Tras ser rechazado por dos amigos a los que amaba profundamente en una misma noche, Jesús, tremendamente dolido y sintiéndose muy solo, escuchó de nuevo como el pueblo elegía a un tal Barrabás antes que a Él.
«Era costumbre que el procurador, con ocasión de la fiesta, diese a la muchedumbre la libertad de un preso, el que quisieran. Había entonces un preso famoso llamado Barrabás. Estando, pues, reunidos, les dijo Pilato: ¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, el llamado Mesías? Pues sabía que por envidia se lo habían entregado”(Mateo 27, 15-18). «Ellos respondieron: A Barrabás» (Mateo 27, 21). El primero entre los primeros, era tratado como el último de los últimos.
«Dijo el procurador: ¿Y qué mal ha hecho? Ellos gritaron más diciendo: ¡Crucifíquenle! Viendo, pues, Pilato, que nada conseguía, sino que el tumulto crecía cada vez más, tomó el agua y se lavó las manos delante de la muchedumbre, diciendo: yo soy inocente de esta sangre; vosotros veáis” (Mateo 27, 23 – 24).
El humillante ataque apenas había alcanzado su pico más alto. Todavía le quedaban muchas horas de insultos, escupitajos y blasfemias.
Dios observaba todo
Con Dios Padre, allí en lo alto, los ángeles lloraban y sufrían desconsolados. «Mirar lo que le estáis haciendo al Amor, a alguien que solo os ha querido…»
No había manera de parar tal atrocidad. Estaba escrito y aquel carpintero, hijo de José, así lo había anunciado, ante la incomprensión de muchos, en varias ocasiones durante su vida pública.
«Tomando de nuevo a los doce, comenzó a declararles lo que había de sucederle. Subimos a Jerusalén y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, que le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de Él y le escupirán, y le azotarán y le darán muerte, pero a los tres días resucitará” (Marcos 10, 32-34).
Y María
María lo miraba rota por dentro. Sigilosa. Si no hubiera sido por su confianza en Dios, por la fuerza que el cielo milagrosamente le brindaba, habría muerto de pena.
«Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: éste está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lucas 2, 34-35).
Todos, buenos y malos, le seguían mientras caminaba arrastrando, con mucho esfuerzo, la pesada Cruz por aquellas calles de Jerusalén en las que había paseado riendo con sus discípulos algunos días antes.
Muchos miraban y entendían que no era justo, se encontraban con Dios mismo cuando Jesús alzaba hacia ellos su impotente y preciosa mirada. Aquel día se repartieron grandes dones entre los asistentes.
Verónica
«¿Qué te están haciendo?» Gritó Verónica en silencio, con toda el alma, mientras le abrazaba con los ojos y alcanzaba a donarle el paño que pasaría a la historia.
Nadie menos que Él, merecía tanta falta de caridad. ¿Qué había en el corazón de aquellos que lo odiaban tanto? ¿Qué hay en el nuestro cuando faltamos al amor?
La Eucaristía
Hace algunos años, en un campamento en Francia, alguien me preguntó por qué motivo asistíamos a Misa. En aquel momento tuve clara la respuesta: «Para acompañar a un amigo que va morir por mí».
Por desgracia, en otras muchas ocasiones, me gana la pereza o la distracción y se me olvida la grandeza que alberga una Eucaristía.
Ojalá que esta Semana Santa, conscientes de su significado, acompañemos a Jesús durante todo su camino por las diferentes estaciones del vía Crucis.
La cuaresma, que a estas alturas, de alguna manera, nos ha vuelto con sus renuncias hombres más fuertes, nos convierte en valientes soldados ante el Calvario y nos prepara para recibir todas las cosas buenas que Dios quiere darnos.