas a la oración, incluso con personas que conocía de hacía muchos años y a las que me fui acercando cada vez más.
Al entrar a los grupos de sobrevivientes de cáncer o que todavía están en tratamiento esa red siguió creciendo. Pero aún era una relación más de recibir que de dar. Al presentar Te ofrezco mis puertas y empezar a escribir en mi blog en www.teredominguez.com los papeles comenzaron a invertirse. Ahora era yo quien empezaba a dar, a entregarme a los demás.
Me identifico con esta cita de Camino de san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei:
«Deja ese ‘aire de suficiencia’ que aísla de la tuya a las almas que se te acercan. Escucha. Y habla con sencillez: solo así crecerá en extensión y fecundidad tu trabajo de apóstol». (Camino 958)
El Apostolado de la Amistad
Mi esposo siempre ha sido muy popular. Lleno de amigos que buscan su compañía. Es siempre el alma de la fiesta y de cualquier reunión. Puede hablar por horas.
Pero ahora él dice que los papeles se han invertido y que yo soy la popular. Dice que ahora le dicen que es el esposo de la escritora Tere Domínguez. La primera vez que me lo dijo me reí, pero al insistir sobre el tema entendí que era cierto: ahora tengo una red de amigos que traspasa fronteras. He conocido más personas en estos dos últimos años que en toda mi vida. Pero lo más impactante es comprobar que la gran mayoría ha sido motivada al abrir mi corazón y salir de mi cascarón.
En el retiro mensual de enero, el sacerdote habló sobre el apostolado a través de la amistad y que no se debe tener miedo a que nos llamen pesados porque queremos que más personas se acerquen a Dios. Que al vernos felices, quieran también ser felices buscando a Dios. Al escucharlo, profundicé que lo que estoy haciendo, escribir sobre mis sentimientos, sobre los santos, sobre mi caminar en mi encuentro con Dios, es para que más personas se acerquen también a Dios.
Al darme la oportunidad de escribir en este blog desde mayo del año pasado comencé a abordar temas que abonaron en mi crecimiento espiritual, pero a la vez hicieron que estos mensajes llegaran a mis amigos, familiares y personas de todo el mundo.
El recogimiento en casa con la pandemia permitió que escribiera de una forma que nunca pensé posible y sobre temas que sentía ajenos a mi conocimiento. La lectura, dejarme guiar y preguntar lo han hecho posible. Por ejemplo, al escribir sobre santa Teresa de Ávila supe cómo mudó de vida a pesar de todas las pruebas que enfrentó. Y me dije que si ella lo había hecho yo también podía lograrlo.
Como decía San Josemaría: «Ten presente, hijo mío, que no eres solamente un alma que se une a otras almas para hacer una cosa buena. Esto es mucho…, pero es poco. Eres el apóstol que cumple un mandato imperativo de Cristo». (Camino 942)
Y esto se relaciona con lo que decía el sacerdote el día del retiro: que Dios pone impaciencia en nuestro corazón. Dios ha venido a traer fuego a la tierra y tenía ansias de salvar a los hombres. Nosotros debemos dejar que ese fuego nos abrace. Para el Señor era más importante la paz interior que la misma salud del cuerpo. Le quema el hecho de que algunos se puedan perder. “Me duelen las almas”, decía también San Josemaría.
Y que esa posibilidad nos debe activar y mover a buscar a las personas.
Que ese fuego no nos deje tranquilos.
El apostolado de la confidencia
Cuando mando un post a mi lista de contactos recibo mensajes directos, pero también otros los suben directamente al blog. Muchos de ellos tienen que ver con el hecho de que así como yo estoy en un caminar de encuentro con Dios buscando la santidad en la tierra para ganarme el cielo, algunos contactos sienten que están haciendo ese camino conmigo. Que van creciendo en la fe con las historias que yo les comparto.
Este intercambio de mensajes ha motivado muchas confidencias. Me han dado la oportunidad de dar un consejo. O aprovechar una ventana o una luz en el alma de alguna amiga para decirle: ¿te gustaría participar en el rosario a la Capillita Peregrina de Fátima que hoy está en la casa de Kerube?
Dios me ha ido poniendo en una situación que nunca pensé. A veces me asusta un poco. Por ejemplo, el post “La visita inesperada” generó una lluvia de solicitudes por querer tener a la Capillita Peregrina de Fátima en sus casas. Así que los que organizan el apostolado en Panamá decidieron asignarme una para que yo organice su peregrinar.
Me sentí muy feliz, bendecida, sabiendo que es la Virgen que ha querido quedarse conmigo para que la ayude a seguir peregrinando en más hogares de la ciudad de Panamá.
Antes no comprendía el alcance de ser un apóstol. Ahora que me he convertido en uno siento mucha responsabilidad por mi actuar. En Camino, 932, san Josemaría dice:
«Mira: los apóstoles, con todas sus miserias patentes e innegables, eran sinceros, sencillos…, transparentes. Tú también tienes miserias patentes e innegables. Ojalá no te falte sencillez».
Y es lo que procuro yo.
Entender que soy solo un instrumento para que más personas se acerquen a Dios.
Y ahora te pregunto:
¿Cómo vives tu vida?
¿Te atreves a hablar de tu fe sin importar lo que te puedan decir?
¿Te animas a ser un apóstol?