Cuando me pidieron que escribiera sobre el Bautismo de nuestro Señor, lo primero que me vino a la mente fueron los Misterios Luminosos del Rosario, el primero es el Bautismo. Y lo rezo los jueves, como muchos de ustedes, todos los jueves, repito el nombre del misterio, y lo rezo, encomendándome a la Virgen, haciendo mis peticiones… pero, nunca me había detenido a pensar qué significa realmente que Jesús se haya bautizado…
Para limpiar los pecados
A la mayoría de los católicos nos bautizan de bebés, antes de tener conciencia, y lo hacen nuestros padres y padrinos, aceptando en nuestro nombre la fe de la Iglesia, la fe de Cristo. Pero lo hacemos para limpiar el pecado original, es decir, todos los bautizados somos, desde el comienzo, pecadores.
El bautismo que hacía Juan a la gente en el Jordán era en realidad, un bautismo de conversión, de cambiar y dejar el pecado. Es importante recalcar que ese no es el mismo que hacemos ahora, que nos convierte en hijos de Dios y nos hace parte de la Iglesia.
Este era una elección para pecadores que buscan mejorar sus vidas y acercarse a Dios.
Algo no encaja aquí, porque Jesús no era pecador. Sí, sabemos que era de carne y hueso, que era igual a nosotros en todo, pero no lo era en el pecado. Entonces, ¿por qué quiso bautizarse? ¿Por qué mostrar un signo de conversión público?
Pues, Jesús, al ingresar a las orillas del Jordán para ser bautizado, aceptó y asumió nuestros pecados. Los adoptó como suyos, aunque no tenía mancha, y murió por ellos, para darnos a la humanidad la gran gracia de ir al cielo.
La Santísima Trinidad
Cuando Jesús es bautizado, ocurre una gran manifestación divina, aparece la Santísima Trinidad. Porque recordemos que en ese mismo instante aparece una paloma blanca, una paloma que representa al Espíritu Santo, y además, se escucha la voz de Dios Padre quien dice:
“Este es mi hijo amado, en quien tengo mi complacencia”.
Entonces, cuando Dios Hijo acepta nuestros pecados en su bautismo, Dios Padre se complace y el Espíritu Santo está presente. Es una muestra de que Jesús es Dios, y que se está cumpliendo el plan divino de nuestra Salvación.
San Juan
Quien bautiza a Jesús es Juan, hijo de Isabel y Zacarías, la misma Isabel que estaba embarazada cuando María recibió la anunciación del Arcángel San Gabriel. Isabel, la prima mayor de María que sintió a su hijo saltar en su vientre cuando llegó María a acompañarla.
Sabemos entonces que Juan, desde el vientre, reconoció la divinidad de Jesús. Y ya adulto, fue la voz que clamó en el desierto la llegada del Mesías, y quien lo reconoció nuevamente cuando el Señor quiso bautizarse.
Que dicha de San Juan, poder reconocer la divinidad de Jesús desde el vientre, antes que todos los apóstoles, antes que nosotros y los santos. Las que hemos estado embarazadas, sentimos cuando nuestros hijos saltan en nuestro vientre porque reconocen una voz, o porque suena una música fuerte. Pero, es realmente extraordinario que San Juan haya sabido ver al Salvador en el vientre de María, desde el vientre de Isabel.
Inicio de la vida pública de Jesús
La fiesta del bautismo de nuestro Señor marca el final del tiempo de Navidad en la liturgia de la Iglesia. Es el punto final de varias semanas de rememorar la llegada del Salvador y su inicio en la vida pública. Sabemos que Jesús llevó una vida oculta, una vida cotidiana y dentro de todo, normal, durante sus primeros 33 años de vida.
Imaginemos que estamos allí
Pensemos por un momento que vivíamos en Nazaret en ese tiempo. Que conocíamos a Jesús, el carpintero honesto que tomó el negocio de su padre cuando este falleció. Seguro que lo preferiríamos a todos los otros carpinteros del pueblo, porque su trabajo sería intachable, lleno de dedicación y esfuerzo.
Además, cobraría lo justo. Y con suerte, a veces en su taller, aparecería su madre, con agua, o algo de comer, y solo su presencia iluminaba todo el lugar. Imaginemos que de repente, este mismo hombre, se bautiza por Juan en el Jordán, y empezaríamos a escuchar cosas muy extrañas de él.
Que cura enfermos, y que devuelve la vista a los ciegos. Que transforma corazones, y que tiene un séquito de seguidores que tratan de vivir bajo sus preceptos. ¡Qué es hijo de Dios!
Es probable que nos tomase un tiempo hasta reconocerlo y aceptarlo. No todos hemos nacido con el corazón y los ojos abiertos como Juan, o inmaculados como María, como para reconocer rápidamente al Señor entre la muchedumbre.
Lo mismo pasa ahora
Y esto mismo nos pasa ahora. El Señor nos dijo que estaría entre los enfermos, los prisioneros, los sedientos, todos los necesitados. Pero al verlos en la calle, no reconocemos a Jesús, seguimos de largo, no podemos pensar que ese inmigrante o ese vendedor ambulante sea el mismo Jesús que nos espera con los brazos abiertos.
Y peor todavía. Pasamos frente a una iglesia sin pensar si quiera que nuestro Señor nos espera allí, en el sagrario. Está ahí, todos los días, a toda hora, esperando que lo visitemos, que lo reconozcamos, que nos regocijemos de gozo de saber que lo tenemos con nosotros. Pero…
¿con qué frecuencia lo visitamos?
¿por lo menos lo reconocemos cuando pasamos frente y hacemos una visita mental?
Para pensar
El bautismo del Señor marca el inicio de Su sacrificio por ti y por mí.
Nos ilustra todo lo que Jesús hizo para salvarnos, como se adueñó de nuestros pecados, y como espera que lo reconozcamos en nuestra vida.
Propongámonos en este día especial, hacer a Jesús una parte esencial de nuestro día. Visitémoslo en la iglesia, sea física o virtualmente (Adoración Perpetua online), llamemos a ese ser querido que por la pandemia ha estado relegado, armemos un paquetito para la gente que está en la calle… recordemos que el Señor está con nosotros, en el Sagrario, y en los que nos necesitan.