SER FIEL AL SEÑOR
“…Que me ves, que me oyes”. Tú, Señor, me estás viendo, me estás oyendo en este momento y siempre. Siempre me ves. Siempre me oyes. Y te alegras conmigo (amigo) porque me quieres. Pero a veces te puedes entristecer ante mi actuación.
Nos dices en el Evangelio de hoy.
«Yo les aseguro que a todo aquel que me reconozca abiertamente ante los hombres, lo reconocerá abiertamente el Hijo del Hombre, ante los ángeles de Dios.
Pero aquel que me niegue ante los hombres, yo lo negaré ante los ángeles de Dios»
(Lc 12, 8-12).
Tú te alegras, Señor, cuando nos esforzamos, cuando procuramos serte fiel. Y al contrario, te entristeces cuando te damos la espalda.
Hace tiempo, me contaba un joven que había pasado un mal fin de semana por diferentes circunstancias. Lo había pasado muy mal, pero lo peor, me dijo, es que se enteró que un amigo habló mal de él.
Y fue el Espíritu Santo el que me ayudó a decirle: —Mira, san Pedro habló mal de Jesús, negó a Jesús. Y ¿por qué? Pues por miedo. Porque san Pedro amaba a Jesús, y después Jesús lo perdonó. San Pedro le pidió perdón y Jesús lo perdonó.
Pero Tú, Señor, sentiste dolor al ver cómo san Pedro te negaba… Y así, Señor, también sientes dolor porque me ves y me oyes todo el tiempo. Sientes dolor cuando también yo cedo ante la presión social y peco…
¡QUE NO TE NIEGUE, SEÑOR!
A veces cedo por mi debilidad o la tentación. Otras veces puede ser la presión, que me da pena… ¿Qué van a decir de mí? ¡Que todo el mundo lo está haciendo! ¡Todo el mundo se ríe! Todos hacen esto en un determinado ambiente en el que estoy metido y yo cedo… Y en eso te estoy negando…
Pero Tú me dices:
«Todo aquel que me reconozca abiertamente, yo lo reconoceré».
Pues me das como una promesa: ¡Vamos adelante! Porque vale la pena, sobre todo, serte fiel a Ti, Señor, es ser fiel a una persona.
No se trata simplemente de portarse bien o de vivir las virtudes, o de no pecar. No hacer esto porque es pecado, como si fuera una razón suficiente. Y no es porque es pecado, sino porque Tú, Señor, me estás esperando.
Y si me porto de otra manera, pues te estoy negando, te estoy dando la espalda, eso es lo más importante.
Obviamente las cosas que nos pides, pues son las cosas buenas, son las cosas que nos hacen bien. ¡Yo no quiero hacerte sufrir, yo no quiero darte la espalda!
EL CUENTO DEL MUERGO
Me acordé de un cuento que leí hace algunos años, y que gracias al internet lo pude encontrar después de un rato de búsqueda. (No te lo voy a poder leer entero porque no nos daría tiempo, pero te hago un pequeño resumen).
Se trata de un par de niños que vivían en Santander, ciudad española del norte, con mar (tiene costa) y ahí había unos niños que iban a la escuela.
Uno de ellos vivía en una isla cercana. El protagonista, el joven Herrera, era muy aplicado y se sentaba siempre en el primer banco y junto a él se sentaba el niño que se llamaba Jonás, que vivía en la isla, que siempre llegaba ocho minutos tarde a clase.
Los jóvenes del segundo banco (del banco de atrás), pues eran los que a veces criticaban y tiraban un poco de bullying a los demás. Le habían puesto de apodo al niño de la isla ‘el muérgo’.
(No suena bien, ¿verdad? Yo no sabía qué significaba el muergo, tuve que ir al diccionario y es un molusco). Decían que olía así.
Y a veces se burlaban un poco de él. Él los enfrentaba, pero no llegaba a mayores el asunto y tampoco le daba tanta importancia el buen Jonás.
Pues se acercaban los exámenes y el joven Herrera estaba nervioso porque no entendía algunos problemas de matemáticas. Y Jonas era muy bueno en las matemáticas, así que le pidió ayuda
Jonás le dijo: —Claro, te ayudo, ven a mi casa en la tarde. Toma la lancha de las cuatro, vienes a mi casa y vuelves a tu casa en la lancha de las seis o de las ocho.
UNA VISITA INESPERADA
Así lo hizo. Llegó a su casa y conoció ahí a sus hermanos mayores. Tenía tres hermanos mayores, dos hombres y una mujer. Los hombres eran fuertes pescadores. La mujer se encargaba de remendar redes, también del mercado.
Eran hombres de mar, hombres sencillos. Y Jonás, que era muy listo, siempre tuvo la ilusión de ser ingeniero y su familia lo apoyó y estaban orgullosos de él.
Herrera pudo conocer a sus hermanos porque ese día se estaba acercando una tormenta y no pudieron salir a pescar.
Estuvieron estudiando un rato y la tormenta llegó. Se fue la luz, prendieron unas velas. Se hizo tarde. Llegaron las seis, luego las ocho y no pudo volver Herrera por la tormenta. Así que Jonás le dijo: —No te preocupes, te quedas a dormir aquí y mañana vamos al instituto temprano. No pasa nada.
Se acomodaron para que pudiera tener una cama. Hicieron sacrificios para que pudiera tener una cama y darle de comer, pero sin quejarse y con mucha alegría de recibir un huésped.
Los hermanos de Jonas llamaron a casa de Herrera para avisar que no iba a poder volver y no hubo ningún problema.
A la mañana siguiente, tomaron la lancha y el lanchero les dice a Jonás: —¿ y dónde está la ballena? Y Jonás le dice: —Está aquí, debajo de tu lancha. Y todo el mundo se rió.
Jonas le explica: —Es mi tío, y él tuvo la ocurrencia de que me pusieran Jonas, porque era hijo de pescadores y siempre me dice esto. Y yo siempre le respondo así.
Así siguieron su trayectoria hasta llegar al puerto, justo a las ocho. De ahí se pusieron a correr rumbo al instituto.
Te leo el final… —Con lo duro que es don Aniceto para la puntualidad, -jadeaba yo. Pues le explicas que has dormido en mi casa. Decía Jonás.
Esa posibilidad atormentó de pronto a Herrera. Cualquier cosa, antes de decir que había dormido en casa del muergo. Todos los respetos humanos del mundo subieron conmigo las escaleras del instituto.
LOS RESPETOS HUMANOS
Respetos humanos, te explico, es una expresión que usan mucho en España, que significa: ‘preocupación excesiva por la opinión de los demás’. San Josemaría utiliza esta expresión.
Y dice la autora del libro: Todos los respetos humanos del mundo subieron conmigo las escaleras del instituto. Le daba pena que los demás supieran que había dormido en casa del muergo. Las piernas me pesaban. El corazón me latía agazapado en la garganta.
Veía los ojos del segundo banco, sus risas torcidas. Me detuve un momento ante la puerta del aula y me agaché como si se me hubiera desatado el cordón de un zapato para ganar tiempo, para retrasar la hora de la verdad. ¡Dios, que no me diga nada! ¡Que no me diga nada!
—¡Vamos, ¿qué haces ahora?! Apremiaba Jonás y llamó a la puerta: —Toc, toc, toc, ¡buenos días, señor catedrático!, dijimos a dúo. —¡Buenos días, señores! Como ya he pasado lista, tiene usted una falta de asistencia, señor Herrera. Pero se la borraré teniendo en cuenta que es la primera vez que llega usted tarde.
Pensé: —¡Qué bien! ¡Se había pasado todo! ¡Qué simpático era don Aniceto!.
Avancé diligentemente hacia mi banco y al llegar a la altura de la tarima del profesor, me he oído decir en voz alta y muy clara. Tan espontáneamente que me sorprendió a mí mismo: —Es que he pasado la noche en la isla, en casa de Jonás. Fue ayer… Y como hubo tormenta…
No oí las risas de los de la segunda fila, ni vi la expresión del resto. Sólo miré la sonrisa de mi amigo Jonás.
FIDELIDAD
Así termina el cuento. ¡Qué bonita historia! Decide ser fiel a su amigo, aquel que le había ayudado, aquel que había recibido en su casa. No lo negó. Pudo haberlo negado enfrente de los demás, pero no lo hizo. Y Jonás sonrió.
Pues así también Tú, Señor, sonríes cuando ves que lucho con tu gracia por serte fiel.
Acudimos a nuestra Madre, la Virgen, para que queramos recibir ese premio que Tú, Señor, nos das.
Nos prometes en el Cielo. Que sepamos siempre dar valiente testimonio de Ti.