Cuando el Arcángel San Gabriel anunció a la Virgen María el designio escogido de Dios, la saludó con estas palabras:
“Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo” (Lc 1, 28); y, poco después, su prima Isabel la enaltece diciéndole “bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lc 1, 42).
Estas palabras han modelado una de las oraciones que, desde hace siglos, los cristianos recitamos con más frecuencia: el Avemaría. Designan a la Santísima Virgen como la predilecta para ser la Madre de Dios, y también Madre nuestra.
El Avemaría es una belleza. Resume, en la más concisa síntesis, toda la teología cristiana sobre la Santísima Virgen. Nos recordaba San Luis María Grignion de Montfort que “en ella encontramos una alabanza y una invocación. La alabanza contiene cuanto constituye la verdadera grandeza de la Virgen María. La invocación contiene cuánto debemos pedirle y cuánto podemos alcanzar de su bondad”.
Un hermoso saludo
Los saludos son de suma importancia en las relaciones humanas. Sabemos que nos permiten el acceso a otras personas, incluso a aquellas que no conocemos. Facilitan la comunicación, los intercambios, las reuniones, los encuentros, hacer amigos, caminar, pasear e informar.
Las personas bien educadas saben saludar con cortesía. Las madres siempre intentan enseñar a sus hijos que aprendan a saludar y también corresponder a un saludo. San Bernardo dice que
“la Reina del cielo no es menos agradecida y cortés que las personas nobles y bien educadas de este mundo. Las aventaja en esta virtud como en las demás perfecciones y no permitirá que la honremos con respeto sin devolvernos el ciento por uno”.
Como un detalle de delicadeza en el saludo se suele utilizar el nombre de la persona. San Buenaventura complementa “María nos saluda con la gracia, siempre que la saludamos con el Avemaría”.
Y nos recuerda el Catecismo que la salutación del ángel Gabriel abre la oración del Avemaría.
Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava y a alegrarnos con el gozo que Dios encuentra en ella.
En el momento en que santa Isabel oyó el saludo que le dirigía la Madre de Dios, quedó llena del Espíritu Santo y dicen las Sagradas Escrituras que el niño que llevaba en su seno saltó de alegría.
Si nos hacemos dignos del saludo y bendición recíprocos de la Santísima Virgen, seremos, sin duda, colmados de gracias y un torrente de consuelos espirituales inundará nuestras almas.
Cántico trinitario
El Avemaría es uno de los cánticos más bellos que podemos entonar a la gloria de Dios. Dice el Salmo, Te cantaré un cántico nuevo, y eso se vive en cada Avemaría. La salutación angélica es precisamente el cántico nuevo que David predijo que se cantaría en la venida del Mesías.
Alabamos a Dios Padre por haber amado tanto al mundo que le dio su Unigénito para salvarlo. Bendecimos a Dios Hijo por haber descendido del cielo a la tierra, por haberse hecho hombre y habernos salvado. Glorificamos a Dios Espíritu Santo por haber formado en el seno de la Virgen María ese cuerpo purísimo que fue víctima de nuestros pecados.
Aseguraba san Luis María Grignion de Montfort que el Avemaría «es un rocío celestial y divino, que al caer en el alma le comunica una fecundidad maravillosa para producir toda clase de virtudes. Cuanto más regada esté un alma por esta oración tanto más se le ilumina el espíritu, más se le abraza el corazón y más se fortalece contra sus enemigos. El Avemaría es una flecha inflamada y penetrante que, unida por un predicador a la palabra divina que anuncia, le da la fuerza de traspasar y convertir los corazones más endurecidos».
En la hora de la muerte
La cercanía de la Santísima Virgen en toda nuestra existencia hace que nos movamos a quererla cada día más, y hace surgir espontáneamente una sintonía con Nuestra Madre en el latir hondo del alma. Y esta oración tiene mucho que ver con el cariño de los hijos que saludan constantemente a su madre.
María está muy cerca de cada uno de nosotros: dispuesta siempre a comprendernos, a interceder continuamente delante del Padre, pendiente de nuestras necesidades.
Como repetía san Josemaría: toda la bondad, toda la hermosura, toda la majestad, toda la belleza, toda la gracia adornan a nuestra Madre. ¿No te enamora tener una Madre así?
Por eso al terminar cada Avemaría nos ponemos en sus manos «ahora», en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde ahora, hasta «la hora de nuestra muerte». Le rogamos que esté presente en ese momento, como estuvo también en la muerte de su Hijo, al pie de la cruz y que en la hora de nuestro tránsito al cielo nos acoja como madre nuestra para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso, a nuestra felicidad eterna en el pleno y eterno amor de Dios.
Te recomiendo esta meditación para ver como se engarza cada Avemaría en el Santo Rosario
Que sorpresa más agradable. Me gustó mucho.
Gracias
Qué hermosa historia acerca del amor de María. El Santo Rosario es el más bello medio para acercarnos a su dulce protección. Gracias y bendiciones