Qué ganas tan grandes de recibirte en mi casa. De atenderte, de invitarte a cenar y así, en la intimidad de mi hogar, poder sentarnos con paz a conversar… ¡Tengo tantas cosas qué contarte! Son muchas las dudas y temores que invaden mi corazón y a la vez –no sé cómo explicarlo- son tantos tus regalos que alegran mi vida en estos días de encierro, que no sé por dónde empezar. Entra pronto en mi casa, siéntate en este sillón –el más cómo de todos- y quédate un buen rato… No, mejor, ¡quédate para siempre! No busques más sitios, instálate aquí y haz lo qué más te apetezca. Abre las ventanas, alumbra la sala, mueve los muebles, abre hasta los cajones más olvidados de mi cocina y pon las cosas en el sitio que mejor te parezca.
Más o menos esto es lo que le digo a mi Jesús cada día que pasa, cuando asisto a la misa (en las más diversas ciudades del mundo) y siento que estoy viviendo un día más sin poder recibirle. Estos días de cuarentena, sin misa, sin comunión, hacen que cada vez sea más grande el deseo de poder recibirle. Y creo que esto es exactamente “la comunión espiritual”. Un gran deseo de que el Señor venga y llene con su luz nuestro pobre corazón.
Este lunes estuve (online) en la misa del Papa Francisco y hoy quiero compartir con todos los que me leen una cosa que a mi modo de ver, es un pequeño tesoro escondido, que se repite un día tras otro en de la modesta capilla de Santa Marta. La comunión espiritual que reza el Papa para todos los que, como yo, no podemos acercarnos a recibir la Eucaristía.
A vuestros pies, ¡oh mi Jesús!,
me postro y os ofrezco
el arrepentimiento de mi corazón contrito,
que se hunde en la eternidad de vuestra santísima presencia.
Yo os adoro en el Sacramento de vuestro amor,
la inefable Eucaristía,
y deseo recibiros en la pobre morada
que os ofrece el alma mía.
Esperando la felicidad de la comunión sacramental,
yo quiero poseeros en espíritu.
Venid a mí, puesto que yo voy a Vos,
¡oh Jesús mío!,
y que vuestro amor inflame todo mi ser
en la vida y en la muerte.
Creo en Vos, espero en Vos, vivo en Vos.
Amen.
(Cardenal Rafael Merry del Val)
También existe otra fórmula de comunión espiritual que aprendió San Josemaría de los labios de su madre y luego dejó como herencia a todos sus hijos.
Yo quisiera Señor recibiros
Con aquella pureza, humildad y devoción
Con que os recibió vuestra Santísima Madre
Con el espíritu y fervor de los santos
Amen.
Pero, en realidad estas sólo son fórmulas que nos ayudan de una manera sencilla a poner palabras a los sentimientos que ya existen en nuestro corazón… A alimentar estas ansias de recibir los sacramentos. Esta hambre de obtener con la Eucaristía el verdadero alimento para nuestras almas es algo muy positivo. Acrecienta nuestro amor a Dios, cimienta nuestra fe, e inflama nuestra esperanza en un mejor mañana. Sabemos muy bien que nuestra vida interior tiene el valor del fervor con que recibimos cada Comunión. ¡Es la hora de echar más leña al fuego de nuestros deseos de eternidad!