Cuando se habla del tiempo inmediatamente lo relacionamos con la palabra oro, pero de acuerdo con Camino de San Josemaría el tiempo es gloria de Dios. Debemos valorar cada minuto, teniendo orden en cada actividad que se vaya a realizar.
Es importante que en la oración le recitemos al Señor: “Señor hazme saber mi fin, cuál sea la medida de mis días; para saber qué fugaz soy yo”(Salmo 39:5), comprendiendo que nuestros días en la tierra son rápidos y no hay que desperdiciarlos en cosas que no ayudarán a nuestra alma.
¿Cómo organizar mi tiempo?
A medida que las responsabilidades aumentan se complica la estructuración de una jornada, pero es importante tener en cuenta la aportación de Daniel Goleman (La inteligencia Emocional) y Stephen Covey (Los siete hábitos de la gente altamente efectiva), para gestionar las actividades y las emociones.
Covey nos indica que en el área privada los individuos deben ser proactivos, tener objetivos y priorizar, mientras que Goleman plantea que es importante la autoestima, automotivación y autocontrol para armar un proyecto.
En el área pública, los dos coinciden que se debe resaltar la empatía y las habilidades sociales para conseguir relaciones interpersonales efectivas.
A continuación, se unen estas cuatro contribuciones para establecer un horario productivo:
1.- Urgente e importante: son aquellas tareas que se deben realizar de forma inmediata, jamás posponerlas, porque requieren toda la atención.
Sin embargo, como a Dios no se le puede entregar un trabajo mal hecho, debemos tener el secreto divino, es decir, dar sentido sobrenatural y eficacia a las actividades de la vida, como la parábola de los talentos, usarlos para que se refleje el Señor. (Mateo 25:14-30)
2.- No urgente, pero sí importante: comprende las actividades que en el corto plazo no es necesario cumplirlas, pero sí son importantes a largo plazo.
Por ejemplo: estudiar para un examen porque en un período determinado se presentará una evaluación, por ello se debe establecer un horario para repasar cada tema, como decía San Josemaría: “Una hora de estudio es una hora de oración”.
3.- No son importantes, pero sí urgentes: son todas las interrupciones que aparecen en la cotidianidad. Se puede mencionar: llamadas telefónicas, informes imprevistos que se deben presentar al finalizar la semana porque la empresa tiene que pasar una auditoría y son notificados el lunes por los organismos correspondientes.
Mantener la motivación y el control ante todas las situaciones que puedan presentarse y siempre sonreír como decía Santa Teresa del niño Jesús:
“Mi alegría es cumplir siempre la santa voluntad de mi Jesús, mi único y solo amor. así, vivo sin miedo, amo el día y la noche por igual.”
4.- No es importante y tampoco es urgente: Son las actividades que no requieren de nuestra atención, por ejemplo: chequear alguna red social cada cinco minutos, observar la televisión por varias horas.
Estas estrategias podrían ayudar a la reorganización de la agenda tanto física como digital. Dentro de nuestras ocupaciones y profesiones podemos santificarnos no solo ofreciendo el punto tres, aquellas contrariedades, sino verlas como un medio para conocer personas e invitarlas a la formación tanto intelectual como espiritual.
El descanso también figura dentro del aprovechamiento del tiempo, porque no consiste en matar horas, sino cultivar hábitos saludables, por ejemplo:
- Practicar un deporte.
- Lectura
- Compartir con la familia y amigos.
- Trabajar en la inteligencia intrapersonal (Conocerse, reflexionar para el cambio).
No podemos olvidar pasar tiempo con Dios, porque Él es quien dirige nuestros días, tiene el control de todo lo creado. Evitemos manejar el tiempo como si nos perteneciera, más bien pidamos sabiduría para usarlo. Debemos siempre apreciar cada instante, recordemos que el tiempo es de Dios, para Dios y que no realizamos nada sin su ayuda. La última frase del Evangelio de Mateo 28:18-20, se refiere a que, si hemos aprovechado el tiempo para cumplir con su voluntad, Él estará con nosotros hasta el final de nuestros días.
Cuando el cristiano mata su tiempo en la tierra, se coloca en peligro de matar su Cielo: cuando por egoísmo se retrae, se esconde, se despreocupa. El que ama a Dios, no sólo entrega lo que tiene, lo que es, al servicio de Cristo: se da él mismo.