Un día de estos, haciendo mi oración me encontré con una frase de esas que me obligan a tomar nota. Porque parecen decir algo obvio, pero son de mucho calado, se pueden pensar y repensar, rezar y “rerezar” …
Te la comparto:
“El amor no se impone, se inspira”
(En presencia de Dios, Febrero, Pedro José María Chiesa).
Me acordé de esas palabras al escucharte a Ti, Jesús, en el Evangelio de hoy diciendo:
“No piensen que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud. En verdad les digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, de la Ley no pasará ni la más pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla. Así, el que quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por el contrario, el que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.”
(Mt 5, 17-19)
Tal vez te preguntes: ¿Qué tiene que ver esa frase con estas palabras de Jesús? ¡Tiene todo que ver!
EL CAMINO SEGURO
Porque no se trata de que Dios nos mande “cosas” a través de los mandamientos o sus leyes. Sino que, a través de ellos, mendiga nuestro amor…
Porque nos muestran el camino adecuado, el camino seguro, para encontrarnos con Él y aprender a amarle…
Es lo que salta a la vista en aquella anécdota de Santa Teresa de Calcuta, que encontró un día a una anciana en la calle, cubierta de llagas, así que empezó a limpiarla.
En un momento dado, la otra mujer le preguntó: “¿Por qué estás haciendo esto? La gente no hace cosas como esta. ¿Quién te enseñó?” Santa Teresa respondió: “Mi Dios me enseñó”.
La anciana replicó: “¿Quién es este Dios?”. Y Teresa de Calcuta dijo con sencillez: “Tú conoces a mi Dios. Mi Dios se llama amor”.
¡Ahí está! Porque ahí está la santa, no cumpliendo mandamientos sino amando.
Y, por supuesto, que hacer eso implica amar al prójimo como a uno mismo y amar a Dios sobre todas las cosas.
Porque Teresa de Calcuta ama a esa anciana cubierta de llagas, porque te ve a Ti, Señor, en ella.
Dios se llama amor y pide amor… Y como “el amor no se impone, se inspira”, nos ha dado suficientes razones para amarle, porque nos ha demostrado que nos ama con obras.
Es observándole a Él, encontrándonos con Jesús en el Evangelio y en nuestras vidas que nos mueve, nos empuja, a amar, a amarle…
SE MANIFIESTA EN LOS DETALLES
Es lógico entonces que el amor se manifieste en los detalles, porque así es el cariño: siempre salpicado de cosas pequeñas, como con brillantina, diamantina o purpurina…
Es un poco así porque el amor brilla en cosas mínimas, que demuestran grandeza. Por eso:
“El que quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por el contrario, el que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.”
(Mt 5, 19)
¡Ojo!, que Jesús habla de amor, no de perfeccionismo.
No pide perfeccionismo… Eso es obsesión o manía, pero no es amor… Es más, el perfeccionismo es agotador, es tenso, ¡no es amor!…
“El Señor habla de la necesidad de:
«Cumplir la última letra o tilde de la ley»
(Mt 5, 18).
Como comprenderás, en ningún caso Cristo nos pide que seamos perfeccionistas (…) meticulosos y milimétricos en el más minúsculo quehacer… no es eso.
Ni siquiera Cristo nos está pidiendo estar llenísimos de virtudes, como si fuéramos de otro planeta…
No sé: en el deporte, por ejemplo, “cracks” hay muy poquitos, y realmente son excepcionales; el resto son normalitos, esforzados, miembros de un equipo… y llegarán también a ser campeones si juegan bien.
DÓCILES A SU AMOR
Quiero decir que Cristo no nos pide ser los mejores en todo: ciertamente habrá algunos, con dificultad vamos a ser nosotros.
El Señor nos necesita para prolongar su amor en el mundo; y para ello nos quiere santos: capaces de disculpar siempre, de amar siempre, de perseverar hasta el final.
Todo eso es obra suya; por eso desea que seamos dóciles a su amor, y queramos cumplir hasta el precepto menos importante con ánimo de agradarle.
Para el amor no hay cosa pequeña. Los que se quieren lo saben bien: un pequeño descuido puede significar una gran decepción en los amantes, porque, como decíamos, para el amor todo es importante.
Por eso, el hecho de luchar en lo que nos separa mínimamente de Dios, ni es perfeccionismo, ni es ser los mejores.
Piensa, si acaso no te escudas en los años, o en el carácter, o en las circunstancias para dejar de cumplir pequeños preceptos diciendo que tú eres así, que hablas así, que te expresas así, que no das más de ti.
No es difícil. Si eres así: ¡cambia! Puedes, con la ayuda de Dios”
(Junio 2016, con Él, Fulgencio Espa).
Me contaban una persona el otro día, de cómo uno lanzó el típico comentario como de pasada: “Pero bueno, ya sabemos que las personas mejoran, pero no cambian”.
Y que el santo prelado que le escuchaba comentó: “Hijo mío, yo, con la gracia de Dios, he cambiado”. ¡Y era cierto!
¡PODEMOS CAMBIAR!
Nosotros, tú y yo, podemos cambiar. No es el afán de perfección absurdo de quien se quiere sentir sin defectos, sino la del que procura agradar a quien ama e intenta ser mejor para él, para ella. Es más, eso le hace feliz.
Me contaban esta anécdota:
“Un doctor en medicina estaba sentado en un restaurante típico del país que visitaba como turista. El camarero no paraba: entraba, salía, hablaba con unos y con otros… dando una impresión de grandísima paz y alegría. Urgido por la actividad y la sonrisa de aquel hombre, el médico no pudo por menos de preguntar. Eran idiomas distintos, pero la respuesta fue (…) muy clara: siempre estoy contento porque estoy en gracia de Dios.
Dice Fulgencio Espa:
“La santidad es necesariamente alegre; consiste en disfrutar de la gracia de Dios que habita en el alma limpia, siempre presente si no es expulsada por el pecado mortal deliberado. Nunca cumplir todo hasta el final debió ser una noticia triste. Lo será para los perfeccionistas que no consiguen descubrir la gracia de Dios. No obstante, para aquellos que conocen la misericordia y la ayuda de Dios, es un encargo que el Señor bien puede hacernos, porque será Él mismo quien lo lleve adelante” (Junio 2016, con Él, Fulgencio Espa).
Será una alegría grande aquí en la tierra y será grande en el Reino de los Cielos… El Reino de los Cielos… la meta, nuestro destino…
SE TRATA DE AMAR
Al final se trata de amar, de aprender a amar.
“Jugando con las palabras latinas fine y finire, matiz que desaparece en el castellano, San Agustín dice que cuando hablamos del final de la vida en este mundo, no hablamos de fin como cuando se acaba el pan, sino como cuando se acaba un vestido.
Es decir, cuando se llega a la muerte, es el fin, no como cuando se acaban las cosas, sino como cuando son máximamente” (La historia de amor más grande jamás contada, Javier Aguirreamalloa).
Me parece que las palabras textuales de san Agustín nos sirven, porque dice:
“Este es el fin de nuestro amor: fin que significa nuestra perfección, no nuestra consunción. Llega a su fin el alimento, llega a su fin el vestido. El alimento porque se consume al ser comido, el vestido porque se concluye su textura. Una y otra cosa, llegan a su fin, pero un fin implica la consunción, el otro, la perfección”
(San Agustín, Sermón 53, 6).
Esta es la perfección, no la del perfeccionista, sino la del que ha aprendido a amar hasta el final.
Madre nuestra, acudimos a ti para que nos ayudes porque quieres unos hijos no perfectitos, sino que seamos simplemente buenos, enamorados.