AMOR CON OBRAS
En este sexto domingo de Pascua, la Iglesia nos invita a seguir en el ambiente pascual. Nos invita a sumergirnos en la alegría inefable de la resurrección del Señor.
La vida interior, la vida de oración, ese saber vivir los misterios de Jesús por la acción del Espíritu Santo en nuestra alma, nos permite vibrar con Cristo. El amor precisamente es vivir en el otro.
Entonces no se trata simplemente de un asunto conceptual, Jesús que me enseña, Jesús que realiza milagros, que muere en la cruz. Y me voy informando de esa historia del Señor; sino que vivimos su vida. ¡Eso es lo que queremos! Es lo propio del amor, vivir en el otro.
Y cada uno de ustedes tendrá esta experiencia cuando verdaderamente se establece un amor profundo con otra persona, vivimos en el otro. Nos alegramos con sus alegrías, nos entristecemos incluso a veces más con sus tristezas…
Se produce una especie de caja de resonancia, y lo que le pasa al otro nos afecta más a nosotros mismos.
Pidámosle al Señor que la alegría de la resurrección, que se fue instalando poco a poco en el corazón de los Apóstoles, también se instale poco a poco, pero profundamente en nuestros propios corazones.
Que vivas con esta seguridad: Cristo me acompaña, Cristo vive, estoy siempre en sus manos, siempre en su corazón; y pase lo que pase, su amor es fiel.
Cristo venció sobre el pecado y la muerte, quiere vencer, y de hecho lo ha hecho ya tantas veces a lo largo de nuestra vida, en nuestra propia debilidad.
CONFIAR EN JESÚS
Acerquémonos a Él con confianza, y decimos: Señor, vence en mí esta tristeza, esta preocupación y esta situación que no termina de resolverse… Que sea una ocasión de confianza en Ti. Que yo sepa morir a mí mismo, para resucitar en tu amor.
Por ello, el Evangelio de hoy es un texto precioso de San Juan y estamos de lleno en la Última Cena.
«Dijo Jesús a sus discípulos: —Como el Padre me ha amado, así os he amado yo»
(Jn 15, 9-12).
Bueno, ya con esto tendríamos para más de diez minutos con Jesús. Tenemos varios días y semanas, o la vida entera meditando esto.
Jesús nos revela que la misma experiencia que tiene Él de ser amado por el Padre, es decir, un amor infinito y eterno, con esa misma fuerza, os he amado yo, te amo yo.
Esto es como para volverse loco, pensar que Dios no nos ama menos de cómo se ama a sí mismo, al interior de la Santísima Trinidad, con la misma fuerza de su Ser Divino, con la misma intensidad de su amor, te ama a ti, me ama a mí.
¿Y cómo nos demostró ese amor? Bueno, precisamente derramando la sangre, dejando la vida en la cruz y quedándose con nosotros en la Eucaristía.
¿Necesitas de algo más para convencerte de cuánto te quiere el Señor? (…) O si quieres, que Jesús te pregunte: ¿Qué más tengo que hacer para que te sientas seguro, segura del amor que te tengo? (…)
CUIDAR LA ORACIÓN DIARIA
Quizás Jesús nos dice esto: ¿muéstrame qué más tengo que hacer para que te convenzas de que mi amor es total y fiel? «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Permaneced en mi amor» (Jn 15, 9-12).
Nos invita a no salirnos de su amor. Y esto no en términos sentimentales o emocionales, sino en términos de fidelidad al amor de Jesucristo.
Cuidar la oración todos los días, cuidar la vida sacramental. Acudir a la confesión con regularidad cada vez que lo necesitamos. Crecer en piedad eucarística, vivir de la Eucaristía, tomar nuestras fuerzas de esa unión que el Señor nos ofrece en el sacramento maravilloso de su amor.
Entonces, este permanecer en mi amor, es una invitación que el Señor nos hace y que por otra parte, tiene manifestaciones muy concretas, vida de la gracia, vida de oración. Y luego lo siguiente:
«Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor. Lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor»
(Jn 15, 10-12).
Jesús nos invita a ser fieles a lo que nos ha enseñado. Y ahí están los diez mandamientos de la ley de Dios, que Jesús no da ninguno por descontado.
«Cuando el joven rico se le acerca y le pregunta: —¿Que tengo que hacer para ganar la vida eterna? Jesús le responde: —Cumple los mandamientos» (Cf. Mt, 19, 16-24).
Y, ¿cuáles eran los mandamientos? Se los enumera, y en el fondo, está todo ahí, los mandamientos de la Iglesia. Los mandamientos de las Bienaventuranzas, los mandamientos de la Ley Natural, de la ley de Moisés. Son mandamientos que no hay que tenerlos en términos de tarea, de obligaciones, ni mucho menos de negaciones.
EL CAMINO INDICADO POR JESÚS
Los mandamientos constituyen la señalética de la felicidad. Es decir, el camino indicado por Jesús que ha abierto con el precio de su sangre en la cruz, para llegar al Cielo.
Jesús nos va indicando el camino, te va diciendo avanza por aquí, no te vayas por allá, ese desvío es malo, te roba libertad, te roba felicidad, no te aporta nada bueno.
Y esa palabra de Cristo que está en los Evangelios, que está en las enseñanzas de la Iglesia, el amadísimo Catecismo de san Juan Pablo II, es precisamente la manera práctica de permanecer en su amor.
No digas que amas al Señor si luego desoyes su voz, si luego no cumples los mandamientos.
Hay gente que de repente se cree el cuento, por así decirlo, de que ama a Dios y luego resulta que las cosas fundamentales no las cumple…
Aquí Jesús nos está dando una advertencia: el amor tiene que ser real, práctico y todos encontraremos en nuestra vida momentos de conversión. En que el Señor nos invita amablemente, suavemente, gozosamente, a abandonar lo que nos aparta de Él.
Podemos terminar este ratito de oración pensando: Señor, ¿qué me aparta de ti? (…) ¿Qué he dejado de hacer y que antes me unía a ti? (…) ¿Qué estoy haciendo que me separa de ti? (…)
Y con estas preguntas sencillas en la oración, escuchar la voz de la conciencia, ese el Sagrario del alma, escuchar lo que el Señor te dice y ponerlo por obra… Y con la ayuda de la Virgen será más fácil.
ACUDIR A MARÍA
Hay un punto de Camino, de san Josemaría, que hace referencia a esto:
“Antes, solo, no podías… —Ahora, que has acudido a la Señora, y, con Ella ¡qué fácil!”
(Camino p. 513).
Bueno, la verdad es que es así, cuando acudimos a la Virgen y le pedimos: Madre mía, ayúdame con esto que me cuesta, … Me cuesta seguir, porque todavía soy débil, porque todavía no veo con claridad. Me cuesta seguir las indicaciones de tu Hijo….
Dame la fuerza para realmente hacerle caso, creer en su Palabra, vivir su palabra… Y así iremos experimentando cada vez más la maravillosa seguridad del amor de Cristo en nuestra propia vida.
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