En el mundo entero se repite con frecuencia y resuena en muchos corazones el rezo de la Salve: Dios te salve Reina y Madre… Es el reconocimiento y la proclamación de su realeza. Verdaderamente María es Reina.
“Es una Reina que da todo lo que posee compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo”, dijo San Juan Pablo II al referirse a la Virgen como Reina del Universo. La Fiesta fue instituida por el Papa Pío XII en 1954.
Reconocer a la Madre de Cristo como Reina es una constante en muchos Romanos Pontífices, por ejemplo, el Papa Benedicto XVI nos dejó claro que “es Reina precisamente amándonos y ayudándonos en todas nuestras necesidades, es nuestra hermana y sierva humilde».
¿Qué es una reina?
El término reina (rey) deriva del verbo latino regere, que significa ordenar las cosas a su propio fin. Por tanto, como resalta santo Tomás de Aquino, el rey (reina) tiene el oficio de regir o gobernar a la sociedad a su cargo para que ésta alcance su fin, con un verdadero primado de poder y excelencia.
El significado de la palabra reina tiene múltiples acepciones. Así, por ejemplo:
a). Se puede ser reina de tres formas: la que es reina en sí misma, la que es esposa del rey, y la que es madre del rey. En este caso, María es reina por los dos últimos títulos: por su relación con Dios y con Cristo.
b). También cabe considerar el reinado en diversos grados: El Rey Supremo del Universo, el rey que domina sobre otros reyes (Rey de reyes), y el rey de un reino determinado. En el primer sentido lo es Dios, en el segundo Cristo y, en el tercero, cualquiera que lo reciba por derecho de herencia, conquista o elección. Según estas consideraciones, María es Reina de reinas y también en cierto modo es reina por derecho de conquista.
Maestra de humildad
A los hombres hay cosas que les atraen: la belleza, la armonía; nos atrapa, retiene la atención, nos predispone bien. Pero hay otras cosas que nos alejan, nos repugnan. Por ejemplo: el mal olor. Cuando es muy fuerte, no se soporta, quita la posibilidad de respirar, espanta, aleja.
Para Dios también hay cosas que le alejan: la soberbia. Vemos las palabras más fuertes contra los fariseos hipócritas: sepulcros blanqueados, indolentes, ciegos que guían a otros ciegos, rechazados de Dios.
Mientras que hay otra cosa que enamora a Dios, frente a la cual no se puede negar, que le atrae: la humildad. Como se goza en la Virgen: hija, madre y esposa de Dios. Más que ella solo Dios.
Ella que se reconoce sierva: he aquí la esclava del Señor.
Ella es ejemplo de humildad que debemos seguir en nuestra vida. Cuando encontramos vanidad o soberbia en nuestro actuar, no debemos desesperarnos, pero sí es conveniente que nos metamos a trabajar poco a poco, y, sobre todo, pedírselo al Señor, a la Virgen: ayúdanos a sacar esto de nuestra vida. Ayúdanos a pronunciar como tú en la Anunciación el Fiat (Hágase en mí, según tu palabra).
Armas de la Virgen
Se lee en las Escrituras que junto a la cruz de Jesús estaba su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. En la Cruz el fiat de la Virgen alcanzó su plenitud. Ahí podemos contemplar de un modo especial la santidad de nuestra Madre, su fidelidad a su Hijo hasta el último momento, su aceptación confiada de la voluntad del Padre, su fuerte amor a la Cruz por la salvación de hombres, su serenidad, etc.
Como sucede con nuestro Señor, la grandeza de la santidad de la Virgen no está separada de su ocultamiento, de considerarse la última y gozar sirviendo. Es Maestra del sacrificio escondido y silencioso.
¿Con qué armas cuenta María Santísima para este combate? ¿Cuáles son sus fuerzas? son fundamentalmente las siguientes: la convicción de su bajeza ante Dios, su profunda humildad; y, sobre esta base, las tres grandes fuerzas sobrenaturales: fe, esperanza, amor.
Manso y humilde
El Señor nos repite: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Aprended de mí. Nos llama la atención el verbo en imperativo, que indica algo necesario. Humildad. Precisamente la necesidad la podemos poner en relación con la oración de Jesús. La humildad es necesaria para poder recibir la revelación de Dios, para poder llegar a esa intimidad con Él, que Dios nos quiere dar.
La Escritura lo repite con fuerza: Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gracia. La humildad parece una condición no ciertamente para que Dios se pueda revelar, sino para que se pueda acoger esa gracia de Dios.
El Señor ha puesto a santa María como modelo de santidad al afirmar que su madre y sus hermanos son los que cumplen la voluntad de Dios. Contemplar este modelo en el Evangelio procurando meternos en la vida de nuestra Madre: su oración, recogimiento e intimidad con Dios (Anunciación); su humildad y docilidad; su agradecimiento (Magnificat); su pobreza (Nacimiento del Señor).
La Virgen María es la Reina de los humildes. Vamos a acudir a Ella para pedirle que nos ayude a huir de la vanidad y de la soberbia para parecernos cada día más a Ella y a su Hijo, que son mansos y humildes de corazón.
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