En el football es lo mismo jugar de visitante o en casa. Pues son once jugadores de cada lado. El balón es el mismo para los dos. Sus porterías y la cancha serán muy parecidas. Pues parecería que sí, pero hay muchos datos que nos indican lo contrario.
Por ejemplo, dice un artículo especializado que, en las apuestas generalmente el jugador que juega en casa es el favorito. Y también, por ejemplo, el viaje de los jugadores que se tienen que desplazar pueden llegar cansados, desvelados.
Si el transporte no es cómodo, pues llegan un poco entumidos. También el clima, quizás no están acostumbrados a jugar con tanto frío o con tanto calor, o a tanta altura.
Si juegan en Ecuador, por ejemplo, el oxígeno por allá arriba les faltará, y si vienen de la costa donde hay mucho oxígeno, entonces se ahogan allá arriba.
Y por supuesto, el arbitraje, que no es tema menor. ¿Cuántas veces ha habido favoritismos? ¡Pobres árbitros! Nunca van a poder satisfacer a todo el mundo.
Pero me parece, que el factor más determinante por lo que no es lo mismo jugar en casa que de visitante es, por supuesto, por la afición: Las porras. ¡Echar porras! Qué importante es que nos echen porras.
¡ÁNIMO! ¡PORRAS!
Jesús nos echa porras. Y en el Evangelio leemos como en muchas ocasiones nos anima. En el Evangelio que leemos hoy domingo, Jesús sale al encuentro de sus apóstoles que están sufriendo, que están en medio del lago, en su barquita, siendo sacudidos violentamente por las olas, por el viento que les era contrario.
Y Jesús va a su encuentro en la noche, caminando sobre las aguas. Ellos se asustan tremendamente. Si de por sí estaban ya asustados con las olas. Al ver a Jesús caminando sobre las aguas, piensan que es un fantasma.
Se espantaron muchísimo y daban gritos de terror, pero Jesús les dijo enseguida:
“¡Ánimo! No tengan miedo, soy yo”
(Mt 14, 27).
Hay un estudio sobre esta palabra ¡ánimo! Una pequeña averiguación sobre esta exclamación. Y han llegado a un descubrimiento: se lee en los evangelios y en todo el Nuevo Testamento, siempre y solo en los labios de Jesús.
Solo Jesús dice “Ánimo” en el Nuevo Testamento, así:
Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados.
Ánimo, hija, tu fe te ha salvado.
¡Ánimo! Yo he venido al mundo.
Ánimo, pues le dijo Jesús, apareciéndoseles una noche a Pablo: Cómo has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes dar testimonio en Roma.
Hay una sola excepción, pero también aquí está aún de por medio Jesús, y es cuando algunos dicen al ciego de Jericó:
«¡Ánimo! Levántate, te llama».
JESÚS NOS ANIMA…
Jesús nos anima porque sabe que tenemos dificultades. Los apóstoles están ahí sufriendo en medio del lago, aunque pues es lago, era su cancha y ellos estaban jugando de local. Pedro, Andrés, Santiago y Juan eran pescadores de ese lago.
Pero tienen un mal día y están sufriendo. Y Jesús va al encuentro. Jesús sabía que les iba a pasar eso y no aparece inmediatamente junto a ellos en la barca.
No manda la tormenta cesar desde la montaña donde él estaba orando, sino que espera un poco. Aparece ahí. Ellos piensan que es un fantasma. Que confíen en él. Tengan confianza. Ánimo, soy yo.
No tengan miedo porque necesita al Señor que ellos maduren. Que ellos crezcan en confianza, en amor a Él. Tanto que incluso Pedro le dice:
“Si eres tú, Señor, mándame ir a ti caminando sobre el agua. Jesús le contestó Ven. Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia ti”. Pero al sentir la fuerza del viento le entró miedo.
Comenzó a hundirse y gritó: ¡Sálvame, Señor! Inmediatamente Jesús le tendió la mano, los estuvo y le dijo: -Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?
(Mt 14, 28-31).
PEDRO NECESITA AUMENTAR SU FE, ¿Y NOSOTROS?
Pedro, que será el primer Papa en la columna de la Iglesia, pues necesita tener una fe grande. Y Tu, Señor, pues nos vas llevando por la vida para ir creciendo de acuerdo con nuestra misión, de acuerdo con lo que necesitas en nosotros.
Esas lecciones que a veces son dolorosas y son difíciles. Podemos sentir miedo como los apóstoles, pero Tú estás ahí. Tú no eres un fantasma. La Iglesia sufriría mucho, sigue sufriendo, pero Tú estás ahí, Señor. Tú subiste al cielo. Le dijiste a los apóstoles:
«Vayan por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura”
(Mc 16,15).
Vayan por todo el mundo, y subiste al cielo. Subiste igual a esa montaña en la noche a rezar, y le enviaste a tus apóstoles en la barca de Pedro a cruzar a la otra orilla.
Es una imagen de la Iglesia, que va por todas partes, por todos los tiempos y va sufriendo más, sufriendo.
¿Y creen ver un fantasma? No, eso no es un fantasma. Eres tú de verdad que está cerca y no calmas todas las cosas de golpe, sino que esperas a que confiemos en Ti: ¡Ánimo! ¡Ánimo! Nos repite también a nosotros en nuestra vida, porque nos habla.
SOY YO, YO SOY
También tenemos dificultades. Ánimo, soy yo, soy yo. ¿Cuál es el nombre de Dios? Soy yo. En el Antiguo Testamento, te acuerdas cuando dice:
“Moisés le pregunta a Dios cuál es su nombre? -Yo soy. Soy yo. El que te envía”
(Ex 3,14).
Y aquí tú, Señor, dices SOY YO. Es Dios. Tengan ánimo. Yo tengo el poder. Yo he vencido al mundo. Yo conozco los sufrimientos. Yo estoy aquí, cerca de ti. Ten confianza.
La palabra “ánimo”, continuando este autor, procede de la palabra latina “alma”. Y coraje de la palabra “corazón”. Y esa última significa, según un diccionario: fuerza de ánimo con naturalizada y confortada por el ejemplo de otros y que permite afrontar las situaciones escabrosas, difíciles, humillantes. También la muerte, sin renunciar a los más nobles atributos de la naturaleza humana.
MÍRAME QUE NECESITO DE TU ÁNIMO
Pues tú, Señor, has pasado por la muerte y has vencido. Has vencido al mundo. Tú has pasado por pruebas dificilísimas y nos entiendes de verdad. Por eso nos puedes dar ánimo, un ánimo de verdad.
No son palabras vacías. Así como cuando uno, pues, le echa de buena suerte a alguien que no estudió para su examen: ¡Ánimo, todo va a estar bien! Pues no, no está bien.
Pero tus palabras, cuando Tú nos dices: ¡Ánimo! Pues efectivamente, todo va a estar bien.
Pero acudimos a nuestra Madre, la Virgen, que también nos echa porras desde el cielo. Como buena madre, nos mira jugar, nos mira luchar y también nos anima: ¡Ánimo! Porque ella también ha pasado por la prueba y la ha superado.
Madre nuestra, ayúdanos a mirar hacia el cielo, sabiendo que tú también nos apoyas desde allá arriba.
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