En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos:
«No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos».
El Señor habla del fruto bueno y del fruto malo (Ver Mt 7,17-18; Mt 12,33). Los frutos son las consecuencias visibles de nuestras opciones y actos. Si actuamos bien, tendremos buenos frutos, y eso será un indicativo de que lo que hacemos es de Dios, es parte de su Plan de Amor. Así, los buenos frutos señalan que nos estamos acercando más al Señor, y los malos frutos que nos alejamos de Él y de su Plan.
Hay que señalar que la bondad del fruto no está relacionada necesariamente con el éxito material o personal, con la eficacia o algo similar. La bondad de los frutos a la que se refiere el Señor Jesús es el bien de la persona y las personas, la realización y plenitud —o el camino hacia ello— de cada realidad.
Hacer el Bien
Así por ejemplo, cuando ayudo a un amigo, cuando me esfuerzo por hacer bien una responsabilidad o cuando estoy atento a las situaciones que me rodean para ayudar donde se me necesite estoy buscando dar frutos buenos y me acerco a Dios. Por el contrario, si por “flojera” no ayudo a esa persona que lo necesita, incumplo mis responsabilidades, o me contento dando el mínimo indispensable para no llamar la atención, o me quedo encerrado en mí mismo haciendo solo lo que “me conviene a mí”, entonces mi fruto será malo y me estoy alejando del Plan de amor que Dios tiene para mí.
Hay una relación estrecha entre los frutos y las acciones que tomo. Si mis acciones son buenas —que buscan y cumplen el Plan de Dios— mis frutos serán correspondientes; si mis acciones son malas —se alejan del Plan de Dios— mis frutos seguirán esa ruta. Esta disyuntiva entre estos dos caminos que se me presentan delante —dar fruto bueno o dar fruto malo— es capital para mi felicidad, que no es otra que alcanzar el Cielo.
Lo vemos en la dureza con la que el Señor se refiere a los árboles que dan frutos malos: «Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego» (Mt 7,19).
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.
Para tener un buen corazón
Para tener un buen corazón el primer paso es que hable bien la boca.
A veces la lengua es terrible. En ocasiones nos olvidamos del impacto que pueden tener nuestras palabras.
Los traidores son siempre mal considerados. De hecho, Dante los pone en el 9no anillo del infierno… en lo más profundo. Ahí están los grandes traidores de la historia: Bruto y Casio, Judas y por supuesto Lucifer, que traicionó a Dios.
La traición diaria es la murmuración. Hablar mal de los demás… de los que no me caen, encontrarles defectos, reírse de ellos.
La persona que está hablando siempre mal de los demás ¿qué tiene en su corazón? Puede ser divertido pero dejamos mal a las personas.
Lo que sale del Hombre
Jesús lo deja clarísimo: no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca (Mateo 15:11), eso es lo que contamina al hombre.
Llama la atención la “cruzada” que el Papa Francisco ha emprendido contra el vicio de la crítica y el cotilleo:, hace poco dijo que “Las murmuraciones matan, igual o más que las armas”; “los que viven juzgando y hablando mal del prójimo son hipócritas, porque no tienen la valentía de mirar los propios defectos”.
El Papa ha sido durísimo contra este defecto que dice que es como matar: “Cuando usamos la lengua para hablar mal del prójimo, la usamos para matar a Dios” ; “El mal de la cháchara, la murmuración y el cotilleo, es una enfermedad grave que se va apoderando de la persona hasta convertirla en sembradora de cizaña, y muchas veces en homicida de la fama de sus propios colegas y hermanos”.
Además, el Santo Padre nos ayuda a diferenciar la verdad de las medias verdades: “Cuidado con decir solo esa mitad de la realidad que nos conviene”; “¡cuántos chismorreos hay en el seno de la propia Iglesia!”. Ciertamente, no creo que haya habido nunca un Papa tan comprometido con la denuncia y la erradicación de esta lacra.
En muchos santos encontramos llamadas a cuidar la lengua, así San Francisco de Sales dejó escrito:»Quién habla mal de su prójimo, MATA su Alma, la del que le escucha y la vida de la persona aludida». Y también san Josemaría: «Si eres incapaz de hablar bien de esa persona, por Caridad, cállate».
No hablar mal
A veces puede ser que le damos otros nombres, no hablar mal… me estoy ventilando, saco lo que no me gusta dentro. Una confidencia de amiga… pero eso es peligroso, no podemos darle rienda suelta a la lengua.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.
Pues bien, para dejar de murmurar no solo se requiere controlar la lengua, sino que hay que cambiar la mentalidad. No estamos ante un vicio superficial o epidérmico, como a veces solemos suponer equivocadamente.
Bajo las críticas y los cotilleos se camuflan pecados como el rencor, la envidia o la vanidad. Pero no solo esto, sino que también se esconden nuestros complejos, inseguridades y heridas. En realidad, lo moral y lo psicológico suelen caminar por el mismo carril. O dicho de otro modo, el demonio sabe dónde nos aprieta el zapato, y tiende a pisarnos en el mismo lugar…
Todos sabemos que la crítica esconde con frecuencia envidia y celos, y que estos encierran falta de autoestima. Y si pudiésemos remontarnos al origen de esa falta de autoestima, posiblemente nos encontraríamos con la carencia de amor… No cabe duda de que los males morales, psicológicos y educacionales están implicados. Así, por ejemplo, decía san Francisco de Sales: “Cuanto más nos gusta ser aplaudidos por lo que decimos, tanto más propensos somos a criticar lo que dicen los demás”.
10 min con Jesús me ayuda a reflexionar cada día y llevar mi vida de oración más atenta para ser mejor día a día. Las reflexiones que nos comparten vía telegram o WhatsApp son esenciales para mí porque diariamente es mi alimento espiritual y una pausa en mi diario vivir. Bendiciones a todos los que hacen posible este espacio velan por nuestras almas.
Muy importante es interesante para tenerlos en cuenta y ponerlos en práctica