Simón Pedro lanza la pregunta:
“Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo qué perdonarlo?
(Mt 18, 21)
Y le interesa una respuesta, se ve, que sea corta y clara que le ayude en cualquier circunstancia. Incluso pone una posible respuesta: “¿Hasta siete veces?” y Jesús, “Tú Señor, no te haces el de la boca pequeña”. Jesús es Dios y Dios es siempre Grandioso, Inmenso, Inabarcable, también en lo que se refiere al perdón y nos pide ser como Él.
Pedro se habrá quedado sorprendido con la respuesta de Jesús:
“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”
(Mt 18, 22).
Pedro pensaba que había puesto el listón alto, pero resulta que se queda corto… El siete es un número (uno de estos números bíblicos) que significa totalidad, algo completo. Entonces, setenta veces siete es como decir: infinitas veces.
JESÚS NOS ANIMA A PERDONAR
… y a perdonar siempre. Él nos perdona siempre, lo que pasa es que nosotros a veces no le pedimos perdón… qué lástima ¿no? Es más, resulta que, aunque no le hayamos sabido pedir perdón, de todos modos Él ha pensado hasta en una posibilidad para que lo podamos hacer después de la muerte.
Lo tenía claro aquel niño que escribía la descripción que le habían pedido del purgatorio. Y escribía: “Hoy he pasado a otra vida, estoy en el Purgatorio, tengo unas ganas de ir al cielo… pero como he hecho “pecadillos” tengo que pedir perdón. Pero no te creas que es tan fácil, hay que decir más de un millón de veces: “Perdón”. Hay unas sillas que forman más de un millón de filas. Cada vez que pides perdón vas adelantando puestos y cuando llegas al final del purgatorio ves una puerta de oro y plata, que es la puerta del Cielo. Y cuando entras al Cielo es como una fiesta, porque te están esperando tus familiares, te encuentras con todo el mundo y te lo pasas muy bien” (Noviembre, José Pedro Manglano).
Buena descripción la de este niño y “Jesús, pues sí, perdón, perdón y perdón”.
PERDONAR CON CONCIENCIA
Pero no es la pura gana de que le pidan perdón a Jesús lo que le mueve. Sino lo que supone para nosotros el tomar conciencia de nuestro estado, de nuestra situación respecto a Dios, para el bien de nuestra propia alma y para el trato con los demás, mientras estemos todavía aquí en la tierra.
Por eso Jesús, “Tú Señor pasas a relatarnos una parábola que nos ilustre un poco la cosa, que nos sitúe. Tú sabes que no sólo se trata de teorías, sino que nos puede servir de referencia nuestra propia experiencia y este va a ser el camino por el que nos vas a enseñar que el perdón y la comprensión nacen de la humildad, de la propia experiencia, de voltearnos a ver a nosotros mismos”.
“El Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía para saldar la deuda”
(Mt 18, 23-25).
Hago un paréntesis aquí, porque por duro que suene, así eran las cosas en esa época. Pero bueno, sigue la parábola:
“El servidor se arrojó a sus pies diciéndole: Señor, dame un plazo y te pagaré todo”.
Hay que meterse en la cabeza del rey de la parábola. Es verdad que le deben mucho. Quizá no es que andaba apretado de dinero, pero pensó la respuesta que le iba a dar a este siervo. ¿Qué ganaba con encarcelarlo? Las deudas iban a cubrirse. Pero ¿Y la vida de ese pobre hombre? ¿Y su familia? No era sólo cuestión de que él no tenía dinero, sino de que su familia dependía de él. O sea, era todo mucho más complicado que simplemente cobrar y entonces, tocado en el corazón, decidió perdonarlo.
PERDONAR CON JUSTICIA
Por eso mismo, nos podemos imaginar la cara que pondría el rey cuando le llegó la noticia de que ese siervo había encarcelado a un compañero para recobrar una cantidad miserable comparada con la deuda que tenía. El rey se sintió, de alguna manera, traicionado:
“Siervo malvado, toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”
(Mt 18, 32-33).
Lo que habían hecho con él debería de haberle transformado el corazón, debería haberle hecho pensar en lo bueno que había sido el rey y resulta, que nada… Sólo quien se sabe amado sabe amar, sólo quien se sabe perdonado sabe perdonar, sólo quien se sabe comprendido sabe comprender.
Que nosotros aprendamos a ver cómo nos mira Dios a nosotros. Nos empuja a cambiar la manera como miramos a los demás. Mejor todavía, nos debería de mover a querer imitar esa mirada de Dios hacia los demás.
PERDONAR DESDE ADENTRO
O sea, “Hay que aprender a voltear a ver hacia dentro: experimentar el perdón, la comprensión de Dios sobre ti y sobre mí, porque esa es la mejor escuela para aprender a perdonar y a comprender a los demás…” (Cuaresma-Semana Santa 2018, con Él, Fernando del Moral).
Dios nos ha perdonado en la Cruz y se actualiza su perdón, nos lo apropiamos en cada confesión. Pero hay que terminar de ser conscientes de lo que se trata. De qué se trata esto… no es que nos “disculpe”, es que nos perdona… No es que nos “excuse”, es que nos perdona… ¡y perdona en serio!
Hace poco leía que “La expedición de Carter , en el año 1926 descubrió semillas de trigo en las pirámides egipcias y al regresar, sembraron algunas de ellas en los laboratorios de la universidad. El resultado fueron nuevas espigas, porque ¡seis mil años después! todavía conservaban su potencial reproductivo.
¿HEMOS APRENDIDO A PERDONAR?
Pues bien, cuando nuestros corazones están envenenados por el rencor, no debemos extrañarnos si tras haberle dicho a nuestros hermanos que les hemos perdonado sus ofensas, explotemos sorpresivamente volviéndoles a echar en cara afrentas que, pese a que nos las infligieron hace “seis mil años”, en nuestro subconsciente se conservaron intactas a causa del rencor” (Amor, soberbia y humildad, Pedro José María Chiesa).
Bueno, pues Jesús perdona y perdona en serio, borra la deuda; la desaparece.
¡Cuánto nos queda por aprender a nosotros! Es cierto, tenemos una gran suerte, nuestra suerte es que Dios es misericordioso, Él es el Rey que sabe perdonar, pero por eso mismo nosotros deberíamos serlo también. La deuda que nos ha perdonado es infinitamente superior a cualquier ofensa que podamos recibir, a cualquier deuda que alguien pueda tener contigo o conmigo.
PERDONAR COMO JESÚS
Nada de “me la debe”, eso no es cristiano. Nada de sentirse o resentirse, nada de rencores, de resentimientos… Eso no tiene ni pies ni cabeza, sería más ridículo que lo del hombre de la parábola. Causaría más indignación nuestra reacción que la de él… otra cosa es que nos cueste.
Jesús no tenía una deuda con nadie, pero vino a saldar nuestra deuda. En lugar de pedir que no lo vendieran a Él para pagar la deuda, aceptó que lo vendieran por treinta monedas de plata para pagar “nuestra” deuda (que es infinita). Como para no llenarnos la boca de acciones de gracias o como para no pedir perdón cada vez que somos conscientes de nuestras miserias y pecados… Pagó el rescate para liberarnos a nosotros y no reclama nuestra parte, simplemente, quiere que seamos conscientes y que intentemos imitarle.
“Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”
Pues Madre mía, ayúdanos a aprender de Él.