Para Comenzar
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén. Con la intercesión de la Santísima Virgen María, de su esposo San José y de nuestros ángeles de la Guarda, vamos a meditar en la presencia de Dios lo que pasó en los días anteriores al nacimiento del Niño Jesús. Que el Espíritu Santo nos ilumine y nos fortalezca para que esta novena de Navidad, con su propósito de mejora diario, nos haga parecernos un poco más a la Sagrada Familia.
Escuchar la voz de Dios
Nazaret está sobre una montaña que domina el Valle del Esdrelon. La vista al amanecer es preciosa, una brisa fría acaricia los rostros de María y José mientras contemplan los cultivos que tapizan el valle.
Han salido temprano para alcanzar la caravana que bajará por la Ruta del Jordán. En medio del valle se alza el Monte Tabor, atrayendo la mirada de todos los que atraviesan el Valle.
María y José mientras lo rodeaban admiran los pinos que cubren el monte. Ese monte será testigo de una teofanía, que afianzará en la fe a Pedro, Santiago y Juan: Cristo es el Hijo amado del Padre por quien fueron hechas todas las cosas.
María tiene grabadas en su corazón las palabras del Ángel: “»El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35)
San Bonifacio al evangelizar los pueblos germanos derribó el árbol de encino que adoraban esos pueblos. Cada año durante el solsticio, para celebrar el nacimiento de Frey, dios del Sol y la fertilidad adornaban el encino con antorchas que representaban a las estrellas, la luna y el sol. El árbol simbolizaba al árbol del Universo, en cuya copa se hallaba Asgard (la morada de los dioses). Ellos creían que a partir de su nacimiento (indicado por el solsticio) se renovaba la vida. En torno a este árbol, bailaban y cantaban adorando a su dios.
Cuentan que San Bonifacio después de derribar el árbol de encino plantó un pino en el mismo lugar, símbolo del amor perenne de Dios y lo adorno con manzanas y velas, dándole un simbolismo cristiano: las manzanas representaban las tentaciones, el pecado original y los pecados de los hombres; las velas representaban a Cristo, la luz del mundo y la gracia que reciben los hombres que aceptan a Jesús como Salvador.
El árbol de Navidad nos recuerda el nacimiento del Hijo de Dios, quien nos trae una nueva vida, la vida de los hijos de Dios. Al ver la estrella en la copa del árbol nos pueden venir a nuestra mente las palabras que oyeron Pedro, Santiago y Juan mientras vieron resplandecer las vestiduras de Jesús: “Este es mi Hijo amado, escuchadle” (Mc 9,7). Preparémonos para la Navidad deseando escuchar a Jesús, leyendo las Sagradas Escrituras, dedicando un poco de tiempo a la oración personal.
Oración Final
Se reza un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Después repiten todos juntos tres veces: Jesús, José y María. Os doy el corazón y el alma mía.
Villancico
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