Quiero comenzar con un reto, ¿de quién es la siguiente frase?:
“Me he hecho todo, para todos, para ganarlos a todos…”
(1Cor 9, 22).
Muy bien, muy bien, ¡buena respuesta!… san Pablo.
San Pablo fue un hombre que, sobre todo, se dedicó a viajar y a escribir. Escribió muchas cartas; donde estaba, escribía. Después de marcharse de aquellas ciudades, aquellos pueblos, escribía cartas a aquellas poblaciones, a aquellas comunidades de cristianos.
PABLO, EL MISIONERO DESIGNADO
Y me gusta pensar… ¿Cómo serían esos viajes apostólicos de san Pablo? Más o menos pasó unos treinta años navegando por la cuenca del Mediterráneo y visitando las que se consideraban, en aquel entonces, las principales ciudades. Hay tres viajes descritos en los Hechos de los Apóstoles: los capítulos 13,15 y 18. Visitó ciudades históricas, por ejemplo: Atenas, Corinto, Antioquia, Éfeso; se podría decir que las ciudades columna vertebrales de la civilización occidental.
“De alguna manera, Tú Jesús quisiste que Pablo fuera el misionero designado para difundir el Evangelio a través de lo que, en aquel tiempo, era considerado el mundo entero”. Viajaba allí… donde hubiese asentamientos humanos, donde hubiese grupos de personas que recibieran el mensaje de Cristo, el mensaje del Evangelio.
“Qué diferentes son tus carismas Jesús. Tú sacas santos de los monasterios de clausura más remotos; pero también de los viajeros más experimentados, como san Pablo y así sigue siendo en la Iglesia”.
NO EXCLUIR A NADIE
Y san Pablo: ¿A quienes buscaría? ¿A los ricos? ¿A los poderosos? ¿A los maestros?
San Pablo no excluyó a nadie de su tarea apostólica, a nadie. En todos buscaba dejar la garra de Dios. Decía san Josemaría, fundador del Opus Dei: “…
«De cien almas nos interesan las cien…»
(Surco p.183, san Josemaría).
“Te quiero contar, Jesús, una anécdota que me ayuda a preguntarme a mí como cristiano: ¿Cómo me hago todo para ganarlos a todos?»
«Un pelao joven, vio que pasaba una persona con pocos medios económicos arrastrando un carrito, un hombre pobre. Al pasar, le ofreció regalarle su desayuno -tenía un sándwich-. Y aquel hombre le preguntó: ¿de qué es el sándwich? Este joven pelao, (como decimos aquí en Colombia), le respondió: es de cerdo. Y este hombre pobre le dijo: pues no puedo tomarlo porque soy musulmán. Lo agradeció muchísimo, pero no lo recibió.
Sin embargo, este joven se quedó con la inquietud y al día siguiente ya tenía preparado un sándwich de queso. Y volvió a ver pasar a este hombre, se acercó y le dijo: pues hoy tengo un sándwich que sí puedes tomar, es un sándwich de queso. Este hombre se quedó conmocionado, muy agradecido. Se vieron unas cuantas veces más pero luego se perdió el contacto. Al cabo de los meses o un año más o menos, recibió un correo en el que este hombre le decía: he vuelto a mi país de origen y quería comentarte que después del cariño que tú me demostraste, me he acercado a la fe cristiana y, dentro de unos días, mi familia y yo recibiremos el bautismo».
PEQUEÑOS DETALLES
¡Anécdota redonda Jesús, redonda!
Un detalle pequeño, un sándwich entregado con afecto provocó esa reacción en ese hombre y en su familia. Y así tiene que ser toda nuestra vida: con pequeños detalles podemos hablar de Jesucristo.
Los apóstoles no eran sólo aquellos de la primitiva comunidad: san Pablo, Santiago, Juan… ¡Ahora nos corresponde a nosotros! Nosotros ahora somos los apóstoles. Un verdadero apóstol busca ocasiones permanentemente para anunciar a Cristo.
ES CRISTO QUE PASA
Tenía aquí también seleccionadas unas palabras de san Josemaría, en un libro que recoge varias homilías, que se llama: Es Cristo que Pasa. ¡Qué título tan bonito! Es Cristo que Pasa y nosotros podremos pensar: ¿Nosotros somos ese Cristo que pasa, allí donde estamos, en la ciudad en la que vivamos? Dice san Josemaría:
“El cristiano ha de mostrarse siempre dispuesto a convivir con todos, a dar a todos -con su trato- la posibilidad de acercarse a Cristo Jesús. Ha de sacrificarse gustosamente por todos, sin distinciones, sin dividir las almas en departamentos estancos, sin ponerles etiquetas como si fueran mercancías o insectos disecados. No puede el cristiano separarse de los demás, porque su vida sería miserable y egoísta: debe hacerse todo para todos, para salvarlos a todos”
(Es Cristo que Pasa, punto 124).
Estas palabras aparecen hoy, en la primera lectura de la Misa, aparecen en la primera Carta a los Corintios, en el capítulo V de esa carta de san Pablo.
¿A QUIÉNES DEBEMOS ACERCAR?
“Jesús, ¿y a quiénes debemos acercar más a Ti?” A nuestros amigos, principalmente. ¡A todo el mundo: de cien almas, las cien! Pero… ¿Quiénes dependen de nuestra oración, de nuestra cercanía y, sobre todo, de esa amistad? Pues los que tenemos más cerquita, los que Dios nos ha dado como nuestros amigos. Y por eso hay que hacer amigos por todas partes».
Qué bueno que podamos elevar esas relaciones que ya tenemos al orden de la amistad… ¿por qué no? Ojalá poder tener muchos amigos. Ir positivamente, hacernos amigos, a ganarnos amigos, para hacerlos amigos de Jesucristo.
“Hacerlos amigos tuyos, Señor. Tú Jesús, te quieres servir de nosotros, de nuestro trato con los hombres. Nos has dado esa capacidad para hacer amigos, para darnos, para donarnos, para querer y para hacernos querer”. Buscando tener esa capacidad de hacernos amigos, tenemos que hacernos querer de los demás; para seguir haciéndonos nosotros amigos y haciendo muchos amigos de Jesús aquí en la tierra.
SEMBRAR EL BIEN
Así ocurrió con los apóstoles, se sirvió de Juan el Bautista para encontrar a sus primeros discípulos: Juan, Andrés, luego Felipe llamó a su amigo Bartolomé, los hermanos Santiago y Juan eran también amigos de Pedro y de Andrés. Eran todos amigos y conformaron ese grupo cercano a “¡Ti Señor!”.
«Ayúdanos a ir sembrando el bien, aquí en esta tierra, con amor, con fortaleza, a manos llenas, por todas partes. Y, aunque no recojamos enseguida el fruto, sabemos que nada se pierde; ya llegará la hora de meter el buen grano en los graneros. Ya veremos Señor cuál es el fruto de ese comportamiento nuestro cristiano: de hacer el bien a todas las personas, por todas partes”.
Que seamos, en el lugar en que cada uno esté, como un carbón encendido (esa imagen es muy bonita), un carbón encendido que dé calor, luz, que contagia el amor de Cristo que llevamos en el corazón.
SER TESTIMONIO
Me quedan pocos segundos para recordar también unas palabras del Evangelio de la misa de hoy, dice Jesús a los discípulos una parábola:
¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?
(Lc 6, 39).
Y solamente planteo la cuestión: Dios nos da el mundo en herencia para extender Su Palabra y Su Verdad por todas partes; pero hay que tener presente que un ciego no puede guiar a otro ciego. La siembra de la buena doctrina de Cristo del Evangelio ha de ser con nuestras pobres vidas, con nuestros pobres medios, pero con coherencia, con gestos de amor. Sabiendo que somos, allí donde estamos, otro Cristo, el mismo Cristo.
No podemos dar lecciones de moral si no somos ejemplo para seguir. Tenemos que ser testimonio para poder orientar a otros en su vida a Cristo Jesús; que conozcan a Cristo, que pueden seguir a Cristo.
Vamos a acudir a nuestra Madre, Santa María, si queremos que los demás sean mejores debemos empezar por nosotros mismos. Vamos a pedirle a nuestra Madre, que allí donde estemos, podamos ser imagen de ese Cristo y repartir por todas partes el buen olor de Cristo.