“¿Cuál es tu experiencia rezando el rosario?”. Esta fue una pregunta que una vez hizo una compañera en un grupo de Whatsapp. Fue increíble y sobrecogedor ver cómo el chat se llenaba de historias. Algunas de milagros y otras de gracias más disimuladas, como la paz en una tribulación o el aumento del sentimiento de filiación.
Así como cada persona tiene anécdotas de infancia con sus padres, cada miembro de este equipo tenía las suyas con nuestra Madre. Así como yo tengo las mías, de seguro, tú tienes las tuyas. Es que no podemos ser indiferentes.
La oración favorita del Cielo y de la tierra
San Juan Pablo II, en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (recomendadísima, anota el nombre ya), explicaba que el rosario “forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana”.
En esta carta, explicaba, que “el Rosario nos transporta místicamente junto a María, dedicada a seguir el crecimiento humano de Cristo en la casa de Nazaret. Eso le permite educarnos y modelarnos con la misma diligencia, hasta que Cristo ‘sea formado’ plenamente en nosotros”.
Acercándonos a María, nos acercamos a Jesús. ¿Cómo no, si Ella lo lleva en su vientre? ¿Cómo no, si Ella lo carga en sus brazos? ¿Cómo no, si ella abraza sus pies clavados en la Cruz? ¿Cómo no, si Ella limpia su rostro herido para darle sepultura? ¿Cómo no, si ella lo llena de besos al verlo resucitado?
Solo hemos de pedirle que, mientras contemplamos esas escenas, también nos deje abrazar a su Hijo, besar a su Hijo, no soltarnos de su Hijo.
Aun siendo un arma poderosa y habiendo visto cuánto ganamos al rezar el rosario, este sigue siendo sencillo, una oración “fácil” de rezar e incorporar al plan de vida. De esta manera, grandes, pequeños, de cualquier condición, podemos rezarlo.
Por algo ha sido la favorita de tantos santos, de tantos papas… e incluso de la Virgen. Cada vez que Ella “bajaba” del Cielo y se presentaba a sus hijos (como en Lourdes o Fátima), pedía que lo rezáramos.
Tomar la mano de María
En la misma carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, san Juan Pablo II escribió: “El rosario es a la vez meditación y súplica. La plegaria insistente a la Madre de Dios se apoya en la confianza de que su materna intercesión lo puede todo ante el corazón del Hijo. Ella es ‘omnipotente por gracia’”.
Tomar el rosario en nuestras manos, en un gesto tan material como el de ir pasando sus cuentas, se parece increíblemente a tomar – y aferrarnos a – las manos de María.
¿Hay algo más efectivo que aferrarse al rosario, no por el rosario como un conjunto de cuentitas de madera, sino porque así nos aferramos a nuestra condición de hijos y al amparo de nuestra Madre?
Solos no podemos…
“Solos no podéis nada”, dijo Jesús. Evidentemente, no está de más repetir, solos no podemos nada. Necesitamos su gracia, necesitamos que Dios nos comunique y comparta aquello que luego nos pide entregar.
De verdad, la vida es muy difícil. Hay cosas lindas, pero también muchas preocupaciones y ocupaciones. No solo hablo de las nuestras; constantemente amigos y seres queridos nos piden oraciones. El corazón se nos estruja, porque muchas veces, verdaderamente, no podemos hacer mucho. Solos, no podemos hacer nada.
Pero también resulta confortante lo que dijo san Josemaría: “Antes, solo, no podías… —Ahora, has acudido a la Señora, y, con Ella, ¡qué fácil”. Compartamos con Ella lo que nos cuesta y lo que les cuesta a nuestros amigos.
Literalmente, pasando cuenta a cuenta los dedos y las avemarías… pasamos de nuestras manos a las suyas las intenciones de tanta gente querida y necesitada.
A modo práctico
“Siempre retrasas el Rosario para luego, y acabas por omitirlo a causa del sueño. —Si no dispones de otros ratos, recítalo por la calle y sin que nadie lo note. Además, te ayudará a tener presencia de Dios”, este punto de san Josemaría (Surco 478) nos da ahora un consejo práctico.
Porque, habiendo entendido la importancia de rezar el rosario, aparece luego la vida con sus vaivenes, con sus imprevistos, con sus cansancios y los bloques del calendario se enciman y parecen ahogar los ratos que queríamos dedicar a esta oración.
Entonces, es bueno tener a mano algunas ideas que nos ayuden a hacerle espacio. Si no funciona bloquear horarios que consideramos adecuados – los que pensamos que nos dejarán rezarlo más tranquilamente –, procuremos ser creativos. Rezarlo por la calle, mientras vamos en un bus, colocando un audio que nos guíe al conducir el auto o mientras preparamos la comida de la familia…
También se pueden aprovechar esos tiempos de espera antes de una cita. Rezarlo “en partes”, adelantando un misterio aquí y retomando un misterio allá… no se trata de aprovechar “tiempos muertos” en un sentido peyorativo, sino de aprovechar para “darles vida”.
Ayuda también tener la posibilidad de pedir a alguien – amigo, colega, familia – que nos acompañe a rezarlo. Además, es un apostolado muy hermoso, pues de a dos estaremos rezando mutuamente por intenciones importantes, propias y ajenas.
El amor es creativo. Y si lo tenemos presente, será natural ir encontrando esos ratos y modos de recitar con cariño y devoción nuestro saludo a la Virgen.
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