En tiempos actuales, se repite con demasiada frecuencia que el nacimiento de un bebé no siempre es bienvenido. Se intenta todo tipo de artilugios para evitar su venida porque supondría cambios que no se está dispuesto a asumir. Antes, este evento se describía como una fortuna diciendo que cada bebé nace “con un pan bajo el brazo”, pero en las sociedades cada vez individualistas, tendría que decirse más bien que ese niño nace “con dinamita bajo el brazo”. Debía ser una bendición, pero se percibe como todo lo contrario.
Pero hay un nacimiento en concreto que cumple a la perfección con esta descripción. Ha venido a ser la bendición de la humanidad por todos los siglos, y no hay otro nacimiento que haya causado más incomodidad en la historia.
Prácticamente desde que vino a este mundo ha encontrado resistencia y los intentos por cancelar ese nacimiento han tomado las más diversas formas. De entrada, no pudiendo anular su venida a este mundo, se intentó sacarlo cuanto antes de este mundo. Herodes es el primer ejemplo de esa sombra que siempre persigue a este Niño sin lograr opacarlo. Y la lista de ejemplos se extiende hasta nuestros días.
El “rebranding” de san Nicolás
Desde hace algunos años, el recuerdo cristiano de san Nicolás ha sufrido un “rebranding” que dio origen a un Santa Claus más identificado con los colores institucionales de cierta marca de bebidas que con la de un piadoso obispo que practicaba la caridad con todos, y en especial con los niños. De nuevo, el nacimiento del Niño Dios causa incomodidad y se intenta cubrirlo bajo la enorme sombra de un anciano bonachón que trae alegría en Navidad en forma de regalos.
También de reciente data es el intento de desbalancear la fecha en la que tradicionalmente se celebra la Navidad dando más peso a otra fecha muy cercana. Por su cercanía al solsticio de invierno, se extendió una práctica en la que un llamado “espíritu de la Navidad” habría de visitar la tierra el 21 de diciembre trayendo paz y bendiciones según se realicen ciertos ritos más bien paganos. La cercanía de fechas facilita la confusión (más bien la difuminación) haciendo pensar que la verdadera bendición está relacionada con un fenómeno astronómico más que con la cercanía insólita de Dios hecho hombre por nosotros. En este caso, el intento de suplantación es más sutil.
También se ha intentado cortar con la incomodidad de raíz poniendo en duda su origen mismo.
¿Es la Navidad una invención de la Iglesia?
Tradicionalmente la Iglesia ha celebrado el nacimiento del Niño Dios el 24 de diciembre y la coincidencia con algunas tradiciones escandinavas o con la Saturnalia romana ha levantado más de una sospecha: ¿La Navidad se trata de una invención de la Iglesia o más bien de una “apropiación cultural” ya milenaria? La disputa no es nueva.
Ya Chesterton defendía en el siglo pasado que no es que haya tradiciones paganas en la Navidad sino que hay costumbres que han sobrevivido al paganismo: “La gente les dirá hoy que la Navidad es en realidad una fiesta pagana; porque muchas de sus características tradicionales fueron tomadas de los paganos. Los que no parecen ver es que, en la medida en que esto sea cierto en algún sentido, solo prueba que los paganos antiguos eran más sensatos que los paganos modernos”.
La sombra sobre ese Niño incómodo toma actualmente otras formas.
Descristianización de la Navidad
Vemos recientemente cómo la corriente de lo “políticamente correcto” ha intentando acallar la fuerza de la Navidad bajo pretexto de una “sana convivencia” y “respeto hacia las creencias ajenas”. Sería más conveniente felicitar por “las fiestas” (así, en general) y sin ninguna referencia cristiana e incluso retirar de los espacios públicos la representación del portal de Belén o cualquier referencia al regalo más importante de Dios a los hombres.
Ceder ante esta presión no solo sería apagar la propia fe, sino colocarse del lado equivocado de la historia (y de la eternidad). Una y mil veces ha quedado demostrado que los intentos por acallar el nacimiento de este Niño incómodo han sido en vano y que la fuerza de la Navidad siempre sale a relucir. Como bien defendía Chesterton:
“Ninguna leyenda pagana, anécdota filosófica o hecho histórico, nos afecta con la fuerza peculiar y conmovedora que se produce en nosotros ante la palabra Belén. Ningún otro nacimiento de un dios o infancia de un sabio es para nosotros Navidad o algo parecido a la Navidad; es demasiado frío o demasiado frívolo, o demasiado formal y clásico, o demasiado simple y salvaje, o demasiado oculto y complicado” (El Hombre eterno).
Volver la mirada a lo esencial
Para defender lo esencial siempre sirve volver la mirada a lo esencial, quitando lo que sobra, lo que distrae. Así redescubriremos el motivo por el que estas fechas tradicionalmente han sido de paz y de alegría aunque no siempre sean sinónimo de comodidad. Históricamente el Nacimiento del Niño Dios ha sido (y parece que seguirá siendo) incómodo para muchas personas (lo fue incluso para la Sagrada Familia, según nos narra el evangelista). Pero ellos supieron apreciar ante todo el inmenso regalo que Dios les había hecho, no solo a ellos, sino a toda la humanidad y supieron defenderlo. He allí el origen de su paz y su alegría, y puede serlo también para nosotros en estos tiempos tan convulsos.