¿Alguna vez escuchaste a un amigo contarte una preocupación grande?, ¿has sentido el corazón estrujado, por las ganas de hacer algo por él?, ¿y te ha ocurrido que, materialmente, no hay nada que puedas hacer para aliviar sus problemas? Tal vez – o, mejor dicho, muy seguramente – a todos nos ha pasado algo similar. Qué gran cosa es, en estos momentos, la oración de intercesión; ¡poder rezar los unos por los otros!
En lo personal, he vivido esta situación muchísimas veces; trabajo a distancia y, por ello, la inmensa cantidad de colegas y amigos míos pertenecen a distintos países. El cariño no se enfría con los kilómetros y, al escuchar (o compartir) una pena, las infinitas ganas de dar un abrazo y ayudar en una solución son lógicas. Pero lo único que se puede ofrecer es decir al otro «voy a encomendarte».
Te mentiría si te digo que, al comienzo, decir a otro «ok, voy a rezar por ti» me sonaba casi como a una respuesta prefabricada, de las que se tienen a mano junto a los saludos y las despedidas educadas. Pero la experiencia propia y ajena me enseñó – o, mejor dicho, Dios mismo me mostró – el peso y el valor de la oración de intercesión.
La oración de intercesión es “velar”, “estar en guardia”
«Frater qui adjuvatur a fratre quasi civitas firma», el hermano ayudado por su hermano es tan fuerte como una ciudad amurallada. Esta imagen puede implicar distintas actitudes (o responsabilidades), pero creo que de manera muy clara la podemos visualizar como una ciudadela que descansa tranquila porque hay un centinela que vela.
De manera discreta y constante, estamos atendiendo a nuestros amigos y hermanos. Tal vez no sepan cuánto ni todo lo que rezamos por ellos, pero podemos asegurarnos de que no queden «desprotegidos».
Sin mucho ruido – no hace falta – estamos encargándonos de que permanentemente tengan a alguien acudiendo al Cielo por ellos.
Sostenidos por la comunión de los santos
Sabemos el valor de la oración de la intercesión de la misma manera en que confiamos en la comunión de los santos. San Josemaría escribió en Camino: «Hijo: ¡qué bien viviste la Comunión de los Santos, cuando me escribías: “ayer ‘sentí’ que pedía usted por mí»».
Más allá de la recomendación de Dios o de los santos, tal vez tú también tengas experiencias – yo tengo las mías – de amigos que te hayan dicho «de verdad me sentí muy sostenido, sabiendo que rezaron por mí».
La oración de intercesión también nos ayuda a nosotros
Además de velar por nuestros hermanos y de golpear las puertas del Cielo, con insistencia, para que el Señor les escuche… también nosotros recibimos numerosas gracias. Quisiera mencionarte tres de ellas.
En primer lugar: rezamos mucho por los demás, lo que implica que hablamos mucho con Dios. Nuestro trato aumenta y nuestra cercanía se acorta, pues le hablamos con soltura y confianza de lo que ocupa nuestro corazón.
En segundo lugar: aprendemos a mirar más a los demás, menos a nosotros. Una sana distancia de nosotros mismos nos ayuda a volcarnos más hacia los prójimos y desprendernos de nuestros egoísmos y caprichos.
En tercer lugar: queremos más a nuestros hermanos. Estar continuamente pensando en sus necesidades, nos ayudará a tener mayor finura en el trato (preguntarles cómo va esa intención por la que ruegan o en sus necesidades), quererles con un corazón que ha purificado su amor en el Corazón de Jesús.
Un Dios que nos pide rezar con Él
Cuando escuchas de un amigo las preguntas «¿Rezarías por mí?» o «¿rezarías conmigo?», ¿no recuerdas al mismo Jesús en el Huerto de los Olivos, acercándose a los suyos a pedirles que le acompañaran con su oración?
En una tristeza de muerte, Él quiso la compañía de quienes quería. Y esta compañía solo consistía en acompañarle en la oración. En verdad, Jesús nos dejó ejemplo en todo, en todo…
Se me ocurre – imagínalo conmigo – que, al ponernos de rodillas y compartir con Él los nombres que llevamos en el corazón… nos mirará con ternura y con la misma ternura mirará a nuestros amigos.
Como Padre que se hincha de cariño al ver que sus hijos se quieren, se llevan bien, se ayudan, no sabrá mantenerse lejos. Y, acercándose, dará a cada alma lo que más necesita.