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ALEGRÍA: EL ESFUERZO DE REIR

¡SONRÍE! SIEMPRE ALEGRE

¡REIR SIEMPRE!

Todos los domingos a lo largo del año son importantes, es una muy bonita catequesis. Pero a lo largo del año hay domingos que tienen su nombre propio y por tanto su parón, así más en seco, algo así como: No te olvides, no te olvides, este domingo es especial; se llama así.

Eso ocurre el día de hoy. Este domingo tiene un nombre especial: Gaudete en latín, alégrate, que estés contento. Y es obligado hablar de este tema. La liturgia nos pone, a pesar de nuestros vaivenes de tantas cosas, a pesar de las problemáticas que podemos tener, nos dice: ¡para, para! y nos pregunta: ¿Estás contento? ¿Estás alegre?

Y al inicio de nuestro ratito de oración podemos hacer un poco examen: ¿yo me río? A lo largo del día que estamos de aquí para allá, en el trabajo, en el tráfico, en la casa, con muchísimas personas. ¿Me río? ¿Soy capaz de sonreír? ¿soy capaz de estar alegre? A pesar de que por dentro a lo mejor no lo estemos tanto, porque puede ocurrir -todo el mundo tiene sus problemas, sus cosas que resolver, sus gestiones, llámese como se quiera. Pero a pesar de eso, la liturgia nos dice:

“Estad siempre alegres. Os lo repito: ¡estad alegres!”

(Fil 4, 4).

Pensemos que una de las características importantes de una vida interior sana es la alegría. Es como transmitir hacia fuera lo que tenemos dentro. ¿Qué transmitimos? Si rezamos, si tenemos ese ratito para Dios, si nos vamos a dormir con Él, si nos levantamos con Él, bendecimos los alimentos, estamos con Dios, estamos junto a Él… No podemos estar tristes.

QUE PREVALEZCA LO POSITIVO DE NUESTRA VIDA

Hay tristeza, sí. Insisto, no todo es positivo y es verdad, no todo es positivo. Pero tiene que prevalecer, inundar, tener muchísimo más peso en nosotros lo positivo que lo negativo.

Y este mundo nuestro nos hace negativos, nos hace pesimistas, nos hace que las cosas que todavía no van, que todavía no están, lo no conseguido, prevalezca frente a lo que ya está, lo conseguido. Oye, que aquí está mi familia; oye, que esta es mi casa; oye, que aquí estoy, tal vez no llegaré a la hora que quería porque hay tráfico, pero ahí estoy, llegaré, llego…

Nosotros que rezamos, que tenemos trato con Dios, que le dedicamos un ratito a escucharle, a hacerle caso, hoy es el día para decirle: “Señor, que a lo largo de mi vida y a lo largo de mi jornada, lo positivo que ocurra tenga siempre mucho más peso que los pequeños inconvenientes” -que también están, porque están.

Porque ese rezar de la mano de la Virgen estos días atrás, con todos esos nueve días en honor a la Inmaculada que hemos tenido, y este impás que tenemos ahora hasta esos nueve días en honor al Niño Jesús, ya más cercanos a su Navidad, bueno, ahí estamos, rezando, cuidando la Navidad, cuidando el Adviento… ¿No puede ser esto mucho más importante que a lo mejor un pequeño enfado familiar, que a lo mejor una pequeña contradicción económica que nos puede surgir?

“Señor, te pido que me ayudes a ver mucho antes lo positivo que lo negativo en mi vida; mucho antes lo que ya va bien; mucho antes mis virtudes -que las tenemos- que mis defectos”, que de repente salen patentes y se nos quedan ahí, como en la cabeza: -Ay, ¡qué mal me ha salido esto! -Ay, ¡qué despiste! Fui a misa y me despisté. -Ay, pero fuiste a misa. -Recé el Rosario, pero ya no sabía en qué misterio iba. -Ay, pero rezaste el rosario, ¡qué bonito! -Ay que me salió mal una cosa de trabajo. Oye, ahí estás sacando adelante la familia, el trabajo, el fin de mes.

SER ALEGRES. ESTAMOS CON DIOS

Somos positivos. O lo que es lo mismo: tenemos una vida interior sana que inunda lo de Dios. Ese es el domingo de hoy.

¿Por qué hoy es un domingo gaudete, de alegría? ¿Por qué podemos estar siempre alegres? Porque estamos con el Señor. Y si estamos con el Señor, Él nos dice:

“Id y anunciar a Juan lo que estáis viendo: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen […]” (Lc 7,22).

Pues eso es. Nosotros podemos ser iguales si estamos con Dios. Que las cosas bonitas prevalezcan, y se vayan solucionando y se hagan bien. “Señor, eres Tú el que ha de venir”. Pues mirad, mirad lo que está ocurriendo. Dichosos ustedes por lo que ven.

¿Nosotros por qué somos dichosos? ¿Qué es lo que nos hace reír? ¿Qué es lo que nos hace disfrutar? Nos hacen disfrutar las cosas que ya tenemos, la familia, los que ya están. ¿Con sus defectos? Pues sí, con sus defectos -nos conocemos bien en familia. El trabajo, ¡los que están! con sus defectos también, ya conocemos la gente que nos rodea en el trabajo. Las circunstancias de nuestra ciudad, de nuestro tráfico, de nuestras obligaciones… ya están. ¿No podemos disfrutar con eso?

¿Cuántas veces perdemos la paz? ¿Cuántas veces a lo largo del día? Estamos en una época donde muy rápido se pierde la alegría. Porque además quieren que seamos perfectos y cuando tenemos fallos, cuando las cosas no van -que suele ocurrir-, en seguida eso prevalece. ¡Qué pena! Nosotros que amamos a Dios, que le queremos, tenemos que ser personas con alegría.

LA PACIENCIA Y LA ALEGRÍA

Y la alegría tiene un hermano gemelo que no quería que nos despistáramos sin tratarla un poco.

Dice la segunda lectura de la misa de hoy:

“Tened paciencia, hermanos, la venida del Señor está cerca. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra”. Tened paciencia Tengan paciencia, manténganse firmes. Y dice: “Porque la venida del Señor está cerca” (Stg 5, 7-8).

Las personas que se enfadan mucho, que no saben controlar esa paciencia ¡qué difícil es que se rían! Y tal vez un regalo le pedir al Señor para conseguir precisamente esa alegría que nos pide hoy la liturgia es que nos riamos, también teniendo paciencia. Paciencia puede ser un buen regalo.

Señor, que ahora, como preparación de la Navidad, que sea una persona que me cueste enfadarme, que luche por no enfadarme teniendo un poquito más de paz para que así, con esa paz, seamos capaces de reírnos un poquito más también de las pequeñas cosas negativas que con paz y con alegría no cabe duda que se solucionan mejor.

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