Virgen de Guadalupe, Madre, he tenido la ilusión de hacer hoy la oración mirando el ayate de Juan Diego, de san Juan Diego y mirar a la Virgen de Guadalupe. Aquí te estoy mirando Madre mía, te estoy mirando con esa sorpresa con que Juan Diego y el obispo Zumárraga contemplaron por primera vez la tilma; ese manto donde san Juan Diego recogió esas flores en ese día de invierno de 1531, el 12 de diciembre, cuando se apareció la Virgen a san Juan Diego.
Gracias Madre mía, porque tú has permitido que yo esté hoy aquí, mirándote, contemplándote, lleno de alegría, lleno de orgullo y estoy junto con todos en 10 minutos con Jesús, aquí en la Villa. En este pequeño monte del Tepeyac, tú, oh Señora, emperatriz de las américas, escribiste una página muy importante para la Iglesia en México, en América, en el mundo… y aquí estamos hoy, hay unos cuantos cientos de personas en este momento adorando al Santísimo Sacramento, están rezando el rosario.
En este momento se calla el órgano, para rezar el segundo misterio. A las 6:00 de la tarde será la Santa Misa; son las 5:20 y yo he tenido la oportunidad de hacer este rato de oración hoy aquí en la Villa de Guadalupe y pensaba Madre mía, que aquí vinieron muchos santos: san Juan Pablo II, san Josemaría, ¿qué te habrán dicho Madre mía? ¿qué te habrán dicho esos santos?
MARÍA, NUESTRA MADRE
Seguramente, te habrán dicho miles de cosas, pero una de la que estoy seguro es, que te habrán mirado así como te estoy mirando yo en este momento y te habrán dicho: ¡Madre, Madre! Con un convencimiento total, pleno. Madre, ¡qué orgullo! ¡qué alegría! Ayúdanos a tener este convencimiento de que tú eres nuestra Madre y que nosotros somos esos hijos tuyos pequeños, así como san Juan Diego.
También me gustaría saber (qué curioso soy verdad querida Mamá), ¿Qué te dicen todas las mujeres y que dicen los hombres? ¿Qué te dicen los niños y qué te dicen los que están lejos de tu Hijo, los pecadores? ¿Qué te dicen cuando vienen acá? ¿Cómo te miran? ¿Imploran tu misericordia? ¿Cómo imploran tu amor? Y eso queda entre ti, entre el corazón de ellos y entre tu mirada y entre tus manos.
¿NO ESTOY YO AQUÍ QUE SOY TU MADRE?
Mamá, Madre mía, así como queda ahora esta oración de todos en 10 minutos con Jesús, pero lo que sí sabemos es lo que tú nos dices a todos, a todos nosotros los que venimos aquí a venerar esta imagen del ayate.
Nos dices: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?” esto le dice a Juan Diego y esto se lee en la fachada de la nueva Basílica: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?” y eso se lo dice a Juan Diego, se lo dices tú a Juan Diego, porque él intenta evitarte, ¡qué error! Intenta salirte al paso, intenta irse por otro lado, porque tenía a su tío muy enfermo y quería ir a buscar rápido un médico y no quería detenerse ni siquiera para contemplarte, para mirarte, para hablar contigo.
Tú le sales al encuentro y le dices esto: “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”, pues ahora escucho esto de ti y aquí estoy yo, tu hijo pequeño.
Cuando preparaba la meditación, aunque la estoy haciendo muy con lo que tengo en el corazón, me acordaba de esa canción que cantan las niñas del colegio del cual soy capellán. Dice más o menos así, (voy a cantar pacito porque ahorita están rezando el rosario, yo estoy en una capilla superior): (canta canción)
La Virgen de Guadalupe,
estrella de la mañana,
ojos negros, piel morena,
Virgencita mexicana,
protectora de los hombres,
sobre todas las razas,
transformaste nuestra tierra,
en continente de esperanza.
Bueno, Madre mía, perdóname, ya lo he hecho, tenía ilusión de cantar por lo menos esa pequeña estrofa de esa canción tan bonita: La Virgen de Guadalupe, estrella de la mañana. Haz que de aquí salgamos todos con una sonrisa en los labios, con una luz en el alma; que salgamos todos con un deseo muy grande de luchar, sabiéndonos mirados por Ti y, al sentir esa mirada, esa mirada tuya que no juzga, que no controla, que nos decidamos a luchar y también volvamos a Ti si hace falta.
Por el pecado, cuando nos apartamos de ti, de tu Hijo, de nuestro Señor, por nuestra debilidad, nunca lo haremos por maldad, te lo pedimos que nunca pequemos por maldad; por debilidad, sí, pero que volvamos a ti rápidamente y a tu Hijo por la contrición, por el dolor de nuestros pecados.
SOMOS FRÁGILES
Madre, somos frágiles, débiles, pero te queremos, no queremos nunca ofender a Jesús, por eso “míranos con compasión, no nos dejes Madre mía”. (Extracto de la oración: Bendita sea tu pureza). Fíjate qué caricia la de la Virgen, que en su fiesta de la Asunción, en cuerpo y alma a la gloria, podamos hacer estos 10 minutos delante de la Virgen de Guadalupe.
El Papa Pío XII, ese primero de noviembre de 1950, proclama solemnemente el dogma de la Asunción de María al Cielo y dice:
“Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumpliendo el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.
LA VIRGEN ESTÁ EN LO MÁS ALTO
Ahora, en estos 10 minutos con Jesús, levantemos la mirada, el corazón y miremos a nuestra Madre en lo más alto del Cielo; imaginémonos ver a alguien en el podio. (Hace pocos días, un colombiano subió a lo más alto del podio en el Tour de Francia, Egan Bernal, un crac, muy jovencito, 22 años) pues eso es una cosa muy importante, pero es muy poco, es muy poco… La Virgen está en lo más alto del podio, está en el cielo en cuerpo y alma y ahí quiere estar contigo y conmigo, con todos nosotros que somos sus hijos. Madre mía, llévanos al Cielo, llévanos a estar con tu Hijo.
Hoy en el Evangelio de la misa de esta solemnidad, trae el canto del Magníficat: “Me felicitarán todas las generaciones”. A sus pocos años, María, eres una jovencita, te muestras muy consciente ya de la relevancia de ese hecho y cantas: “me felicitarán todas las generaciones”. ¡Pues Madre mía, felicidades muchachita hermosísima!, así también te decía Juan Diego, permíteme decirte hoy así. Bendita seas por siempre Madre de Dios, Madre mía.
Vamos a terminar, “vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”, le decimos todos ahora en 10 minutos con Jesús, los ojos de Santa María son de misericordia como los de Jesús, de compasión. Nunca nos dejas, no nos sueltes de tu mano madre, “jamás se ha oído decir, que ninguno de los que han acudido a vuestra protección se vean faltos de tu misericordia y de tu amor”. (Extracto de la oración: Salve) Gracias por traerme aquí.
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