La oración es la elevación del alma a Dios o la petición al Señor de bienes conformes a su voluntad. Es siempre un don de Dios que sale al encuentro del hombre. La oración cristiana es relación personal y viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en sus corazones.
Al Señor le gusta que le dediquemos tiempo en exclusiva, que le contemos nuestras cosas, alegrías y tristezas, ambiciones nobles y acciones de la vida cotidiana; es decir, que hagamos oración mental.
Cristo como ejemplo
Seguir el ejemplo de Cristo: siendo el Hijo de Dios, múltiples veces nos lo presentan los evangelistas haciendo oración: antes de iniciar la vida pública, de la elección de los discípulos, de la pasión, etc. Y Santa Teresa saca la conclusión: “Sin este cimiento fuerte (de la oración) todo el edificio va en falso”
Cuando las cosas se enfocan así, la perspectiva de la oración cambia. “La creación se hizo para ser espacio de oración” dice Joseph Ratzinger. No tenemos otro remedio, si queremos ser consecuentes con nuestra fe no nos queda otro camino que acudir al Señor.
Sabemos, porque está revelado en las mismas escrituras, que Dios quiere verdaderos adoradores (que) adorarán al Padre en espíritu y en verdad. La oración se juega en la intimidad personal, en el interior del corazón, que es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo.
La oración es el lugar de la decisión. Es el lugar de la verdad. Es el lugar del encuentro.
Ahí se está a solas con Dios, en un diálogo amoroso, Hay que esforzarse en entrar en ese reducto, con mucha paciencia, con tozudez. La oración es la vida del corazón nuevo, Debe animarnos en todo momento.
La oración debe ser hecha con total sinceridad
Ahí la persona se encuentra con su Dios y en ese encuentro debe esforzarse por quitar toda doblez para presentarse tal y como es, con sus limitaciones, dependiente de Dios. Sin sinceridad no hay oración posible. Esto nos lo enseña el encuentro con la samaritana: porque es en espíritu y en verdad, Cristo desvela toda la vida de esa mujer, y ahí se basa su conversión: me ha dicho todo lo que he hecho: la sinceridad es sobre todo escuchar a Dios.
Los sacerdotes que predican estas pequeñas meditaciones buscamos fomentar el diálogo personal con Dios, facilitarles ese contacto, enseñarles a abrir el corazón y ver las realidades cotidianas con otros ojos.
Escuchar a Dios
Explicaba el Papa Francisco que para escuchar al Señor, es necesario aprender a contemplarlo, a percibir su presencia constante en nuestra vida; es necesario detenerse a dialogar con Él, dejarle espacio en la oración.
¿Qué espacio dejo al Señor? ¿Me detengo a dialogar con Él?
Desde que éramos pequeños, nuestros padres nos acostumbraron a iniciar y a terminar el día con una oración, para educarnos a sentir que la amistad y el amor de Dios nos acompañan.
Recordemos más al Señor en nuestras jornadas.
La oración vivifica la presencia de Dios: no se puede orar en todo tiempo si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos. Eso es lo que busca 10 min con Jesús, enseñar a tratar a Cristo, conocerle más de cerca, tratarle de tú a tú.
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