En este post, Tere Domínguez habla del desierto en que se vio sumida y cómo a través de la oración y de abrirse a las personas correctas logró salir de él.
Estuve días con la mente muy dispersa y algo atribulada por muchas cosas. Caí en lo que tanto hablaba Santa Teresita del Niño Jesús. Ella decía que no podemos hacer drama de las imperfecciones ya que de lo contrario perdemos mucho tiempo en eso. Además, ella tenía como aliado a su caminito: “…quiero buscar la forma de ir al Cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo”.
En el desierto
Pero a pesar de saber eso e incluso de haber escrito sobre ella, repetía un día y otro: ¿por qué tomé esa decisión? ¿Por qué vuelvo a hacer lo mismo si sé que está mal? ¡Pero es que el tiempo no me alcanza! No sé cómo resolver esta situación. Y la consecuencia fue desviarme del caminito, muy recto y muy corto, para llegar al Cielo. El Cielo debe ser nuestro norte cada día. Lo sabía, lo había hecho mi compromiso y, sin embargo, me había desviado de él. ¿Por qué me sentía tan confusa? No lo entendía y cada día me sentía más ansiosa.
No estaba durmiendo bien, y dejé de hacer el rosario diario con el pretexto de que no tenía tiempo y de que la Virgen iba a entender. Hacía las meditaciones de los 10 minutos con Jesús, pero me costaba mucho concentrarme y tenía que retrocederlas varias veces para poder entrar en la sintonía de la oración. En las noches caía rendida y se me pasaba a veces rezar el Padre nuestro, las tres Avemarías y además pedirle como siempre a Santa Mónica por mis hijos y por mí para que me ayudara a perseverar en la oración. No lograba leer ninguno de los libros de las tertulias de las que formo parte y saltaba de un libro a otro. Además, me había inscrito en un taller de lectura por Zoom sobre Jorge Luis Borges los sábados en las mañanas y no pude asistir a las dos últimas sesiones.
Mi mente era un torbellino de contradicciones, dudas y temores. Divagaba de una idea a la otra. Me sentía agotada. No era que no avanzaba en los proyectos. Todo, la verdad, iba bien, pero de una forma muy tropezada y sin tener serenidad.
Por esos días mi hijo menor había llegado del exterior después de meses sin verlo. Y él, que es tan reposado, me dijo un día: “Mamá, te siento alterada”. Y mi esposo me decía que estaba muy acelerada. Pero aun así yo no reaccionaba.
Salir del desierto
Y fue justo en ese momento que la administradora de este blog me escribió para preguntarme cómo iba con el escrito del mes de marzo. Literalmente me desahogué con ella. Le dije cómo me sentía y que no lograba sentarme a escribirlo. Ella me respondió lo siguiente: “Hace unos días hablaba con una amiga y le decía que a veces uno se siente así y que uno cae como en un desierto. Hablé del tema con un sacerdote y este me dijo que es en momentos de cuaresma cuando el diablo trata de meterse en nuestras vidas. De modo que es cuando más debemos perseverar en la oración. A todas nos pasa y lo que no podemos dejar es que el demonio nos deje enfriar y que nos aleje de esa comunicación con Jesús”.
Este mensaje me llegó en el momento preciso. Me di cuenta de que había dejado entrar la incertidumbre en mi vida. La luz se había apagado y había quedado sumida como en unos nubarrones de los que no encontraba cómo salir. El diablo me estaba acechando, pero yo no iba a permitir que siguiera mortificándome y alterando la paz de mi hogar.
El Papa dijo el año pasado en una homilía que el diablo era real y que quería quitarnos la paz. Y era lo que me había pasado.
Ese mismo día en la tarde tenía el círculo semanal. Había pensado no asistir porque me daba pena no haber leído el artículo sobre una homilía de San José María sobre San José y sobre el cual nos habían pedido comentar. Pero el mensaje que recibí me hizo reaccionar, así que participé. La supernumeraria que dirige el círculo habló sobre el significado del perdón y más ahora en cuaresma. Entendí que tenía que empezar por perdonarme a mí misma. Me sentía muy mal por el tiempo que había perdido esos días autosaboteándome. Un tornado me había arrastrado y me había dejado al borde de un desierto. La verdad, creo que estuve dentro de él. Me dije: basta ya de divagaciones. Siéntate y organízate. Dios mío, te ofrezco todas estas situaciones a ti.
Había pospuesto decisiones dándoles vuelta a opciones cuando las salidas eran claras. Por ejemplo, sobre el tamaño de mi tercer libro. Estaba haciendo perder tiempo a la diseñadora diciéndole que si un tamaño o el otro. Y me dije: Tere, lo que tienes es que estar contenta en que pronto vendrá tu tercer libro y dejarte de tonterías.
Encomendar nuestros días a Dios
Recordé en ese momento el principio del Opus Dei: la santidad en las cosas ordinarias. Entregar todo lo que uno hace a Dios.
Al día siguiente empezaba la novena a San José, que me la mandó otro de mis ángeles. Esa mañana me volví a levantar al alba y fue lo primero que hice. Me encomendé a él. Después hice el rosario y sentí que los nubarrones se despejaban. Puse además la imagen de la Virgen de Fátima al lado de donde escribo: quiero sentirla a mi lado a cada momento y eso me ha dado mucha paz. Así que me armé de coraje: no iba a dejar que el maligno siguiera molestándome. Por ahora siento que lo he vencido. Mi mamá me dijo, cuando le comenté lo que me había pasado, que cuando ella se siente inquieta regaña al diablo y le dice: «Márchate, no te quiero aquí», y le funciona.
Así que me propuse otra vez que, si un día no tengo tiempo de hacer el rosario, debo ofrecer lo que estoy haciendo ese día a Dios. Por ejemplo, la logística del peregrinar de la Capillita de la Virgen de Fátima en los hogares de mi ciudad, ofrecérselo a la Virgen al lograr que más personas recen el rosario.
Creo que la última vez que me sentí así fue antes de tener mi encuentro profundo con Dios a raíz de mi diagnóstico de cáncer en marzo de 2019. Pero gracias a Dios, tengo ángeles a mi alrededor que saben cuándo escribirme o ponerme un mensaje. Y también, contribuyó a que yo me abriera a decir cómo me sentía.
He querido desnudarles mi alma para que vean que todos caemos y nos podemos levantar porque siempre Jesús está a nuestro lado. Nunca nos abandona. Y la Virgen, que es nuestra abogada, intercede ante Él para que podamos perseverar en la oración.
Santa Teresita del Niño Jesús también decía que lo importante es querer ser mejor, desearlo desde lo más profundo de nuestro ser. Si lo deseamos así, es porque es algo que Dios quiere para nosotros.
Así que te propongo hacerte estas preguntas:
¿Estoy en riesgo de entrar en un desierto?
¿Qué puedo hacer para mantenerme en el camino muy corto y muy recto para ganarme el Cielo?
¿A quién debo pedirle perdón en esta cuaresma?
Gracias Tere por «desnudar tu alma». Todos pasamos por esos momentos. Lo importante es salir de ellos. La suma de muchos factores «altera el producto final».
Dios y la Vírgen nos ayuden a salir del desierto donde nada hay y nos permitan seguir sembrando y echando raíces profundas para nuestro bienestar y el de nuestro entorno.
Lo agradezco de todo corazón,me hizo ver mis imperfecciones y rogar más que nada me ayude a ser humilde
Desconocía que había que orar a Santa Mónica para pedir protección para mis hijos y nietos.GRACIAS