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¿CUÁNTO VALE UNA MISA?

al padre

El Evangelio de hoy nos pone una escena de la Última Cena, un diálogo muy pequeño:

“A la hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto’. El apóstol Felipe le dijo: ‘Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta’”

(Jn 14, 7-8).

Quería quedarme con esta petición que le hace el apóstol Felipe al Señor: “Señor, muéstranos al Padre”. Aunque después Jesús le reclama un poco porque le dice:

“Yo estoy aquí y a través de mí pueden ver al Padre”

(Jn 14, 11).

Pienso que la petición es muy bonita: “muéstranos al Padre”. Jesús, muéstrame a tu Padre. Nosotros también se lo podemos pedir ahora.

Podemos ir con nuestro corazón y decirle: “Jesús, muéstrame a tu Padre que yo también quiero conocerlo” y Jesús nos va a responder igual que al apóstol Felipe: “Aquí estoy, a través de Mí podrás conocer al Padre”, porque a través de Jesús podemos conocer al Padre.

Podemos llegar al Padre a través de nuestro diálogo con Él; podemos conocer el amor de Dios. De hecho, el Padre, en otro pasaje del Evangelio, en el Bautismo de Jesús dice:

“Aquí está mi Hijo muy amado, escúchenlo”

(Mt 17, 5).

Escuchando a Jesús podemos escuchar al Padre. Tratando a Jesús podemos tratar al Padre. Estando con Jesús podemos llegar al Padre, al Padre que está en el Cielo.

DIOS ESTÁ EN TODO LUGAR

¿Dónde está Jesús? Jesús está en todas partes, lo sabemos bien. Cuando éramos pequeños, quizás aprendimos en el catecismo: “¿Dónde está Dios? Dios está en el Cielo, en la tierra y en todo lugar”.

Eso es verdad, lo sabemos, podemos contactarnos con el Señor siempre que queramos y Él, además, está realmente presente en la Eucaristía. La Eucaristía es ese sacramento en el que Él hace todo y en el que se da totalmente a nosotros.

Él está realmente presente ahí y nos dice: “Ven a mí y Yo te llevaré al Padre; Yo te voy a tomar de la mano, te voy a acompañar, tú solo tienes que abrir tu alma para recibirme con cariño, el resto lo voy a hacer Yo; del resto me voy a preocupar Yo”.

Hay una frase en italiano que dicen los italianos cuando dicen: “déjamelo a mí”, dicen ci penso io y el Señor nos dice a cada uno de nosotros: ci penso Io”.

“En la Eucaristía soy Yo el que me voy a encargar de todo, tú abre tu alma, abre tu corazón para recibirme”.

Cada vez que recibimos la Eucaristía, estamos recibiendo un regalo enorme; cada comunión vale mucho.

¿CUÁNTO ESTOY DISPUESTO?

A veces nos podemos preguntar cuánto estoy dispuesto a hacer o a entregar por una comunión. A veces la misa nos parece un poco larga, nos parece un costo demasiado grande, cuando en realidad cada misa es un regalo de Dios para nosotros.

Estamos dispuestos a mucho por algo de la tierra; quizá estamos dispuestos a hacer colas largas para lograr algo material, para lograr tener la última novedad; para inscribirnos, para un concierto, para un partido de fútbol…

Y eso está muy bien, no tiene nada de malo, pero cuánto más deberíamos de estar dispuestos para estar un ratito con Dios, con Jesús que nos quiere llevar al Padre; cuánto más.

Cada santa misa es eso, un momento en el que podemos estar con Jesús, un momento en el que nos dice “Yo ahora te voy a llevar al Padre, Yo me preocupo de ti, tú tranquilo, tú déjate llevar, abre tu corazón y yo te llevaré”.

Cada misa vale mucho, es todo el amor de Dios que se hace presente en un momento del tiempo que interviene en este tiempo y que nos empuja hacia el Señor.

A LOS PIES DE LA CRUZ

Hay una colección de comics antiguos que tienen como protagonista a un niño que se llama Mampato que, por un servicio que hace a unos extraterrestres, éstos le regalan un cinturón espacio-temporal.

Él lo toma, le pone las coordenadas y lo llevan a cualquier momento de la historia, en cualquier parte del planeta. Así conoce, por ejemplo, a un hombre de la edad de piedra o un amigo de él o una niña del futuro, Rena, que también son sus amigos.

Pensaba: cada misa es como uno de estos cinturones espacio-temporales que nos lleva desde el presente hacia el Calvario.

Hace 2,024 años nació el Señor. Hace un poco menos de dos mil años el Señor murió y a ese momento nos traslada cada santa misa.

Cada vez que asistimos a la misa estamos ahí, al pie de la Cruz con la Virgen María y nos podemos abrazar a ella, podemos también hablar con san Juan, el apóstol que estuvo ahí acompañando al Señor hasta el final.

Podemos estar también con María Magdalena, esa que amó tanto al Señor, que se echó a sus pies, que lo quiso con toda su alma.

EL VALOR DE LA MISA

Cada misa es un viaje en el tiempo, una renovación incruenta del sacrificio del altar. Ese es el valor de cada misa; ese es el valor infinito.

En estos diez minutos de oración que estamos haciendo junto al Señor, le podemos pedir que nos muestre el valor de cada misa a la que asistimos. Es infinito, nunca lo entenderemos totalmente dentro de nuestra limitación, pero sí que podemos ir profundizando cada vez más.

Todo el amor de Dios que se hace Hombre, que viene a la tierra y que se queda hecho un pedazo de pan; y, a través de ese pedazo de pan, quiere mostrarnos al Padre. A través de Él, que está ahí realmente presente en la Eucaristía, quiere que nosotros lleguemos al Padre.

Cada santa misa tiene ese valor infinito, ese valor de eternidad.

PREPARARNOS BIEN

En este sábado que estamos viviendo, podemos pensar un buen propósito para la misa de mañana domingo: voy a tratar de ir a la santa misa para ponerme a los pies del Señor y para apreciar todo lo que Él hace por mí.

Voy a tratar de preparar bien mi corazón para poder escuchar lo que Él me quiera decir en las lecturas, en la homilía…

Voy a tratar de prepararme también para vivir con intensidad la consagración y así poder recibir a Jesús en la Eucaristía con un corazón bien preparado; con un corazón que acoge toda esa gracia, todo ese amor que me llega.

Y ese amor que no es otra cosa que el amor de Dios Padre que viene a mi corazón y que me quiere llenar de Él.

En cada misa, además, está presente la santísima Virgen. Si nos estamos trasladando al Calvario -como decíamos- ahí podremos estar con ella.

Podemos vivir la misa como lo habrá hecho ella, así al pie de la Cruz, devotamente, sufriendo por ver a su Hijo ahí sufriendo, pero feliz de que ahí se está llevando a cabo la obra de la Redención.

Podemos repetir esa oración tan bonita que tanto le gustaba a san Josemaría, que aprendió antes de su Primera Comunión:

“Yo quisiera Señor recibirte, con la pureza, humildad y devoción con que te recibió tu santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos”.

En cada comunión con Jesús en el corazón, podremos ver al Padre.

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