¿Sabes de la historia del árbol de Navidad?
El árbol de Navidad es una tradición precristiana que ha adquirido un significado profundamente cristiano.
Los árboles se han utilizado en decoración y han sido parte de muchas tradiciones , desde tiempos antigüos. Los pobladores de Centroeuropa y Escandinavia los consideraban sagrados y, en torno al 25 de diciembre, celebraban el solsticio de invierno. Así, encontrar el origen del moderno árbol de Navidad no es sencillo. Sin embargo, muchos creen que se originó en Alemania.
La Cristianización del árbol
Se afirma que, alrededor del año 723, el sacerdote misionero inglés San Bonifacio marchó a predicar la fe cristiana. En su trabajo de evangelización tomó, de las costumbres paganas, el abeto o pino de Navidad, como símbolo de vida y esperanza, por mantenerse verde y frondoso aún en los tiempos más fríos.
Su forma triangular, apuntando al cielo, le permitía explicar el misterio de la Trinidad y sus frutos, los dones del Espíritu Santo.
Los árboles de hoja perenne, símbolos de la vida eterna, se volvieron parte de de los ritos cristianos en Alemania.
Durante la Edad Media comenzaron a representar los árboles del jardín del Edén. Se les colgaban manzanas y se instalaban en los hogares el 24 de diciembre.
La tradición se expande por el mundo
En el siglo XVI, durante la reforma protestante, Martín Lutero agrega velas encendidas, como símbolo de la luz que trae Cristo al nacer, y en el siglo XIX los árboles de Navidad ya eran una tradición arraigada en Alemania.
Con las migraciones, los alemanes llevaron los árboles de Navidad a otros países como Inglaterra. El príncipe Alberto, de origen alemán, y su esposa la reina Victoria, popularizaron la tradición entre los británicos.
Colonos alemanes también introdujeron los árboles de Navidad en Estados Unidos. Así, se extendieron alrededor del mundo, reemplazándose después por árboles artificiales para minimizar el impacto ambiental.
Las esferas en el árbol
En el tiempo de Adviento, tiempo de preparación espiritual para la celebración del nacimiento de Cristo, en cada hogar, armamos en familia nuestro árbol de Navidad. Las esferas de colores reemplazan a las manzanas que simbolizan el fruto del árbol prohibido del Génesis bíblico, nuestras debilidades y tentaciones.
Las esferas simbolizan también nuestras oraciones en este tiempo de espera gozosa. Las rojas hacen alusión a las peticiones, las plateadas al agradecimiento, las doradas son de alabanza y las azules de arrepentimiento.
Las luces del árbol
Junto a las esferas colocamos las luces, que iluminan como Cristo, nuestro entorno y en la cúspide del árbol ponemos la estrella. Esa estrella que nos guía hasta el Señor, como guió también a los reyes magos de Oriente hasta el niño Dios, el mesías prometido, recostado en un humilde pesebre en Belén.
Los regalos
A los pies del árbol , depositamos los regalos, que los niños abren en Nochebuena, para compartir la alegría de recibir al Salvador. Celebramos en familia al “Dios con nosotros”, Jesús recién nacido, niño, indefenso, pequeño, adorable, cercano.
¿Cómo no estar alegres?
¿Cómo no estarlo? Dios se ha hecho hombre para mostrarnos el camino, la verdad y la vida.
Compartamos en torno al árbol de Navidad, y al colocar las esferas de colores junto a los juegos de luces, pensemos que, Dios nos quiere pese a nuestras debilidades, y nos quiere de tal modo que se hizo carne para hacerse uno más, visiblemente, palpable ¡No estamos solos! ¡Él está con nosotros!
Como dice San Josemaría en Cristo que pasa, a Él no le importan las riquezas, ni los frutos, ni los animales de la tierra, del mar o del aire, porque todo es suyo. No anda buscando cosas nuestras, nos quiere a nosotros mismos.
¿Qué regalos le puedo dar al Señor?
Si nació en un pesebre, puedo ofrecerle desprenderme de tantas cosas superfluas e innecesarias que tengo actualmente.
Tal vez aprender a ser más paciente, o quizás más generoso con mi tiempo para ayudar a alguien que me necesita. Tal vez trabajar más para los demás y no tanto por mi autorealización, o quizás perdonar a alguien que me ha hecho daño.
Junto al árbol de Navidad, abracemos y besemos al Niño Jesús, como lo tiene que haber hecho María Santísima, y que la alegría de esa noche permanezca en nosotros y nuestras familias.