Cuando era pequeña, la figura de san José cobraba protagonismo en mi vida solamente cuando llegaba la navidad. Nunca fue alguien a quien soliera rezar o acudir.
Comencé a admirarle gracias a la película «Natividad». En ella nos muestran a un san José sencillo, bueno y servicial, que se desvive por su mujer y su futuro niño.
En el largometraje, puede verse a un hombre de familia normal que te adelanta el «héroe» que seguramente fue para Jesús.
La RAE define como sagrado: aquello «que es objeto de veneración o culto religioso; del culto divino; y digno del máximo respeto».
Un corazón ardiente
En realidad todos los corazones de los hombres son dignos de máximo respeto. En ellos, Dios deposita verdades y deseos que resultarán fundamentales para encontrar nuestro camino, propósito y vocación (entre otras cosas).
«Al corazón de una persona hay que entrar de rodillas» decía san Josemaría y tal vez te parezca exagerado… Pero es que ni siquiera nuestra actitud ante la vida es indiferente a lo que el corazón siente.
Fue seguramente el corazón de José, el medio por el que Dios más le hablaba.
Era en aquel venerable interior donde ambos se comunicaban y el santo le decía «sí» constantemente, aún sin entender; el lugar donde discernía sus dudas consultándolas con Dios y veía con claridad las respuestas a los bloqueos o la incertidumbre.
El grupo de música «Hakuna» sacó hace poco una canción sobre el santo. Se titula «Arde» precisamente para definir lo que en su interior ocurría.
Arde (San José) · Hakuna Group Music
Su corazón era puro fuego, amor y deseo en llamas continuas que se propagaban en un incendio que convertía a un mundo, a veces tan frívolo, en algo infinitamente mejor.
En él (en su corazón), cabía todo el mundo. Explotaba hacia afuera sin contenerse, abrazando a su familia y a toda la gente que quería. Sus muestras de cariño eran sinceras, ordenadas y estaban llenas de significado.
María y José
Los protagonistas de su vida eran Jesús y María (aparte de Dios). A esta última la miraba y el mundo cobraba sentido. Jesús era su proyecto común y sin el «sí» de ambos, Dios no hubiera llevado a cabo su plan.
Decía «te quiero» con palabras o madrugando para irse a trabajar y llevar a casa un buen sustento. Cuando volvía, en la tranquilidad de su hogar, dormía a Jesús en sus brazos en compañía de su esposa.
La vida para él era sencilla y maravillosa porque deseaba como Dios deseaba.
Hace un par de años, una amiga me pasó una novena a san José. Ella había comenzado a rezarla para poder conocer a un chico que le gustaba mucho. Le había funcionado porque por aquel entonces ambos ya eran novios (ahora van a casarse). Terminó contagiándonos su entusiasmo a todas las amigas y poco a poco, favor tras favor, fui haciéndome amiga del santo.
A día de hoy puedo afirmar que san José mola mucho. Cuando le pides, si de verdad conviene, cumple.
Es un corazón como el suyo el que deberíamos tomar como ejemplo. Él custodió el de Dios niño, con cariño y paciencia, mientras crecía y aprendía.
Tras una vida plena y feliz, su corazón, bien protegido por Dios, latió por última vez en presencia de Jesús y María… Y así, de una manera envidiable, llegó al cielo.