San Juan nos cuenta ese diálogo que tiene Jesús con Nicodemo. Nicodemo era un doctor de la Ley, un fariseo y viene a hablar con Jesús acerca de cómo es el Reino de los Cielos.
Entonces Jesús le dice que el que no vuelve a nacer no puede entrar en el Reino de los Cielos.
Es un diálogo de lo más curioso, porque Nicodemo lo toma de una manera como muy textual y entonces le dice:
“¿Acaso puede un hombre volver a entrar al seno de su madre…?”
(Jn 3, 4).
Esto no es físicamente posible. Entonces le explica Jesús que hay que renacer del agua y del Espíritu Santo. Le habla, precisamente, de esa vida que viene del Espíritu Santo.
Este texto está en la liturgia del bautismo, porque nos habla de ese nacer de lo alto. El bautismo es esa nueva vida que Dios nos regala.
Yo siempre comento una cosa que me gustó mucho, un texto que decía:
“Dios al comienzo nos da todos los regalos. Recibimos muchos regalos de parte de Dios. Pero después de que Dios nos ha dado sus regalos, su creación, se nos quiere dar Él mismo”.
La vida divina es el don que Dios hace de sí mismo. Dios mismo se nos entrega para vivir la vida nuestra y, sobre todo, para que nosotros vivamos la vida de Él.
DIOS NOS AMÓ A NOSOTROS
Hay una canción muy linda que se llama:
“Vida en abundancia: ‘Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia’”.
Es esa vida que nosotros no la podemos producir, esa vida que es un regalo divino. Es algo que viene cuando el Espíritu Santo se derrama sobre nosotros.
Qué interesante es tener esta concepción y saber que esa riqueza de la vida cristiana no es la riqueza de nuestras propias virtudes, no es la riqueza de nuestro propio esfuerzo.
En esto consiste nuestra fe, no en que nosotros amamos a Dios, sino en que Dios nos amó a nosotros; Dios nos amó primero.
San Juan insiste muchísimo en esta realidad:
“Dios nos amó primero”
(1Jn 4, 19).
Y nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene.
SANTÍSIMA TRINIDAD
Qué interesante es esta realidad, qué reconfortante, porque ¿cuántas veces uno piensa, “realmente, yo no estoy a la altura de las circunstancias, yo no estoy a la altura de lo que Dios me pide”? Mucha gente se desalienta por ese motivo.
Es interesante recordarles que nosotros no nos vamos a salvar porque Dios nos va a dar la recompensa de nuestros actos, nosotros nos vamos a salvar porque Dios ha prometido esa salvación, porque el nombre de Jesús es: Dios salva.
Nosotros nos salvamos porque tenemos un Salvador, Jesucristo, el Señor y tenemos un Dios que se mete en nuestro interior, que es la Santísima Trinidad y ese amor divino que es el Espíritu Santo que sopla donde quiere. ¡Qué esperanzador es esto!
Siempre cuento una anécdota que a mí me gustó, era un matrimonio que estaba invitando a otro matrimonio a su casa.
Entonces, la dueña de la casa les dice: ‘Dígannos qué les gusta comer, así de esa manera nosotros los tratamos como ustedes se merecen’. La respuesta del marido, el invitado: ‘Mejor trátennos como ustedes saben’.
Me gusta mucho porque siempre es mejor que Dios nos trate de la manera que Él sabe, no como nosotros nos merecemos.
Alguien también decía: ‘Últimamente hice un montón de cosas como para que Dios deje de quererme y no lo he conseguido’.
Está bueno ¿no? Porque es cierto. Nosotros no vivimos haciendo cosas que realmente son como para que Dios diga: ‘bueno, basta, córtala, hasta acá llegaste, no te valgo más’.
Y, sin embargo, Dios nos sigue siempre soportando porque Él no hace tanto caso a nuestros méritos como a su misericordia.
EL PERDÓN VIENE DE DIOS
Ayer fue el domingo de la Misericordia y hemos visto cómo el Señor se le aparece a los apóstoles y les da el regalo.
Como decía Juan Pablo II:
“El primer regalo que Jesús les hace a los apóstoles con sus manos traspasadas, es el regalo del sacramento de la penitencia”.
“Reciban el Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecados les serán perdonados”
(Jn 20, 23).
Les da ese poder tan maravilloso de perdonar los pecados, no en base a la misericordia del sacerdote, sino en base a la misericordia divina. Porque Él es el que perdona el pecado, no somos los sacerdotes los que perdonamos.
¿Quién puede perdonar los pecados sino solo Dios? Nosotros los sacerdotes somos intermediarios.
El perdón de los pecados nos viene de Dios, nosotros formamos parte de la cadena de transmisión, de ese perdón que viene de lo alto; de ese perdón que le corresponde solamente a Dios.
Eso es lo que nosotros también, de alguna manera, tenemos que intentar hacer al comunicar las cosas divinas, hablar de cómo es precisamente ese regalo que Dios nos hace. Y ese regalo nosotros lo tenemos que cuidar.
Hay una canción muy linda que dice:
“El que tenga un amor, que lo cuide, que lo cuide; l
a salud y la platita, usted no la tire, usted no la tire”.
Entonces ese don divino que es la gracia, nosotros lo podemos malgastar o lo podemos hacer fructificar.
ADMINISTRADORES
Esto sí está en nuestras manos, hacer eso que es superior a nosotros, esos regalos que nos vienen de Dios, podemos ser buenos administradores o malos administradores.
Somos buenos administradores cuando intentamos buscar ese amor a Dios y ese amor al prójimo; entonces, somos transmisores de ese regalo.
Somos buenos administradores cuando pedimos al Señor perdón por nuestros pecados. Somos buenos administradores cuando estamos pendientes de los demás para ser serviciales.
Somos malos administradores cuando nos dejamos llevar por la soberbia, por la avaricia, por la lujuria, la envidia, la gula, la ira, la pereza…
Tenemos esa vida divina, la tenemos en nuestras manos y es responsabilidad nuestra el poder aprovecharla y poder beneficiarnos con esa vida que verdaderamente nos hace absolutamente felices.
Invoquemos al Espíritu Santo porque Él sopla donde quiere y hace maravillas en nuestras vidas; pidamos a Él que nos ayude a aprovechar todos esos regalos divinos.