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Desde la Ascensión a Pentecostés

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Este momento es importante porque marca el fin de la presencia física de Jesús en la tierra, pero también es el comienzo de una nueva etapa en la historia de la Salvación. En este día, recordamos la promesa que Jesús hizo a sus discípulos antes de su partida: la llegada del Espíritu Santo, el Paráclito.

En el Evangelio de Juan, Jesús les dice a sus discípulos:

«Es bueno que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito; pero si me voy, se los enviaré» (Jn 16,7).

Esta promesa es fundamental porque nos muestra que la partida de Jesús no significa un abandono, sino todo lo contrario: es una oportunidad para que el Espíritu Santo llegue a nuestras vidas y nos guíe en el camino hacia la santidad.

El Papa Francisco nos recuerda que el Espíritu Santo es el principal artífice de la santificación de los seres humanos. Él nos da la fuerza para vivir una vida de santidad, ayudándonos a superar nuestras debilidades y tentaciones. Además, el Espíritu Santo nos ayuda a discernir la voluntad de Dios en nuestras vidas y a ser testigos del amor y la misericordia de Dios en el mundo.

Cincuenta días después de la Resurrección, Jesús nos entrega una nueva Alianza, la del Espíritu Santo inscrita en el corazón humano. Algo similar ocurrió en el monte Sinaí con la entrega de la Ley, como nos cuenta esta meditación:

Meditación

Nuevas posibilidades

La Ascensión del Señor Jesucristo a los cielos nos abre la posibilidad de la llegada del Espíritu Santo porque, como nos enseña la Iglesia, el Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad y es enviado por el Padre y el Hijo para estar presente en la vida de los creyentes después de la Ascensión de Jesús. De esta manera, el Espíritu Santo se convierte en nuestro guía y protector, ayudándonos a comprender la verdad y a vivir en santidad.

El Espíritu Santo es el principal artífice de la santificación de los seres humanos. Nos mueve a vivir una vida de santidad, ayudándonos a superar nuestras debilidades y tentaciones. Además, el Espíritu Santo nos ayuda a discernir la voluntad de Dios en nuestras vidas y a ser testigos del amor y la misericordia de Dios en el mundo.

El Papa San Juan Pablo II también nos enseñó sobre el papel del Espíritu Santo en la santificación de los seres humanos. En su encíclica «Dominum et Vivificantem», el Papa nos recuerda que el Espíritu Santo es el que nos da la vida y nos renueva constantemente. Además, nos ayuda a crecer en la fe y a profundizar en nuestra relación con Dios, guiándonos hacia la plenitud de la vida eterna.

Necesidad de ir a predicar el Evangelio

Tras la Ascensión, Jesús da a los Apóstoles el mandato de ir a predicar por todo el mundo el Evangelio que les ha enseñado, con la seguridad de que Él estará con nosotros hasta el fin del mundo.

Es fácil pensar que en el momento de la Ascensión los discípulos estaban especialmente entusiasmados, no sabían cuál sería el siguiente paso, pero estaban seguros de que valía la pena dar su vida por ese ideal. A medida que el Señor se iba elevando a los cielos, se iba empequeñeciendo a los ojos de los discípulos y, al mismo tiempo, iba creciendo dentro de sus corazones.

Aquí cobra todo su sentido aquel punto de la predicación de san Josemaría en Forja:

«Hijos de Dios. -Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras.

– El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine… De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna».

El Señor nos quiere como instrumentos, pero los frutos dependen de Él. A nosotros nos pide: oración, espíritu de sacrificio, pequeñas renuncias para llevar a cabo el plan apostólico diario, un pequeño esfuerzo por hacer más atractivo el ideal cristiano a los que nos rodean.

Para sacar el plan apostólico, el primer medio que hemos de emplear es la oración habitual, que no debe interrumpirse nunca, y también una continua mortificación, que puede consistir en un pequeño vencimiento, sonreír cuando estamos más cansados, o no responder con acritud cuando nos molestan.

Hay otras maneras, como se explican aquí:

Meditación

En definitiva, ¡hay que insistir! No podemos cansarnos, como Dios no se cansa de nosotros:

¡Qué paciencia tiene Dios con cada uno! Perdona una vez y otra nuestros pecados, no se cansa de ayudarnos a pesar de nuestras infidelidades, insiste amorosamente en sus llamadas… ¿Vamos a impacientarnos nosotros, cuando parece que un alma no responde o que camina lentamente hacia el Señor? Sed tozudos, sin abandonar el trato apostólico con vuestros amigos y compañeros. Cuando Nuestro Señor lo disponga, recogeréis, llenos de alegría, el fruto de vuestra paciencia. (Beato Álvaro del Portillo, abril 83).

Dos momentos íntimos

Por lo tanto, la Ascensión del Señor y la promesa del Paráclito son dos momentos que están estrechamente relacionados. La partida de Jesús no es un final triste, sino una oportunidad para que el Espíritu Santo llegue a nuestras vidas y nos acompañe en nuestro camino de fe. El Espíritu Santo es el regalo que Jesús nos dejó antes de su partida, y es un regalo que sigue presente en nuestras vidas hoy en día.

Te invito a que reflexiones sobre la promesa del Paráclito y sobre cómo el Espíritu Santo puede ser una presencia viva en tu vida. Pídele al Espíritu Santo que te guíe en tu camino de fe y que te ayude a ser un testigo del amor y la misericordia de Dios en el mundo. Que la Ascensión del Señor y la promesa del Paráclito te llenen de esperanza y te fortalezcan en tu camino de santidad.

Si a pesar de todo la subida de Jesús a los cielos nos deja un amargo regusto de tristeza, acudamos a su Madre, como hicieron los apóstoles: Entonces tornaron a Jerusalén y oraban unánimemente, con María, la Madre de Jesús… Junto a Ella esperaban la llegada del Espíritu Santo.

¡Dispongámonos en estos días a preparar la próxima fiesta de Pentecostés, muy cerca de nuestra Señora!

Vale la pena repetir esta oración:

Espíritu Santo, te pedimos que vengas a nuestras vidas y nos guíes en nuestro camino de fe. Ayúdanos a discernir la voluntad de Dios en nuestras vidas y a ser testigos del amor y la misericordia de Dios en el mundo. Que la promesa del Paráclito nos llene de esperanza y nos fortalezca en nuestro camino hacia la santidad. Amén.

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