La lectura de una vida ejemplar siempre ha removido corazones. Según cuenta en su autobiografía, le pasó a Ignacio de Loyola. Después de haber sido herido, estuvo al borde de la muerte y tuvo una larga convalecencia, durante ese periodo: «leyendo la vida de nuestro Señor y de los santos, me paraba a pensar, razonando: ¿Qué sería, si yo hiciese esto que hizo san Francisco, y esto que hizo santo Domingo? Y así discurría por muchas cosas que hallaba buenas.
El Señor se valió de la lectura para la conversión de san Ignacio. Y así ha sido en muchos otros: Dios ha penetrado en muchas almas a través de un buen libro de vidas normales. Verdaderamente, la lectura de vidas ejemplares han hecho muchos santos.
Hecho hombre
Vemos en los evangelios, cómo Jesús hace que sus discípulos se fijen en las acciones de personas concretas: cierta viuda pobre que ofreció pocos centavos, unos niños pequeños, María de Betania, el centurión cuyo esclavo estaba a punto de morir; y, por supuesto, cuenta historias y parábolas, a veces terminando con las palabras: “Ve tú y haz lo mismo” (Lucas 10,37).
Seguir el buen ejemplo de los que están cerca. Para eso también están los santos, para enseñarnos el camino, o mejor dicho los miles de caminos que existen. Porque hay tantas formas de ir a Dios como santos en el cielo. Cada uno a su manera.
Es fácil darse cuenta de que las variaciones en la vida de los santos sugieren que no se ajustan a un patrón predeterminado. El punto en común es que el santo, como una planta que se dobla y se retuerce para recibir el sol, sigue el camino de Dios, volviéndose siempre hacia la luz que es fuente de vida.
No hay que olvidar que algunos santos antes fueron grandes pecadores, pero cambian radicalmente su vida. San Pablo, de perseguidor a perseguido. San Agustín, de disoluto a doctor de la gracia. San Francisco, de la opulencia a desposarse con la pobreza. Santa Margarita de Cortona, de concubina a monja mística. San Camilo de Lelis, de ludópata a servidor de los enfermos. Pero la mayor parte de las historias no son tan radicales.
Fábrica de santos
Los santos no son perfectos; los santos se hacen, no nacen. Cuando comenzamos a leer sus vidas nos encontramos con que son impulsivos, reinciden, caen en tentaciones, son mezquinos y muchas veces soberbios. Les falta autodisciplina.
Muchos piensan que un santo es alguien que ha nacido hace muchos siglos, que va con una barba larga y viste con una túnica. Así es como se los representan a veces en las iglesias o en los cuadros que ves en tus libros de arte.
Los santos son muy normalitos. Cuando eran bebés lloraban porque tenían hambre, no porque no habían podido ir a Misa; y la primera palabra que dijeron fue papá o mamá, no Iglesia o Jerusalén. Los santos siguieron procesos distintos, pero todos terminan buscando la luz.
Los santos no han bajado del cielo para vivir unos años en la tierra, han nacido en la tierra y luego se han ido al cielo. Porque el Santo no nace, sino que se forja. Son personas tan normales como la que tienes a tu lado.
Santos de carne y hueso
Te cuento un hecho de la vida de san Josemaría para que veas lo normales que son los santos. Cuando era pequeño, un día no quiso tomarse el primer plato de la comida. Su madre le insistió. Es esta una escena típica de cualquier familia. El santo se agarró tal enfado que cogió el plato y lo estampó contra la pared. Su madre dejó aquella mancha durante dos semanas para que se diera cuenta de lo que había hecho y se avergonzara de su actitud.
Luego, con el pasar de los años, la gracia de Dios le fue cambiando. Llegó a ser mucho menos temperamental. Todo comenzó con unas huellas en la nieve que encontró cuando cumplió los 15 años, resultaron suficiente para que este adolescente tomara una decisión tan grande: entregar a Dios su vida entera.
Con esas sencillas huellas, san Josemaría se dejó atrapar por el Señor. Descubrió que la santidad no consiste en cumplir los mandamientos, sino que ser santo quiere decir dar algo más, vivir algo más, esto es, vivir como Cristo, ser otro Cristo. Todo parte del ejemplo de los santos, y de los que quieren imitarlos.
Ejemplos en vida
Todos podemos dejarnos influir por el buen ejemplo. Incluso los que ya están en el camino del bien, pueden dar más saltos para mejorar aún más. Es lo que pasó con san Juan Pablo II, aprendió a ser amigo de Dios viendo cómo le trataba el obispo que le ordenó sacerdote.
Contaba que, cuando este obispo era muy mayor, después de terminar su trabajo, en vez de irse a la cama, se iba a la capilla y allí se pasaba mucho tiempo. Le impresionó tanto al joven seminarista, que lo empezó a hacer él también, y se pasaba mucho tiempo cerca del sagrario cuando vivía en Polonia y luego en el Vaticano. Por eso es tan santo Juan Pablo II.
Las vidas de tantos cristianos que no brillan, pero con su lucha nos permiten encontrar a Dios en la vida ordinaria, entonces, hacen mucho más que proporcionar un modelo a imitar: despiertan, juzgan, inspiran, desafían, sorprenden, divierten e inquietan a quien los contempla.
Signos de santidad
Podríamos pensar: ¿en qué ejemplos nos fijamos? Al mirar a los demás, ¿encontramos nuestra inspiración para acercarnos más a Dios? ¿Qué nos debería conmover?
Nos debería mover la vida de tantos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que se dedican a anunciar y a servir con gran fidelidad, muchas veces arriesgando sus vidas y ciertamente a costa de su comodidad. Los santos sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante.
Nos debería remover la alegría cristiana, que está acompañada de sentido del humor, tan destacado en la vida de santo Tomás Moro, o en san Vicente de Paúl, o en san Felipe Neri. Así, sabemos que el mal humor no es un signo de santidad, porque a veces la tristeza tiene que ver con la ingratitud, con estar tan encerrado en sí mismo que uno se vuelve incapaz de reconocer los regalos de Dios.
Estados de vida y profesiones
También hay ejemplo en la vida conyugal. Partiendo de los padres de la Virgen: san Joaquín y santa Ana. Los santos Louis Martin y Marie Zélie Guérin, padres de santa Teresita de Lisieux, canonizados el 18 de octubre de 2015, conforman la primera pareja de esposos en ser canonizados en la misma ceremonia. Son un camino a seguir para los que están llamados al matrimonio.
El mismo Juan Pablo II, durante la Misa de beatificación del matrimonio de Luis y María Beltrame Quattrocchi decía, en medio de las alegrías y las preocupaciones de una familia normal, supieron llevar una existencia extraordinariamente rica en espiritualidad. En el centro, la Eucaristía diaria, a la que se añadían la devoción filial a la Virgen María, invocada con el rosario que rezaban todos los días por la tarde, y la referencia a sabios consejeros espirituales.
Sale el Papa Francisco en Gaudete et exultate para darnos la pista, ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales.
Si queremos ser santos, debemos esforzarnos por vivir mejor nuestra vocación, viendo el ejemplo de los que ya han llegado al cielo. Así, tal vez, nos convertiremos en modelo para otros, como hemos escuchado, seremos santos de la puerta de al lado.