Cristo vive, esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la Cruz, ha resucitado, ha triunfado sobre la muerte, ha vencido al poder de las tinieblas, ha dado sentido al dolor y a la angustia. No teman, con esta invocación saludó un ángel a las mujeres que iban al sepulcro; no teman.
Ustedes vienen a buscar a Jesús Nazareno, que fue crucificado: ya resucitó, no está aquí. Este es el día que hizo el Señor, regocijémonos.
El tiempo pascual es tiempo de alegría, de una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se asienta en todo momento en el corazón del cristiano. Porque Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos.
El hecho más importante de la humanidad.
Nos encontramos en el Evangelio con que Jesús sale al encuentro de los dos discípulos de Emaús que regresan sin esperanza, a pesar de lo que han dicho las mujeres que han ido al sepulcro y que Pedro y Juan han confirmado que todo estaba como decían aquellas mujeres.
Contrasta la fe de los Apóstoles, que permanecían juntos en un mismo lugar, con las santas mujeres, y estos dos que debían ser del grupo más amplio de los discípulos que regresan malhumorados, discutían entre sí, dice el relato evangélico, porque ya todo les parece acabado.
En nuestra lucha interior también podemos tener momentos de desaliento, cuando hemos confiado demasiado en nuestra pocas fuerzas y las cosas no han salido como pensábamos. También cuando encontramos obstáculos que parecen insalvables, o bien la experiencia de anteriores luchas nos hace presentir una nueva derrota o algo en lo que nunca podremos vencer.
Fuente de la verdadera alegría
La Resurrección de Cristo es la verdad central de nuestra fe, fundamento de nuestra esperanza. Esperamos la vida eterna, teniendo claro que mientras vivamos tendremos que luchar. Que nuestra vida es una continua batalla contra los enemigos de nuestra santificación, pero tenemos la alegría de saber que Cristo ya ha vencido, que Cristo vive!
Jesucristo resucitado es una «inyección de optimismo» en el ánimo de los Apóstoles. La Cruz no ha terminado en un fracaso, sino que se ha convertido en trono de triunfo: porque la Vida, que es Jesucristo, ha podido más que la muerte.
En nuestra lucha no hay obstáculos que no se puedan superar con la gracia de Dios, nuestra correspondencia y una buena dosis de optimismo, que es fe, confianza en el Señor: «Tu, Señor, lo harás antes, más, mejor», decía San Josemaría.
Cuando de nuestra lucha sacamos pesimismo, desaliento, es que somos soberbios. Hemos de rectificar: ponernos delante del Señor y decirle humildemente: que sin Él nada, pero con El todo: omnia possum in eo qui me confortat, todo lo puedo en aquel que me conforta, nos dirá S. Pablo.
El derrotismo es anticristiano
No podemos ser derrotistas, ni ingenuos. Por una parte: humildad, conocimiento propio; y, al mismo tiempo, confianza ilimitada en la gracia de Dios, que no nos faltará.
En nuestro camino siempre nos encontraremos obstáculos. Como la piedra en la puerta del sepulcro. Las santas mujeres se ponen en camino, sin saber cómo removerán la gran piedra que había puesto José de Arimatea. Es claro que ellas nos pueden solas, pero eso no las detiene. Van al sepulcro solas, y al llegar, se encuentran que la gran piedra, el obstáculo, ha sido removido. Eso sucede siempre que ponemos lo que está de nuestra parte, se superan los obstáculos, se quitan todas las piedras grandes.
Optimismo, que nos hace santamente audaces en la vida interior y en el apostolado: a no medir las cosas con criterios humanos. Que no nos llenemos de no puedo, no sé, es que no me entenderá… Contar con la gracia de Dios, fuerza sobrenatural que nos asegura la victoria en nosotros y en los demás -a través nuestro- si nos comportamos como verdaderos instrumentos.
Apostolado de Pascua
La escritura dice que por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón, crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor.
La gente sacaba los enfermos a las plazas, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Acudía incluso mucha gente de las ciudades cercanas a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos eran curados.
Hemos de contagiar la alegría por la Resurrección de Cristo a otras almas. No podemos ocultar la victoria que supone esto respecto a los poderes del mundo. El Viernes Santo, es el aparente éxito de los poderes de la tierra. El Domingo de Resurrección es el triunfo de Dios.
La alegría del cristiano
Y entonces el corazón del cristiano desborda de gozo al comprender un poco más el Amor de Dios que nos ha amado hasta el extremo de morir en la Cruz, acompañado de tantos padecimientos, sin ningún consuelo humano… Y, al poco tiempo, aparece Jesucristo glorioso.
Santo Tomás explica que no convenía que Jesucristo resucitase inmediatamente pues a los ojos de los hombres podría parecer que su muerte no había sido real; tampoco convenía que fuese al final de los tiempos, porque su resurrección es la máxima prueba de nuestra fe en su divinidad, por eso convenía que fuese «al tercer día».
Te invito a pedir al Señor que nos aumente la fe, que vivamos con mayor visión sobrenatural, que la esperanza en la vida eterna y en la resurrección futura sea para nosotros un estímulo para no dar demasiada importancia a las cosas de la tierra. Con la alegría de constatar que el Domingo de Resurrección es el triunfo de Dios.